Prólogo
Hace apenas unos días me llamó el Dr. Juan Salvador Avilés, director del Instituto Sinaloense de Cultura, para informarme que recibiría el Premio Nacional Letras de Sinaloa 2024. Uno esperaría una actitud digna de mi parte, como en esa pintura en que Maximiliano recibe, en el Palacio de Miramar, a los conservadores mexicanos que le ofrecían la corona de México; pero ni soy Habsburgo ni estoy dispuesto a morir fusilado por una causa perdida. Yo más bien quedé tan pasmado ante la noticia que apenas pude balbucear algunos monosílabos y vagas palabras de agradecimiento.
La verdad es que no soy bueno para la improvisación, para las palabras echadas al aire; ahí no radica mi talento. Lo mío, lo mío, lo mío siempre ha sido la escritura, la invención de historias, la construcción de pequeños mundos en donde situar a mis personajes. Lo mío es soplar vida a esos personajes y darles una razón de ser. Eso sí: le prometí al doctor Avilés que después del shock trataría de escucharme más inteligente de lo que parecí durante la llamada, más merecedor de la distinción que se me otorga.
Doctor, haré lo posible.
Quiero agradecer al Instituto Sinaloense de Cultura y al jurado que me seleccionó para recibir este reconocimiento. Asimismo, al Colegio de la Frontera Norte por haberme postulado.
Este reconocimiento es muy relevante para mí; por una parte, por tratarse de un premio nacional en el que se reconoce mi trayectoria como escritor, pero mucho más importante aún por ser un premio sinaloense. A Sinaloa, Sonora y las dos Baja Californias nos hermana una cultura similar. Se siente en nuestras costumbres, nuestro lenguaje y nuestra forma de enfrentar la vida: con brío, con humor, con resistencia y perseverancia.
1. Fronterizo
Damas y caballeros, tienen aquí a un escritor norteño, como ustedes, y me describo ahora como lo hice en un texto titulado Misa Fronteriza, que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica:
Hermanas, hermanos: Mi nombre es Luis Humberto y mi religión es la frontera. No se dejen engañar: soy más alto de lo que parezco, menos bruto, más miope, mejor novio, peor amante, enaltecido padre de familia, ridículo comediante de palabras (...) Mi nombre es Luis Humberto y cargo la Frontera en mis bolsillos; hecha pedazos, doblada para que no haga bulto y me dejen cruzar con ella en las aduanas del mundo.
Escribí la Misa hace 22 años y todavía no he encontrado una mejor manera de describirme. Tendría que agregar otros detalles, por supuesto: no soy de esos escritores a quienes le gusta lo fino, el caviar, el ballet y la música clásica. No. A mí que me inviten a las luchas, a comer tacos de canasta y a los bailongos donde suena Ramón Ayala, los Tigres del Norte o Valentín Elizalde. Es la música de mi gente, de mi familia y, sobre todo, de mi madre. Estoy ante ustedes esta noche, no solo como escritor galardonado, sino, sobre todo, como el hijo de la Yoya Marrón. ¡Qué orgullosa estaría la Yoya de ver a su Luisumberto tan festejado!
2. Sinaloense
Ya que me recuperé de la impresión que me causó la llamada del doctor Avilés. Al poco tiempo compartí la buena nueva entre mis redes sociales. Mucha gente me felicitó pero no faltaron los que me dijeron que no sabían que yo era sinaloense.
Reproduzco aquí un diálogo que tuve con un amigo de Guamúchil, el Piojo:
—Ah, pos yo no sabía que tú también eras de Sinaloa.
—No, Piojo, yo soy bajacaliforniano.
—¿Qué no se llama el premio “letras de Sinaloa”?
—No —aclaré—. Se llama “premio nacional letras (pausa) de Sinaloa”.
—Pos yo no le veo la pausa —me dijo—. Me suena que el premio es para nacionales de Sinaloa. Como yo.
—Te lo explico de otra manera, Piojo: el premio es de Sinaloa, pero las letras pueden ser de cualquier lugar.
Se quedó mirando mi compa como dudoso, así, de lado y con un ojo mas cerrado que el otro. Según parecía, yo no lo iba a convencer y ni caso tenía intentarlo. Lo que pensé es que al fin y al cabo no tiene nada de malo que crean que soy sinaloense. Total: me sé divertir como sinaloense, sé bailar como sinaloense y pues si no soy diablo, ¿cómo es que huelo tanto a azufre?
3. Famoso
Leí en las redes hace poco que un compa se preguntaba desde cuándo se sabe que un escritor es un escritor. Dio una explicación muy sesuda que contemplaba la cantidad de libros publicados y la respuesta positiva de los lectores y críticos. “No lo sé, Rick, parece falso”, me dije. Para mí la respuesta es mucho más sencilla: uno es escritor desde que redacta textos dirigidos a un grupo de lectores, por más reducido que este sea.
Publiqué mi primer libro en 1988, yo tenía 26 años. Si soy escritor desde que salió ese libro, entonces ¿yo qué era cuando lo escribí?
Empecé con historias, poemas y obritas de teatro cuando era estudiante de preparatoria y recuerdo perfectamente que no escribía para mí mismo sino para hacer reír a mis amigos y para enamorar a las muchachas. A los 18 años ingresé a mi primer taller literario con la firme convicción de que yo era un grande de la literatura y solo me hacía falta la validación de un maestro.
El taller me ofreció una oportunidad única. Por primera vez me enfrentaba a un grupo crítico de lectores, coordinado por un maestro que sabía mucho más que yo. Huelga decir que no recibí ese espaldarazo que tanto anhelaba. En realidad fue una prueba bastante ruda porque al maestro no le gustaban mis cuentos. Fue un aprendizaje importante: la escritura no solo es redactar, también es revisar y reescribir. Los cuentos y las novelas se trabajan como lo haría un escultor, golpeando su pieza de mármol, con destreza y paciencia, hasta obtener el resultado que busca.
Como todo joven, yo soñaba con publicar libros para volverme famoso y aparecer en la tele y ser reconocido en las calles por turbas de entusiastas fanáticos. La curiosidad no mató al gato, fue su propia ingenuidad. Muy pocos se vuelven así de famosos y por supuesto que yo no soy uno de ellos. ¿Que quién ganó el premio? ¿Cros… qué? ¿De dónde? ¿De Tijuana?
Reproduzco aquí otro diálogo que tuve con el Piojo, mi amigo de Guamúchil:
—Pero Luis Humberto —me dijo—, ¿cómo puedes decir eso? Eres bien súper retefamoso.
—¿Cómo crees, mi Piojo? Famoso, famoso, Juan Gabriel.
—Pos yo no sé nada de literatura —argumentó mi amigo—, pero para mí sí eres famoso, aunque la gente no te conozca.
No se puede ser famoso y desconocido a la vez, quise decirle al Piojo; pero, la verdad, nunca le vas a ganar a un compa de Guamúchil, así que ni le seguí.
4. Humor
Durante la llamada telefónica con el doctor Avilés le dije que yo nunca me he considerado de las personas que gana premios. No se trataba de falsa modestia sino de hechos concretos: años de enviar libros y cuentos individuales a concursos en donde ni siquiera he recibido una mención. De hecho, la última vez que gané algo fue a principios de este siglo y no fue un premio literario sino un horno de microondas en una fiesta navideña.
Sin embargo, el tiempo me ha dado oportunidad de hallar una explicación a ese continuo fracaso. Soy un escritor de frases cortas y párrafos breves. Construyo historias a partir de la concisión, lo mínimo, en donde solo busco narrar lo necesario, lo apenas perceptible. Además, me atrevo a hacerlo, por lo general, desde un punto de vista humorístico. Es difícil convencer a un jurado que busca grandes narraciones y una seriedad absoluta en el escritor.
Parece que me burlo todo el tiempo, que no tomo nada en serio. Es una generalización, aunque debe tener algo de verdad. Suelo reírme de lo que me abruma y de lo que percibo como absurdo o ridículo en la sociedad. Me apoyo en la herencia de escritores ancestrales: desde Aristófanes hasta Jorge Ibargüengoitia. Pero no tendría sentido hacerlo si no supiera, primero, reírme de mí mismo:
Me río de las pretensiones de aquel joven de 18 años que fui.
Me río de ese primer libro tan lleno de dicha y errores.
Me río de mi panza cada vez que la veo en el espejo.
Me río de insistir en ser escritor en un país dominado por Nétflix.
Me río de lo que ahora, a mi edad, me cuesta trabajo hacer, alcanzar o recordar.
El humor siempre ha sido una parte esencial de mi vida. No lo planteo. No me pregunto: “¿a ver cómo le hago para ser chistoso en esta novela o este duscurso?”. Tiene que ver con una forma personal de ver el mundo, un instinto natural. Es posible que se lo deba a aquel primer taller literario, el humor como mecanismo de defensa. Es posible también que sea herencia de la Yoya, quien me dijo: “Si tú eres el primero en reírte de ti mismo, ¿qué daño te pueden hacer los demás?”
5. Fronteras
Es muy absurdo, como escritor, plantearse el éxito como meta. El escritor se profesionaliza poco a poco conforme trabaja, produce y se enfrenta a sus lectores. Ahora puedo decir que mi acercamiento al tema de la frontera se distingue por un estilo muy personal e identificable. Pero eso mismo nunca fue mi objetivo, fue más bien el resultado.
Yo veo las fronteras del mundo como cicatrices, forjadas a través de enfrentamientos, guerras dolorosas. El azar me ubicó frente a una de ellas en un tiempo en donde yo solo sabía observar lo que existía a mi alrededor. Como dicen los Tigres del Norte, “yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó”.
Mis historias hablan de lo cotidiano y muy pocas veces de lo noticioso: sobre ser papá, sobre ser hijo de la Yoya, sobre mis múltiples empleos, sobre emborracharme y llegar crudo a mi casa, sobre Tijuana que se ha convertido en una bestia incontenible. Aprendí desde muy joven que nuestro Norte no es una sola cosa, sino una amalgama que incluye tanto malas y vergonzosas noticias como profundas muestras de humanidad. Nunca me clavé en las historias de violencia, lo que vende más libros, sino que me importaron más las vivencias de la gente, el porqué de sus decisiones, su lucha por sobrevivir.
Siempre he sido un apasionado de la literatura, la música y el cine. La imaginación me conduce a transformar lo que observo, a buscarle un sentido. Y me da por combinarlo todo, por conjuntar mis pasiones para crear una ficción propia. Por eso en mis libros los personajes triunfan y fracasan como cualesquiera de nosotros. Son soñadores y tienen delirios y se imaginan cosas que no existen para los demás, solo para ellos. Me he dedicado a escribir sobre quijotes que optan por vivir una fantasía en lugar de enfrentarse a la difícil realidad. Son locos y soñadores como yo. Por eso digo que la escritura es la peor y la mejor de mis enfermedades mentales. No descarto la posibilidad de que no soy yo quien recibe este premio, sino que estoy felizmente encerrado en un manicomio, imaginándolos a ustedes en un sala vacía.
6. Dedicatoria
Les confieso que el hijo de la Yoya ha tenido un año formidable. Con la publicación en Random House de mi libro más reciente, El ultimo show del Elegante Joan, decidí hacer lo que nunca había hecho: un recorrido por distintas ciudades. Esta misma semana lo presenté en Hermosillo. Empecé en Coyoacán hace varios meses, siguieron Juárez, Guanajuato, Irapuato, León, Xalapa, Saltillo, Monterrey, Durango… Es parte de mi propio festejo: regresar al mundo de las publicaciones después de 14 años. Mi libro anterior se publicó en 2010.
Algunos dicen que 14 años sin publicar es mucho tiempo. En ese lapso surgió una nueva generación de lectores que nunca había oído hablar de mí. Como muchos de ustedes.
—Pero tu regreso fue un exitazo —me dijo el Piojo—. Un montón de raza que no te conocía está bien entusiasmada por tu nuevo libro.
Es por demás discutir con el Piojo. Le digo que me espere un momentito porque quiero hablar por primera vez, en público, de esos 14 años de ausencia.
La última vez que visité Los Mochis, vine a presentar mi novela Tijuana: crimen y olvido. Tuve un presentador de lujo, un hombre que me honró con su sagacidad e inteligencia lectora. Me refiero a Álvaro Rendón Moreno. Esto fue el 22 de marzo de 2011. Treinta y cuatro días después recibí la noticia de que Álvaro había muerto en circunstancias inconcebibles. ¿Cómo pudo suceder esto a un hombre cuya única pasión era su familia, sus estudiantes, la literatura?
En esa misma época, Tusquets reeditaba mi libro Instrucciones para cruzar la frontera. Incluí esta dedicatoria:
A la memoria del maestro Álvaro Rendón Moreno,
feroz amigo, lector y crítico, abatido por las balas
que asesinan a México, el 25 de abril de 2011.
“Las balas que asesinan a México” era un comentario que dirigía a nuestro presidente de ese entonces, Felipe Calderón, que había emprendido una guerra inútil contra el narcotráfico.
Después de recibir la noticia de Álvaro, caí en una tremenda depresión que me hizo cuestionar el sentido de mi vida y de la escritura. No digo que su muerte fue lo único que detonó mi autoexilio, pero fue parte de ello porque me caló, me caló profundamente.
Tardé 14 años en levantar la cabeza y buscar publicar mis historias. Ahora, con la cabeza en alto, y de nuevo ante ustedes me pregunto si México es menos violento que hace una década.
Es cierto que las políticas de un mal gobierno propiciaron la tragedia de Álvaro Rendón, pero los gobiernos cambian y las noticias parecen ser iguales. Somos un país azotado y azorado por la violencia. Pero les digo una cosa: yo tengo la firme convicción de que cada mexicano inocente que muere de esta forma, cada hombre, mujer o niño que desaparece sin dejar rastro, nos pertenece “a todos”. Conocidos o desconocidos son nuestros muertos y nuestros desaparecidos. Si a todos nos pesara la muerte de los demás, como nos pesa la muerte de un pariente, no habría fuerza humana que nos detuviera. No solo exigiríamos el fin de la violencia, sino que lucharíamos por obtenerla. Y ustedes saben bien que una bola de gente encabronada puede hacer más por este país que un puñado de gobernantes.
Yo no sé cómo Los Mochis vivió el duelo por perder a Álvaro. Yo no sé qué homenajes se le hicieron o quién lo sigue mencionando en sus recuerdos y sus discursos. Por mi parte, esta noche y este premio se lo dedicó a él.
Lo repito para dejarlo claro: deseo dedicar el Premio Nacional Letras de Sinaloa 2024 a la memoria del maestro Álvaro Rendón Moreno. Asimismo, a todas las víctimas y a todos los familiares que viven su duelo y que aún esperan una respuesta, un cierre definitivo a nuestra tragedia nacional.
Por adelantado pido disculpas por no hablar exclusivamente sobre literatura en un evento cultural, pero ¿qué escritor, que se considere como tal, podría guardar silencio y olvidar?
Epílogo
Reitero mi agradecimiento al Instituto Sinaloense de Cultura, al Colegio de la Frontera y al jurado, formado por Geney Beltrán, Ave Barrera y Kyra Galván. También extiendo mi agradecimiento al gobernador Rubén Rocha Moya por continuar con la importante tradición de este premio.
Extiendo mi agradecimiento a mis maestros y mentores, desde José Agustín, quien me enseñó que la palabra es una arma filosa que no tiene por qué ser aburrida, hasta mis maestros talleristas: Ignacio Betancourt, Sergio Gómez Montero, José de Jesús Sampedro y David Ojeda, de quienes aprendí sobre la generosidad de compartir el conocimiento con la gente más joven.
A la Yoya Marrón, por supuesto, que siempre pudo comprarle un libro a su niño, aunque muchas veces no alcanzara para comer.
Gracias a mis maestros de vida (a falta de hermanos) Roberto Castillo Udiarte y Francisco Morales. Hay mucha gente que me ha acompañado en el viaje, pero faltaría tiempo para agradecerle a todos. Sin embargo, comparto con ustedes otra dedicatoria, la que aparece en El último show del elegante Joan: “A Karla Rojas Arellano porque me halló en un puesto de chácharas y se dedicó a reparame. Arregló, calibró, engrasó, cambió el aceite viejo… Y tras observar en mí un nuevo brillo, una nueva vitalidad, decidió regresarme al mundo de los objetos útiles”.
Por Karla, por Álvaro y por ustedes, ¡salud!
Los Mochis, Sin., noviembre 20 de 2024