El corazón de un mundo imposible

Olmo Balam

27 November 2024

Antes de innumerables novelas históricas con tema azteca, el español Salvador de Madariaga (1886-1978) ya había incursionado en la reconstrucción novelística del pasado prehispánico y su episodio más famoso: el de la caída del imperio mexica y la multitud de tramas narrativas que convocó, casi como reflejo del asedio y la batalla final que se libró en el lago de Texcoco. Y es que los sucesos ocurridos en tan sólo unos cuantos años antes y después de la caída de México-Tenochtitlan parecen el gran caldo de cultivo de historias disímiles e inesperadas que se urden en una sola trenza narrativa, como es el caso de El corazón de piedra verde, publicada por primera vez en 1942 (¿quizá inspirado por la transposición de esas cifras tan significativas para esta historia transatlántica: el 1942 convertido en 1492?)

 

Parte de un proyecto más amplio, con el que Salvador de Madariaga quería darle aliento a toda una historia, tanto documentado como personal, de lo que durante muchos años se denominó “el encuentro de dos mundos”; El corazón de piedra verde es la primera novela de una pentalogía titulada Esquiveles y Manriques, a la que le seguirían libros como Guerra en la sangre (1956), Una gota de tiempo (1958), El semental negro (1961) y Satanael (1966), en los que de Madariaga iba trazando el destino de Hispanoamérica a través de los siglos: XVI, XVII, XVIII, XIX y XX, respectivamente. 

 

En el caso de esta historia, el primer plano lo ocupa un trío amoroso representado por la princesa Xuchitl, heredera del trono de Nezahualpilli, su padre; Alonso Manrique, descendiente y heredero de un modesto señorío en la más ficticia que real Torremala (Toledo); y el joven Ixcauatzin, noble renegado que competirá con el español por el amor de Xuchitl. El conflicto estará materializado en la piedra verde del título, que es más que una de las múltiples joyas de la nobleza nahua, y llega a ser el símbolo del destino de la tierra que más adelante se llamará Nueva España y, luego, México: quien se quede con el objeto sagrado definirá el linaje heredero del Ombligo de la Luna. 

Dividido en tres partes —“Los fantasmas”, “Los dioses sanguinarios” y “Fe sin blasfemia”—, El corazón de piedra verde es, ante todo, una novela. Sin embargo, autor muestra sin ninguna modestia su amplio conocimiento, tanto en historia como arqueología y lingüística mesoamericana, disciplinas a las que acudió con curiosidad y un afán de representar con la mayor fidelidad posible que permitían las contribuciones académicas de su época. De esa manera, de Madariaga no escatima en párrafos a la hora de aclarar tal o cual etimología en algún nombre, conceptos del panteón mexica (como el fascinante Centzonototonztli o los 400 conejos, como se llamaba el espíritu que causaba la ebriedad) o las intrincadas relaciones que unían a culturas tan disímiles como la musulmana, el catolicismo español o las numerosas poblaciones originarias del Caribe y el Golfo de México. 

De eso trata, en gran medida, la novela: hacer visibles los vínculos interculturales que se tienden, todavía hoy, en un mundo en permanente tensión entre lo blando y lo duro: ya sea al interior o exterior, ambas cualidades estarán en disputa como nunca durante la campaña de Hernán Cortés, contada con la facilidad de la novela moderna, que vuela de Europa al Altiplano mexicano sin mayor dificultad que la inventiva de Madariaga.

Publicado en plena segunda guerra mundial por un exiliado de la guerra civil española, este libro es una imagen de su época y del entendimiento que esta tenía del pasado: acá los mexicas y su imperio (que hoy incluso el menos versado de los historiadores se apresuraría a corregir para llamar Triple Alianza), un reino tan extranjero como vívido. Las inexactitudes arqueológicas o históricas no demeritan una obra que propone de manera muy audaz a toda una cohorte de personajes. En vez de eso, el relato impresiona por la contemporaneidad de su representación de las luchas de poder: los gestos ceremoniosos de los tlatoanis y la aristocracia mexica; o el humor casi cervantino de la soldadesca ibérica de sus páginas hace pensar tanto en las novelas decimonónicas por fascículos (de ahí la brevedad y ritmo de sus párrafos) como en el del Siglo de Oro.

Las múltiples referencias pictóricas y literarias que ilustran este libro le dan una claridad y fortaleza documentales (hay láminas y reproducciones de manuscritos, grabados y mapas, como las que provienen de La civilización azteca, de George C. Vaillant; o los Design motifs of Ancient Mexico, de Jorge Enciso). No obstante, el lector de 2024 puede apartar sin ningún empacho el historiómetro: este es un drama centrado en las pasiones e ideas de sus personajes, y su fuerza reside en la capacidad de Madariaga para ensamblar una trama que a veces transcurre como una novela amorosa, y otras como una historia palaciega o incluso filosófica.

No es injusto decir que uno de los mejores trucos para leer con mayor gusto esta novela de casi 800 páginas es el de imaginar que se trata de un reino tan fantástico como aquel que reportó Bernal Díaz del Castillo en sus crónicas, o ese país extraño que se vislumbra en el arte de la época posterior a la Conquista. La representación de los personajes es más shakesperiana o quevediana que afín a los códices e informes históricos de los que el autor extrajo sus datos, y se acerca incluso a las representaciones de reinos de ciencia ficción. Para estirar la analogía, es como si Gary Jenkins se encontrara con G. R. R. Martin (y un poco de Christian Duverger, un historiador que, además de por sus contribuciones, es conocido por su audacia para reinventar e imaginar la historia). 

Coruñés y un hombre de la II República, Salvador de Madariaga escribió esta serie en el exilio, dominado por el sueño de un mundo en el que lo blando y lo duro pudieran encontrarse en equilibrio; un futuro vislumbrado en un mestizaje (cuando esta idea todavía era nueva y sinónimo de esperanza) capaz de aunar no sólo las sangres de todos los continentes, sino una universalidad latente y simultánea entre personas y culturas. Esa es la piedra filosofal que se inscribe en este libro, un intento único por mirar a los ojos, y al mismo tiempo, a los seres humanos de todas las épocas.

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