Así comienza "Yo soy el otoño" de Jorge Alberto Gudiño

Redacción Langosta

25 February 2025

Te compartimos un adelanto de la nueva novela Yo soy el otoño del autor Jorge Alberto Gudiño.

  1.  

Los mataron a todos.

Juriel aprieta el metal cromado del estribo trasero de la moto, lastimándose las manos. De esas veces que, de tanto apretar, uno se queda con restos de pintura en la piel. Le van a brillar las manos. Plateadas. Se suelta de un lado, inclinándose un poco para atrás. Cromadas. Siente el olor a pólvora, a sangre emanando de las heridas; la tensión de los músculos de Santos, quien acelera a fondo sin que el vehículo se mueva.

Cuando subían por la barranca por poco se toparon con los otros. Por poco, porque los escucharon a tiempo. Las cuatris y las motos. Le gritó a Santos desde atrás para que diera un rodeo. Nunca es bueno encontrarse con los otros si uno va en des ventaja. Fue mejor así. Si los hubieran topado de frente de seguro habrían terminado con su encargo. Entonces sí los habrían matado a todos. A San tos y a Juriel. Los que faltaron. ¡Qué bueno que les dieron la vuelta! Iban hastiados de sangre. Ahítos.

Que chinguen a su madre.

Chingos de balas entrando a los cuerpos y ellos se salvaron de milagro. Santos y Juriel. ¿Cómo se puede creer en milagros frente a esta masacre? ¿Quién sabe? Quizá el milagro consiste en que, por más atroz que se presente el escenario, uno sigue siendo espectador y no alguien tendido en el proscenio.

Un nuevo acelerón. Juriel sigue la mirada de su amigo. Ahí está. El cadáver destrozado contra la pared. Sentado. No. Como si le hubieran arrancado las fuerzas de las piernas. Rendido. Tarda en identificarlo. Tito. La cabeza reventada como una sandía. Tito. El hermano de Santos.

Percibe, a escasos centímetros de la espalda de Santos, cómo el dolor se transforma en ira, en deseo de venganza.

Santos gira la moto. El suicidio que consiste en ir tras los responsables en medio de un arrebato de furia. Los otros. Juriel suelta la otra mano de la agarradera antes de que la moto avance mucho. Los dedos engarrotados por la presión, por la sor presa. Los destellos del cromo en la piel. Abraza a Santos. Con fuerza. Con toda su fuerza. Lo aprieta fuerte y se deja caer a un lado.

Un buen madrazo.

El olor a polvo atenúa al de la sangre. ¿A qué huele un cerebro perforado, la mierda que asoma a través de las tripas expuestas? Si no fuera porque los muertos eran suyos, por lo que significan, hasta resultaría atractivo el color de esos huesos: blanco perlado, nácar, astilla.

La moto avanza por inercia, tendida en el terraplén. Media circunferencia. El motor se ahoga por el embrague suelto.

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