Esta novela es una exquisita mezcla de melancolía familiar, momentos históricos significativos y bellas obras de arte que han acompañado a la humanidad, así como a Mona y Henry, los protagonistas de este increíble viaje a través del tiempo y los principales museos de arte en Francia, cada miércoles por la tarde. Con esta obra de ficción, acompañada de fascinantes datos sobre la vida de los artistas y las inspiraciones de sus trabajos, el autor francés Thomas Schlesser, quien también es historiador del arte, ofrece al lector una experiencia cercana y rica en información sobre la historia del arte. El libro abarca las corrientes artísticas desde la Edad Media hasta el arte contemporáneo, contándonos la historia de cincuenta y dos obras maestras.
Haré una pausa, porque seguramente te estarás preguntando por el título de esta obra: ¿quién es “Mona”? ¿Acaso se refiere a la famosísima Mona Lisa de Leonardo da Vinci? ¿Por qué sus ojos y su mirada tienen toda la atención en este libro? Son preguntas válidas e incluso esperadas. Thomas Schlesser rinde homenaje a la emblemática mujer retratada en esa pintura famosa a través de Mona, la niña de diez años que lleva su nombre y es nuestra protagonista. Por otro lado, si el enigma de la Mona Lisa está en su sonrisa, el de la protagonista de Schlesser está en sus ojos. Pero no quiero dar la impresión de que este libro es una postura filosófica pensada solo para conocedores del arte. Nada más lejos de la realidad.
La incógnita que lleva a nuestra Mona y a su querido abuelo Henry a redescubrir la historia del arte surge después de que la niña pierde la vista por más de una hora sin razón aparente. Su madre, Camille, toma todas las precauciones necesarias, como llevarla al médico y seguir las indicaciones de hacer seguimiento con un psiquiatra semanalmente. Ella le pide a su padre, el abuelo de Mona, que la lleve a esas sesiones recomendadas. Sin embargo, Henry sabe exactamente el tipo de terapia que su nieta necesita:
“Henry constató afligido que la infancia, por comodidad, está impregnada sobre todo de cosas fútiles y feas. Y Mona, a pesar de un entorno benévolo, no escapaba a la regla. La belleza, la verdadera belleza artística, solo irrumpía en su vida cotidiana de forma clandestina. Esto era absolutamente normal, pensó Henry: el refinamiento del gusto y el desarrollo de la sensibilidad vendrían después. Con la salvedad —y ese pensamiento lo angustiaba a Henry— de que Mona había estado a punto de perder la vista, y, si sus ojos se apagaban definitivamente en los días, semanas o meses venideros, lo único que se llevaría a los confines de su memoria sería el recuerdo de cosas relumbrantes y vanas. ¿Toda una vida a oscuras, lidiando mentalmente con lo peor que ofrece el mundo, sin la escapatoria de los recuerdos? Era imposible. Era aterrador.”
Este abuelo amoroso, veterano de guerra con una gran cicatriz en el rostro, es consciente del mundo, de sus horrores y sus sufrimientos, pero sobre todo es un apasionado del arte. Nos ofrece la primera luz sobre la capacidad terapéutica y conciliadora del arte: aun en la ceguera, el arte podría ser un refugio. Imaginar imágenes banales y colores que alteran la sensibilidad sería como vivir en un infierno. Por eso, Henry está seguro de que la respuesta para una vida de posible ceguera es llenar la mente y la imaginación de Mona con escenas, colores, texturas, sensaciones e historias tan sublimes e inefables que puedan cambiar de significado con el paso del tiempo en la mente de una niña ciega.
Por su parte, Mona es una niña que ama a su abuelo y aprecia en él una belleza humana que va más allá de sus imperfecciones, admirando la elegancia que emana de su personalidad y sabiduría. Para Mona, Henry es una de las personas en quien más confía, y las visitas a los museos cada miércoles por la tarde se convierten en un secreto especial entre ellos dos. A ojos de los padres de Mona, ella asiste con un psiquiatra, pero en realidad explora junto a su abuelo museos como el Louvre, con su construcción piramidal inspirada en las villas de Suzhou, y el Museo de Orsay, hogar de importantes obras impresionistas de Vincent van Gogh, Édouard Manet, Claude Monet, Henri Matisse, entre otros.
En términos generales, aunque la extensión de esta novela, de más de 500 páginas, pueda intimidar, el lector no debería dejarse llevar por su longitud. La lectura fluye de manera exquisita gracias al humor, la ternura y la inteligencia de la pequeña Mona, cualidades que se ven exaltadas por el conocimiento, la narrativa y la pasión de su abuelo Henry, quien en cada visita le cuenta en detalle la vida y obra de los artistas. Por ejemplo, el Concierto campestre de Tiziano:
“—En conjunto, Tiziano busca crear un efecto de armonía y continuidad. El paisaje con sus valles, su arroyo, sus casas y sus árboles, el pastor arreando a sus animales y los dos personajes centrales (uno de ciudad y otro rústico) parecen aliarse en la atmósfera del final del día, plasmada gracias a esa pintura magníficamente modulada en tonos crepusculares. Si un hombre de ciudad y un hombre de pueblo se encuentran sin oponerse es porque Tiziano intenta expresar la consonancia perfecta. El acorde de un sonido armonioso, de una hermosa melodía. Sí: ese encantador concierto al aire libre es lo que une a todas esas personas.
—Te olvidas de las dos mujeres desnudas, Dadé. Pero la que lleva la flauta participa en el concierto, ¿a que sí?
—Podría parecer que sí, en efecto. Aunque no es lo más probable. En lugar de creer que la mujer desnuda que toca la flauta y la que vierte una jarra de agua en el pozo están en compañía de los dos hombres, deberíamos suponer que son producto de su imaginación. He ahí la clave del enigma.”
La trama de la novela está cargada de miedos y melancolía: el miedo de Mona a perder la vista y el temor de Henry de que su nieta pierda la oportunidad de apropiarse de las obras de arte que representan la historia del mundo desde el siglo XVI. A través de cada historia detrás de una pintura que Henry narra a Mona, y que también llega al lector, Thomas Schlesser busca guiarnos en un viaje a través del arte que nos permite encontrarnos y reconocernos en las profundas tristezas y temores expresados en él.
Y, seguramente, te preguntarás hacia qué motiva a Mona Durante esta travesía, otro interrogante importante. Si bien ella y Henry tienen una conexión especial:
“La relación con Dadé era de una naturaleza aparte. Entre abuelos y nietos surge a veces un vínculo milagroso, debido a que, por una especie de curva existencial, los mayores vuelven, en su vejez, al sentimiento de su primera juventud y captan, mejor que nadie, la primavera de la vida.”
La novela sugiere que esta unión entre ellos tiene su raíz en algo vital: el amor compartido por Collette, la difunta esposa y abuela de Mona. Tan importante es el recuerdo de ella, que Los ojos de Mona la mantienen cerca.