Al acercarme a Alberca vacía (Lumen, 2022) únicamente sabía, por su contracubierta, que en su interior había una serie de ensayos que la autora había publicado con anterioridad. La información contenida ahí realmente no me decía mucho, pero el título, en cambio, me hacía pensar en muchas cosas.

Para mí una alberca sin líquido implicaba falta de mantenimiento, abandono y deterioro, pero conforme fui transitando por cada uno de los pensamientos de Isabel Zapata concebí que hay otras formas de experimentar el vacío: la oquedad se encuentra acompañada de experiencias y recuerdos, pero sobre todo nos deja ver que hay diferentes formas de habitar o deshabitar un espacio.

13 ensayos cortos conforman este libro en el que somos parte de las remembranzas de la autora, de su intimidad y de su forma de entender sus pérdidas, lo que la rodea e incluso a ella misma. Este recorrido inicia con “Mi madre vive aquí”, una reflexión sobre la biblioteca de su progenitora, que lleva a la autora a pensar en los recuerdos que evocan los objetos, en la apropiación de lo que dicen las palabras y, sobre todo, en la vida privada que posee cada libro.

¿A qué se refiere con esta vida privada? A la forma en la que nos relacionamos con cada obra y sus historias: las anotaciones que hacemos, las frases que subrayamos y todo lo que nos dice o dijo en un momento. 

“Leer los libros que mamá anotó es hablar con ella, y la conversación es una forma del amor. Así fue como vencimos a la muerte”.

Por su parte, en “Contra la fotografía”,Isabel Zapata se cuestiona lo que pasa con los retratos. ¿Realmente capturan la realidad o es el fotógrafo quien decide lo que se reproducirá en cada foto? Esta pregunta es el puntapié de este ensayo que surge a partir de la remembranza de una foto de su madre y del tiempo que se tardó en reconocerla. Considera que con el afán de querer perdurar los recuerdos, tendemos a construir nuevos, a protegerlos y guardarlos como la reminiscencia de algo que en un tiempo ocurrió.  

Sin embargo, al hacerlo, congelamos ese instante que tuvo lugar en un tiempo y espacio; le quitamos su brevedad y sustancia: lo aplanamos en una imagen que con el tiempo no nos dice nada, pues solo es un ángulo de lo que fue o se construyó en el momento que fue captada.

Muchas lecturas están detrás de cada una de las palabras de la escritora y traductora proveniente de la Ciudad de México, que más que brindarle autoridad o certeza a lo que dice, nos invitan a leerlas y pensar acerca de la forma en que nos relacionamos con lo que nos rodea: los animales, la música, el ruido, el silencio, la memoria y las propias palabras. Y es que todo esto, sin duda, forma parte de todas aquellas experiencias que nos construyen y llenan ese espacio que somos.

En particular, en Alberca vacía, la autora reflexiona sobre el vacío y la pérdida: ya sea el duelo por un ser querido, el olvido, la intranquilidad y la desobediencia. Asimismo, nos invita a comprendernos como espacios profundos, los cuales se van llenando o vaciando; a veces, se les agregan escaleras y otras flores. En algunos momentos nos sentimos náufragos en esa profundidad y otras simplemente somos unos niños disfrutando del agua. Sin embargo, cada uno de estos espacios tiene su historia, sus recuerdos, sus aguas y su forma de entender la vida.   

Isabel Zapata escribe con nostalgia y nos comparte sus recuerdos e intimidad, sabiendo que nos hace parte de sus pensamientos y decisiones, pero nos lleva a pensar en las nuestras y entender un poco más allá de lo que hay detrás de una foto, de una traducción, de un sonido o de una acción. Y precisamente esta es una de las grandes cualidades de este libro, pues encontramos en hechos tan comunes, como asistir a un bufet, una forma diferente de entendernos y reconocernos con los demás. 

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