01 June 2016
Bien dijo Salman Rushdie: “Siempre me pareció que contar cuentos es también una especie de malabarismo (...). Mantienes en el aire un montón de relatos diferentes y los haces girar, y si eres bueno no se te cae ninguno. O sea que hacer juegos malabares puede ser un poco como contar cuentos”. Para muchos escritores el cuento ha sido su género predilecto. Ahí está Jorge Luis Borges, uno de los grandes exponentes de este tipo de narración, que se negó siempre a escribir una novela. Mario Benedetti, otro gran escritor de cuentos, explicó en una ocasión que mientras podía escribir un poema en un avión, un cuento podía llevarle años. Tradicionalmente pensados para un público infantil, el cuento ha demostrado que puede ser más que historias para niños.  Muchos lo prefieren quizá porque tenga la propiedad, a diferencia de la novela, de contar una historia en pocas líneas. Ahí está de ejemplo el famoso “Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba ahí” de Augusto Monterroso. Dos cuentos que demuestran la fuerza de este tipo de relatos son: El Aleph de Borges y Continuidad en los parques de Julio Cortázar. En El Aleph, aparecido en el libro del mismo nombre donde también se reúnen dieciocho relatos más del maestro argentino, el autor explora el infinito, uno de sus temas predilectos:
Vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra.
Continuidad en los parques es un cuento muy breve pero de esos que dejan noqueados al lector. Es además un mágnifico metarelato. En él, Cortázar narra la historia de un hombre que, sentado en un sillón de terciopelo verde, lee a su vez otra historia: la de una mujer y su amante. Ambos planean el asesinato del esposo, pero conforme la narración de la historia avanza nuestro protagonista se da cuenta que el asesino se acerca a un sillón de terciopelo verde donde un hombre lee. Ese giro en la narración es lo que ha hecho famoso este brevísimo cuento. Precisamente Cortázar, en su texto Aspectos del cuento dice que tiene “la certidumbre de que existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos”. Así que independientemente del género, la importancia de hacer malabares, de contar cuentos, viene quizá de eso que Günter Grass una vez explicó: la gente siempre lo ha hecho. Mucho antes de escribir y leer la gente contaba historias. El cuento es ese hijo de la expresión oral que nos convirtió en humanos.

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