Mi amigo escritor: Amistades literarias

Samuel Segura

19 February 2025

Si realmente cuesta tanto decir algo sobre la amistad, entonces se materializa otra idea: que a diferencia del amor o la política, que no son nunca lo que parecen, la amistad sí es lo que parece. La amistad es transparente.

J.M. Coetzee en Aquí y ahora

 

 

1.

Mi amigo escritor inició su perorata diciendo que no tenía amigos escritores. Porque, dijo, se la pasaban hablando de “su obra”. Del reciente premio que habían ganado. De la beca que habían recibido. De los ejemplares que habían vendido. Del proyecto en puerta (que aún no se había escrito, pero como si lo estuviera). Dijo que prefería entablar amistad con pintores, “los artistas más extremos y extraños; los menos pretenciosos, los menos insufribles. Los artistas más artistas de todos los artistas”, dijo. (Cormac McCarthy dijo, o dejó ver en alguna entrevista, que solo era amigo de científicos.)

Mi amigo escritor, que era mi amigo, luego dijo que era amigo de personas reales, comunes y corrientes. “Lejos de la actividad del arte. Entre más lejos mejor.”

Debe estar exagerando, pensé al escucharlo.

Hasta que tuve a mi primer amigo escritor que no era él.

Se llamaba Pierre. O eso decía.

Pierre usaba boina y saco con coderas. Gafas de pasta circulares. Bufanda en pleno verano. Siempre llevaba un libro bajo el brazo, aunque lloviera. Era ligeramente alcohólico, fumador y marihuano. Llevaba la cabellera (aunque se estaba quedando calvo) y la barba largas, descuidadas.

Escribía poemas en servilletas mientras bebía en caros cafés, aunque no trabajaba y el dinero que tenía lo recibía de quién sabe dónde.

Pierre solo hablaba de literatura y de sí mismo. De sí mismo en la literatura. La verdad era un poco cansado escucharlo; demasiado después de una hora. Jamás preguntaba por el otro. Por quien tuviera enfrente. Por lo regular tachaba a sus colegas de mediocres. Nadie era tan buen escritor como él.

 

2.

La escritora Chelsea Cain sube a X una foto en la que aparecen dos perros. Uno es de ella y otro del escritor Chuck Palahniuk. Al menos eso intuyo. Porque son amigos. Chelsea y Chuck. Los imagino a cada cual sujetando por la correa a sus pequeños perros, paseando en chanclas por donde sea que vivan mientras conversan de todo menos de sus libros. Quizá hablen sobre Tom (Spanbauer). Y recojan las heces perrunas con bolsitas que parecen de plástico, pero que son reciclables. Y se rían. Y se abracen. Y a veces discutan. Sí, a veces. Como hacen los amigos de a deveras.

En Plantéate esto, Chuck (de quien quisiera ser amigo, aunque quizá esté más cerca de ser su acosador –porque le doy like a muchas, no a todas, jeje, de sus publicaciones en redes sociales–) mencionó una anécdota donde ella (¿o era con Monica Drake, amiga suya también?) se molestó con él porque no coincidían en sus opiniones políticas, lo cual afectó a las literarias, pero ahora que la busco en el libro no la encuentro (de ninguna de las dos).

¿Por qué habré pensado en eso que quizá nunca existió? Quizá porque una amiga mía, escritora también, recién dejó de hablarme.

Otra amiga escritora me dejó de hablar poco antes.

Y otra amiga escritora me dejó de hablar mucho antes, pero ya me habla de nuevo.

Algún amigo escritor desapareció de mi vida. Por ejemplo, Pierre.

(Bueno, la verdad es que no eran escritores. Aunque pensaban que sí.)

Y entonces recuerdo un meme que tampoco encuentro, donde una serie de escritores medievales se elogian mientras se clavan dagas en las espaldas.

 

3.

Es conocida la escena en la que Vargas Llosa le da un puñetazo en la cara a García Márquez. Morbosísimo, Jaime Bayly la desgrana en su más reciente novela: Los genios. Arguye que el motivo del golpe fueron “líos de faldas”. El ojo morado lo retrató el fotógrafo mexicano Rodrigo Moya. En la imagen, Gabo luce sonriente con la marca que rompió aquella amistad, la cual se fundamentó, primero, en la relación alumno-maestro. Como tal, Vargas Llosa escribió (hace siglos) el libro García Márquez: historia de un deicidio, donde el autor peruano explora la biografía del autor colombiano, quien era su ejemplo a seguir a pesar de que era, apenas, diez años mayor.

Bayly habla de ello en alguno de sus video-podcast en Youtube. Habla de su propia amistad con el Nobel peruano y de cómo también se terminó (no así con su hijo, el otrora autor Álvaro Vargas Llosa. Ambos afines a la derecha política).

Y es que el tema de la amistad entre escritores, no sé por qué, justo llama al morbo, al chisme desmedido, como si las amistades entre estos tuvieran algo de especial respecto a las amistades comunes y corrientes o a las amistades entre otros artistas (ahora que lo pienso: no sé si nos interese tanto la amistad entre músicos o entre cineastas, por ejemplo).

Podríamos detenernos horas para hablar al respecto (de la amistad, primero, y de la amistad entre escritores, después), pero tengo apenas diez minutos (o menos) para tratar, como escritor y como amigo que he sido (malo en ambos casos), de hablar del asunto. Supongo que un punto de arranque es el detalle, la precisión y la sabrosura con que los escritores pueden develar, a partir de la palabra escrita, aspectos de su intimidad.

4.

Hace poco vi la portada de un libro que desconocía y el cual versa sobre la amistad que sostuvieron Hannah Arendt y Mary McCarthy. No tenía idea de que hubieran sido amigas. De que se hubieran conocido, siquiera. Entre amigas, se llama el volumen, y este contiene la correspondencia que la pensadora y la escritora sostuvieron a lo largo de 25 años.

En ese libro, por ejemplo, Mary McCarthy escribe:

Trabajé bastante bien en mi novela (Una vida encantada), hasta hace tres semanas, cuando empezaron a llegar las visitas y me sentí obligada a distraerlos. Una de las cosas sobre las que ansío hablar es sobre un problema relacionado con mi novela, que trata de la gente bohemia y el dogmatismo de la ignorancia. O del estado ruinoso de la epistemología.

 

Hannah le responde, varias cartas después:

 

Estoy completamente de acuerdo contigo en que todas estas personas se comportan como filósofos burlescos porque están inmersos en una situación que solamente los filósofos, a lo largo de toda nuestra historia, se han atrevido a afrontar. La respuesta socrática nunca sirvió en realidad, porque la vida consigo mismo, sobre la cual se sustenta, es la vida del pensador por antonomasia: en la actividad del pensamientos estoy en compañía de mí mismo: ni con otra gente, ni con el mundo como tal, como lo está el artista.

Lo mismo ocurre, en un periodo mucho más breve (tres años), en aquel libro en el que Paul Auster y J.M. Coetzee intercambiaban cartas por correo: Aquí y ahora. Ahí Coetzee (de quien no supe algo tras la muerte de Auster) escribe:

 

He estado pensando en las amistades, en cómo surgen, en por qué duran –algunas– tanto tiempo, más tiempo que los compromisos pasionales de los que a veces se considera (erróneamente) que son tibias imitaciones. Estaba a punto de escribirte una carta sobre todo esto, empezando por la observación de que, teniendo en cuenta lo importantes que son las amistades en la vida social, y lo mucho que significan para nosotros, particularmente durante la infancia, resulta sorprendente lo poco que se ha escrito sobre el tema.

 

Paul le contesta:

 

Esa es una cuestión a la que he venido dando muchas vueltas a lo largo de los años. No diré que haya llegado a una postura coherente sobre la amistad, pero para contestar tu carta (que ha desatado en mí un torbellino de ideas y recuerdos), quizá sea este momento de intentarlo. [...] Un ejemplo de la vida real: durante los últimos veinticinco años, uno de mis amigos íntimos –quizá el más cercano que he tenido en mi vida adulta– es una de las personas menos charlatanas que he conocido nunca. Es mayor que yo (me lleva once años), pero tenemos mucho en común: ambos somos escritores, estamos estúpidamente obsesionados con los deportes, los dos casados desde hace mucho con mujeres excepcionales y, lo que es más importante y difícil de definir, albergamos cierta sensación inexpresada, pero compartida, de cómo hay que vivir…

Salvo que lo conociera o fuera su lector asiduo, las amistades entre escritores que no me interesan del todo no me interesan del todo, pero sus posturas vitales, sus reflexiones, sin duda pueden interesarme más. En ese sentido, quizá eso ocurra con Borges, de Adolfo Bioy Cazares, el primer libro (que se extiende por más de mil páginas) en el que pensé cuando me instaron a escribir sobre el tema de la amistad entre autores. Estos dos (Biorges, les apodaron de plano, porque su amistad se extendió por cincuenta años) llegaron al punto de escribir juntos, como en el libro Alias o en El libro del cielo y el infierno.

En la película Queer, reciente adaptación cinematográfica del libro Marica, de William Burroughs, puede verse en varias secuencias al personaje que interpreta a Allen Ginsberg. (O a alguien muy parecido.) Es harto conocida la amistad entre los autores llamados beat, cuya flexibilidad escritural –y sexual– fue tema toral de su trabajo. Estos autores, quienes eran viajeros incansables e insaciables del México de aquella época, también trabajaron juntos. Por ejemplo en Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques o en Las cartas de la ayahuasca. En el segundo, tema de la película, Bill le escribe a Al con toda la franqueza y libertad posibles sobre diversos aspectos. Como harían dos amigos.

 

 

5.

He estado en reuniones de escritores en las que los unos despedazan a los otros. Ahí donde las palabras querido o estimado no significan lo que significan. Son, como a veces en las cartas, meras cortesías. En ellas estuvo Pierre con todo y su boina. Por lo regular, en las reuniones la cosa va sobre el trabajo, sobre lo mala que es la novela de alguno. O su poemario. O sus ensayos. O sus cuentos. Casi nunca atacan la integridad moral del otro salvo cuando empiezan a sacar los trapos más sucios y sórdidos y declaran, altivos, con la barbilla bien en alto, que cómo es posible, que ellos jamás le harían daño a nadie. Que ellos no.

No parecen escritores (porque, insisto, no lo son): personas incapaces de mirar más allá y al interior del alma humana. Mucho menos amigos. Son simples y llanos enemigos. Hipócritas. Competidores.

Ese era Pierre.

Mi amigo escritor era lo contrario. Era mi amigo. Ya falleció. Aún lo extraño.

En Cuchillo, Salman Rushdie habla de la importancia que tuvieron sus amigos al momento en que sufrió el atentado al que 30 años antes lo habían condenado. Cuando, a pesar de eso, otros escritores lo vilipendiaron (y siguió ocurriendo luego del ataque). Entonces Rushdie menciona a sus amigos escritores que le dieron su apoyo moral. Entre ellos los autores británicos Martin Amis o Hanif Kureishi, quien se accidentó después del atentado de Rushdie, en Navidad, quedando parapléjico. En sus respectivas desgracias, hablaban por teléfono. Así lo cuenta Kureishi en esta entrevista. No puedo imaginar un escenario más oscuro y devastador entre amigos escritores que el padecido por estos dos. Pues es en la adversidad más absoluta donde se ve a los verdaderos.

Si acaso se tienen.

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