Diecinueve garras y un pájaro oscuro (Alfaguara, 2016 / 2025), de Agustina Bazterrica, es un libro con cuentos, no de cuentos. El lector acostumbrado a los libros que consiguen crear un universo homogéneo, de atmósferas que se hermanan o conflictos que dialogan entre sí –lo que se entiende, pues, por un compilado de narrativa breve–, se enfrentará a un reto al leer esta obra: aceptar la diversidad y más aún: habiendo superado la posible exigencia de encontrar en las páginas una gama similar de texturas, le tocará explorar el carácter misceláneo de estas historias y reconocer su caprichosa individualidad.
En todo caso, es evidente que lo que Bazterrica llevó a cabo fue un corte de caja de una época anterior a su inquietante y celebrado Cadáver exquisito. Quizá sea esa sensación, la de haber echado todo en un mismo costal, la que podría distraer en un primer vistazo y nos haga sentir a la deriva. Sin embargo, en defensa de lo amorfo, lo que no obedece una sola forma, que es también lo extraordinario, debo decir que esta entrega nos muestra los alcances de la escritura de Bazterrica, una autora que lo mismo se mueve por el relato de largo aliento que por el cuento breve, y cuyas motivaciones –la muerte, el deseo, la infancia– dan claves de su obra posterior.
Si miramos de cerca cuentos como “Rosa bombón”, en el que una mujer vive una separación, es posible reconocer algunas de sus influencias. ¿De dónde más si no de Autoayuda de Lorrie Moore podría venir esa voz en segunda persona que emula las instrucciones de un manual para superar el dolor?: “Llámelo una segunda vez. Cuando atienda el contestar, corte. Desilusionada, llame con el celular a su teléfono para escuchar el mensaje que grabaron juntos, cuando eran felices: ‘Hola, dejanos tu mensaje después de la señal. Biiiiiiiiippppppppp, jajjjjjaaaaajjjaaaaja’”.
En “Roberto”, con un tono realista, seguimos la historia de una niña y su profesor que pretende abusar de ella cuando se encuentran solos. La niña dice tener un conejo escondido entre sus piernas, lo que no detiene al hombre. A modo de venganza, la narración da un giro y ofrece una solución que juega con lo inocente y lo ominoso, desdibujando los límites entre realidad y fantasía, lanzando un saludo a “Carta a una señorita en París” de Julio Cortázar.
“Las cajas de Unamuno” expone la paranoia de una pasajera de taxi que, entre la sospecha y la posibilidad real, teme que su conductor sea un asesino serial, jugando con la ambigüedad de lo cotidiano y el terror latente: “me inclino y sólo veo papeles y trapos. Me siento estúpida. Quiero arrancarle la cabeza al perro disciplinado, al perro incapaz de decir que no. Me pongo los guantes con rabia. Maldigo la cumbia, las uñas, el taxi y la horrorosa simplicidad de Unamuno”.
Por otro lado, en “Los muertos”, un niño que extraña a su madre fallecida desarrolla una visión distorsionada del duelo: imagina que ella vive en la Luna. Esta fábula creada para superar el dolor y la pérdida, lo lleva a pensar en soluciones drásticas. El valor principal de esta narración es la construcción de la visión infantil a partir de la metáfora. La voz protagonista cuenta una verdad (su madre no está muerta, sino en el espacio exterior) y a través de esa lógica, para él existe una esperanza.
Pienso en Diecinueve garras y un pájaro oscuro como un libro que retrata una etapa temprana de Agustina Bazterrica (1974, Buenos Aires). Podemos mirar una estética en desarrollo, que se inclina por lo inquietante, lo sobrenatural, lo truculento. Es como apreciar las pinceladas de un cuadro que deslumbra aun sin ser terminado: reconoces los movimientos de su autor o autora, sabes si hubo titubeo en el trazo, si cambió de color. Pese a esto, me deja saber que lo inquietante proviene sobre todo de lo profundamente humano; aseveración que será eje de su literatura futura.