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En búsqueda de la utopía Lawrenciana
Aldo Fabián López Cruz comment 0 Comentarios

La plenitud en la vida es algo que todo ser humano busca, de una u otra forma. En la novela Nudo de Alacranes, Fernando Alday es un mexicano residente en Carolina del Sur, Estados Unidos, quien se ha dado cuenta (al menos así lo cree firmemente) que la vida que se forjó por más de veinte años en ese país es solamente un espejismo, siente que su labor en la universidad no es valorada como se debe y que los estadounidenses juzgan injustamente a los mexicanos. Finalmente llega a la conclusión de que la plenitud verdadera se encuentra en México, al lado de su antigua pareja: Irene Dávila Cienfuegos.

“…un profesorcillo de español con ámpulas de novelista en un estado donde el español no le interesa a nadie y en un país donde mi lengua es un exotismo venido de más allá del Río Bravo…”

Catedrático de profesión, pero escritor por convicción, tiene un gran anhelo: volver al país y formar una comunidad de artistas afines a él, en algún lugar alejado de la sociedad, en Oaxaca, viviendo sólo para el arte, así como ejercer el amor en sus propios conceptos. Justo como su ídolo literario, el escritor inglés D.H. Lawrence, intentó hacer hace casi cien años en ese mismo estado de la república.

“Lawrence me dio el ejemplo de desposesión y fe en mis libros y en mi arte”.

Fotografía por Lady Ottoline Morrell, D.H. Lawrence, 29 November 1915

Pero tal decisión es tomada justo después de una serie de eventos ocurridos en Estados Unidos. Es así como, narrando en primera persona sus vivencias en un país ajeno al suyo o remontándose por momentos a su niñez y juventud, Alday relata las causas y acciones que lo llevaron a cometer un asesinato. Una escalofriante confesión.

En las páginas se relata la forma en que vivía el  protagonista, sus actividades con familia, amigos y compañeros de trabajo, sus dichas, preocupaciones y los momentos cotidianos que le dan felicidad por ratos a su día a día.

“Más o menos de esta forma, como por generación espontánea se ensanchaban las comunidades latinas en Estados Unidos…”

Dentro de ese pequeño universo desfilan personajes de diferentes procedencias, carácteres y formas de pensar: su esposa María, con quien tiene una relación de comprensión, respeto y amor mutuo, y quien además lo escucha al expresar sus ideas y pensamientos. Sus hijos, Luciano y Alberto, dos adolescentes a quienes los padres han amado y procurado con buena educación, cultura y arte. Un nuevo colega, el simpático pero sumiso Braulio, quien con el paso del tiempo será uno de sus mejores amigos, así como su esposa Beatriz, quien es todo lo contrario a María: desconfía de todo aquel que no piense como ella, es conservadora y autoritaria en la relación con su pareja, incluso llega a prohibirle los placeres más sencillos.

Y así desfilan más personajes interesantes, como la mexicana Verónica, quien en su juventud fue víctima de  violencia por parte una pareja mayor que ella, pero logró salir adelante. O el gringo Philip, quien es un hombre de edad madura, desinhibido, despreocupado y con cierto desahogo económico gracias a una mujer con la que vive.

Es notoria la dedicación que Eloy Urroz puso en la creación de estos personajes. El autor de La mujer del novelista simplemente, sin juzgar, pone sobre la mesa evidencias de que, tanto hombres como mujeres, corren el riesgo de desarrollar una actitud posesiva y autoritaria en las relaciones de pareja.

Eloy Urroz en milenio.com, fotografía por Paula Vázquez.

Simultáneamente a su confesión, Alday cuenta la vida de su ídolo David Herbert Lawrence, uno de los escritores más prolijos, geniales y censurados del siglo XX. Se relatan las circunstancias en que el famoso autor vivió y creció, cómo maduró y desarrolló sus ideas, pensamientos y teorías en sus novelas, ensayos y poemas; así como su particular visión de la vida, las relaciones sexuales y sentimentales.

“¿De dónde ha salido este maestro rural de ensortijados pelos rojos? ¿De los Midlands? ¿Y dónde mierda queda eso? En medio de Gran Bretaña, tirando hacía el norte, donde nada bueno puede ocurrir”.

Cuenta también cómo el escritor vivió en varios momentos de su vida huyendo de la sociedad, de las formas tradicionales de vivir, incluso cómo fue perseguido por la ley debido al hecho de pensar diferente y atreverse a volcar todo ello en su arte. Revela que era un escritor perfeccionista, capaz de reescribir una y otra vez sus obras hasta quedar satisfecho, así como su singular talento para crear y describir  lugares e historias.

“Devolverle al hombre un estado de plenitud cósmica extraviado por culpa de la industrialización, el progreso, la mecanización, la tecnología y toda esa mierda».

Relata los pormenores de las relaciones tormentosas que vivió el autor de El amante de Lady Chatterley con sus padres y más tarde detalla las parejas que tuvo, en especial su relación con la que sería su esposa: Frieda von Richtofen. También, durante el recorrido biográfico se sabe de las relaciones (tanto positivas como negativas) que Lawrence tuvo durante su breve vida con personalidades literarias como John Middleton Murry, Katherine Mansfield, Aldous Huxley o H. G. Wells.

Aldous Huxley en 1947.

«…mas no sólo estamos conectados con otros seres humanos, sino sobre todo con la naturaleza y el cosmos, a los que hemos perdido de vista”.

Esta idea de, en cierta forma rendirle un homenaje a su ídolo literario por parte de Urroz, resulta uno de los atributos más sobresalientes del libro.

Resaltan personajes como Gracián Méndez y Álvaro García, dos amigos mujeriegos de Alday, pero con visiones muy distintas acerca del sexo opuesto: Gracián es un hombre al que no le importa hacer sufrir a las que le aman, mientras que Álvaro es un enamorado eterno incapaz de tener una relación seria.

Otros personajes entrañables para el narrador son Ocho, su gran amigo de la infancia, y la hermana mayor de éste, Mónica. Ocho es un hombre de aspecto poco agraciado, de personalidad noble, casado con una mujer que, más que amarlo, parece despreciarlo. Mientras que Mónica sólo es descrita en su juventud, es atractiva, un poco mayor que el protagonista pero muy madura en sus decisiones.

Un momento destacable es cuando Fernando Alday conoce a Irene, lo describe como un suceso fuera de lo común, ya que la joven posee una belleza muy particular y se siente fuertemente atraído, tanto sexual como sentimentalmente.

“…la piel de Irene era perfecta, sus piernas igual, sus ojos, los más bellos que he visto en mi vida: de azabache u obsidiana líquida… La forma en que cogimos fue sagrada, pura, y eso lo sé porque yo no había cogido así con nadie…”

Enseguida de ese encuentro, se relata brevemente la violenta vida familiar que ha sufrido la joven, así como un abuso sexual del que es víctima a muy temprana edad.

Y otro momento sobresaliente es cuando la narración transcurre en México. Ahí el protagonista se encuentra con un país muy cambiado, otro espejismo, como él mismo lo llama, y extrañamente parece sentirse como el propio Lawrence se sintió cuando pisó por primera vez estas tierras. Alday y sus amigos son testigos de primera mano del desastre que es la nación. Debaten sobre el arte, la vida, la política, las condiciones económicas, la sociedad y la religión.

“Entre más ricos y pudientes, más católicos y persignados, y entre más católicos, menos humildes y empáticos”.

“¿Telepatía? ¿Connivencia de espíritus? ¿Mera coincidencia de egos enloquecidos?”

Una vez más, en la novela se ponen sobre la mesa aspectos de la sociedad, de la convivencia entre seres humanos, sobre las posturas de la mujer y el hombre en ella. Se tocan temas como la liberación sexual y el feminismo para que el lector saque sus propias conclusiones.

“Al final, no importan los hechos. Importan las impresiones: los hombres ven lo que desean ver, cada quien oye lo que quiere oír”.

De esta forma es como Urroz entreteje ficción con biografía, cuidado y exactitud, uniendo a dos personajes de épocas distintas hacia un mismo objetivo.

Para finalizar, independientemente de sus desenlaces, ya sea en la vida de Lawrence como en la confesión de Alday, (aun con sus obvias posturas extremas y poco convenientes para algunos respecto a la búsqueda de la plenitud humana) se asoman momentos de introspección y reflexión que no dejarán indiferente al lector al concluir la novela.

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