- El capitán Ramón Arnaud, protagonista de La Isla de la Pasión de Laura Restrepo: cumpliendo una misión absurda en un precario atolón perdido en el Pacífico, él y una treintena de personas (entre ellas mujeres y niños) esperan durante meses al barco que inexplicablemente no llega a proveerlos de víveres. Cuando por fin arriba, se les informa que hay una revolución en México y se les invita a subir a bordo y dejar la isla, pues quizás no tengan otra oportunidad de salir de ahí. Alegando que fueron enviados para resguardar el (mísero) territorio, Ramón dice: Debo cumplir mi deber; nos quedaremos. ¡Jodeeeeeeeeer! Hasta al menos avispado le resulta claro que esa decisión podría costar muchas vidas (y, de hecho, es así); sin embargo, todos la acatan, prácticamente sin chistar. No diré que este se parece al caso de los suicidas de Guyana, pero sí que me lo recuerda.
- El anónimo y exitoso escritor que protagoniza Con amor tu hija de Jorge Alberto Gudiño: durante unas vacaciones en su casa de playa, presa de una conmoción erótica que primero cree producida por la veinteañera amiga de su hija y luego sabe que en realidad proviene de esta última, va dejando llegar la situación a límites abismales y luego incluso los propicia. Padre e hija, nada menos. Incesto, uno de los mayores tabúes. Pero lo verdaderamente estremecedor es que luego de… cohabitar se reconocen enamorados y se proponen seguir adelante para siempre, así sea necesario combatir contra el mundo. Dado el poder con el que está escrita, esta lectura me descuadró, lo reconozco, y no me siento capaz de emitir un juicio moral (sobre los personajes, claro). Pero sí de decir que estamos ante un par de flagrantes lunáticos.
- Todos los personajes de El reloj de sol, de Shirley Jackson. (Advierto que aquí debo ser cauto, pues no quiero incurrir en ningún spoiler.) Confinadas en una enorme mansión, siete personas, entre ellas un hombre en silla de ruedas y una niña, reciben un mensaje que les indica perentoriamente: sólo podrán sobrevivir al inminente fin de los tiempos si permanecen ahí, juntos, enclaustrados. La situación es aterradora y da lugar a situaciones ominosas y macabras. A paranoias y sospechas casi fundadas. A la cabal y completa locura.
- Fabián Alfaro, personaje principal de, precisamente, Demencia, de Eloy Urroz. El mundo parece empecinado en jugar con él, particularmente al llevarlo a una relación con una mujer que no tarda en amenazar su cordura en más de un sentido. La vida cotidiana, antes llena de dulce monotonía, se le vuelve amenazante porque ya no concuerda ni con su percepción ni con su memoria. Hay una tremenda escena casi al final donde la interacción de dos cuerpos hará que el lector dude también de su cordura y tenga más de una pesadilla.
- Y de postre: todos los personajes cuyos casos reseña Ignacio Solares en Delirium tremens. A uno de ellos, un enano se le subía en el pecho cuando estaba recostado y procedía a regañarlo minuciosa y concienzudamente por todas y cada una de sus faltas. La narración es clara y evidencia un afán de describir y de entender que jamás es moralizante. Los lectores sabrán que, en efecto, el alcohol puede abrir una puerta a la locura… y al infierno.