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Ellas escriben Latinoamérica. Una carta a Ewan MacGregor y Charley Boorman
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El 18 de septiembre de 2020 la plataforma de streaming AppleTv estrenó los tres primeros episodios de la serie Long Way Up. Siguiendo a sus predecesoras Long Way Round (2004) y Long Way Down (2007), la serie documenta la tercera travesía de Ewan MacGregor y Charley Boorman está vez por Latinoamérica. Un viaje de 20,900 kilómetros que comienza en Ushuaia, la esquinita del fin del mundo en la Patagonia, y termina en Los Ángeles, California, una extensión de Latinoamérica en chiquito.

Fiel a su formato, la serie no es sólo un retrato de la belleza insólita del paisaje latinoamericano, sino también de las personas que lo habitan. En cada episodio vemos al actor y al presentador sorprenderse por la educación bilingüe que reciben los pueblos mapuches; o por las carreteras apenas delineadas por la grava y la tierra y los charcos y el lodo y los baches profundos; o por la presencia constante de índigenas en las calles de las ciudades grandes, el 43% del total de la población; o por los barrios antiguamente dominados por los cárteles de la droga que, ahora, son atracción turística por su oferta cultural; o por las construcciones autosustentables que intentan detener la crisis climática negada por Bolsonaro y otros tantos. “El sol y el viento son el futuro”, dice orgulloso uno de los habitantes de la Patagonia. O por la visa obligatoria que deben solicitar los ciudadanos nortemericanos si quieren pisar tierras bolivianas y que la producción de la serie nunca se molestó en tramitar; o por el olvido de Centroamérica de la que hay que pasar de largo o de lejitos; o por los laberintos de la burocracia y los aeropuertos y las aduanas; o por la guerra intestina que se libra en México por el control del territorio y que se “tunea” en series de televisión; o por la crisis humanitaria de los migrantes.

Estimados Ewan y Charley:

No sé. Viendo la totalidad de los episodios de Long Way Up pienso que si en los meses previos a su travesía hubieran leído un puñado de libros escritos por mujeres latinoamericanas su visión de estos 20,900 kilómetros hubiera sido distinta. No sé si peor. No sé si mejor. Pero sí distinta. Probablemente, la lectura de Ellas hubiera amortiguado su sorpresa o su desencanto debido a que las cosas “funcionan” diferente, aquí, en América Latina. Porque Ellas están pensando Latinoamérica. Porque Ellas están escribiendo Latinoamérica.

Por ejemplo, la escritura pulcra de Selva Almada les hubiera dicho más de aquellas zonas de Argentina arrasadas por el viento y el sol y la soledad y la violencia. Por ese paisaje desolado, húmedo, caluroso que ustedes recorrieron y que Almada describe de forma precisa, de forma exacta, donde transitan personajes sólidos, con voz propia y sonora, no céntricos sí periféricos, a los que cruzan múltiples violencias ya sea interiores, ya sea exteriores de las que no pueden escapar. Nada es gratuito en ellas y ellos. Los personajes de Almada encarnan el fanatismo, la masculinidad tóxica, la pobreza como destino, el incomprensible y grave problema de los feminicidios que cobra la vida de una mujer argentina cada 23 horas, los apegos y el cariño de la sangre, las formas cotidianas de la violencia que nos lastiman, la memoria y la nostalgia que nos construye como seres humanos. La destreza lingüística y literaria de Selva Almada hace que se desplace sin ninguna dificultad y con toda soltura por la ficción y la no ficción.

Libros de la autora para los tiempos muertos del viaje: Chicas muertas (Literatura Random House, 2014), El desapego es una manera de querernos (Literatura Random House, 2015), No es un río (Literatura Random House, 2020), Ladrilleros (2013).

La joven escritora Belén López Peiró los hubiera advertido, de una forma dolorosa y personal, especialmente personal, sobre lo horrible y enojoso que es la burocracia en América Latina. ¿Se imaginan que ese infame lleva y trae de papeles y sellos oficiales y tiempos de espera que ustedes y su equipo apenas experimentaron en fronteras y aduanas y aeropuertos estuviera al servicio de la impartición de justicia y verdad en un caso de abuso sexual?, ¿o de la reparación del daño? López Peiró hace de su escritura un laboratorio donde coinciden fragmentos de diario, búsquedas en Internet, recortes de periódicos, mensajes de celular, diálogos fragmentados, transcripciones de expedientes y leyes, fotografías… Los lenguajes diversos y otros paratextos, a veces, sí son suficientes para verbalizar lo doloroso que es asumirse como víctima de abuso sexual; lo doloroso que es que el agresor sea alguien de tu propia familia; lo doloroso que es denunciar ante un sistema judicial indolente y esperar (¡por años!) justicia y verdad; lo doloroso que es que la sociedad apunte con su moral dudosa y dedo acusador a la víctima y no el victimario; lo doloroso que es que los sistemas de justicia sean una burocracia cansina.

Libros de la autora para los tiempos muertos del viaje: Donde no hago pie (Lumen 2021), Por qué volvías cada verano (2018).

Y sí, las mujeres desde hace tiempo escriben latinoamérica: no sin dificultades de toda índole [estimados Charley e Ewan: inserten aquí toooooodas las que se les ocurran por más insólitas que les parezcan]. Por fortuna, más escritoras están llegando a las librerías. Más escritoras están siendo leídas en espacios no académicos y analizadas en espacios académicos. Más escritoras están experimentando con discursos diversos, herramientas literarias varias y formas narrativas distintas al canon. Más escritoras están despedazando los géneros y los están volviendo a escribir, o a reescribir, o a reinventar…

Para muestra: Mariana Enríquez. Sus cuentos y novelas transitan por aquello que se nombra como terror social y que, según la crítica, no es más que la hibridación de las convenciones, los tópicos y los elementos de género de la fantasía y el terror con cuestiones sociales. ¿Parece sencillo? No lo es. En su literatura lo cotidiano se vuelve pesadilla (¡porque Mariana Enríquez demuestra que la realidad es la verdadera pesadilla!). La autora argentina tiene la imaginación y, sobretodo, la destreza literaria y verbal para construir ambientes y atmósferas que inquietan y sofocan, que producen miedo y desconcierto, que perturban y enojan, que hacen que la piel se erice y la garganta salive en seco. Los personajes que habitan estos espacios incómodos acercan y repelen todo el tiempo a las lectoras y a los lectores debido a su construcción paradójica, compleja, verosímil. Y lo sacuden. Y jamás los pueden sacar de su cabeza. Basta recordar a las hermosas quemadas que protestan contra la opresión del patriarcado y la violencia doméstica de forma extrema y se vuelven virales. A la fiscal Marina Pinat que, en su búsqueda por esclarecer el asesinato de dos jóvenes de la periferia a manos de la policía, le revienta en la cara lo que significa ser pobre en Buenos Aires (y en cualquier parte de América Latina): un muerto en vida o, peor aún, un desecho tóxico digno de un río de aguas negras. El muerto espera soñando. A las amiguitas que “juegan” con la ouija y que, sin proponérselo, logran comunicarse con uno de sus familiares desaparecidos durante la cruenta dictadura argentina. A Helena – una ente difícil de definir- que forma parte de una extraña legión de fans del grupo Fallen. Que, cansada de pertenecer a ese enjambre ruidoso de adolescentes, ofrenda la vida de una fiel seguidora de la banda para ascender al grupo de las Luminosas, criaturas no humanas que se encargan de crear no leyendas sino dioses del rock and roll. Las historias de Mariana Enríquez no entretienen, emocionan. No tranquilizan, inquietan. Retumban en nuestras cabezas porque: ¿qué es más terrorífico que una dictadura y las múltiples ausencias y heridas que deja?, ¿qué es más horrible que la violencia en sus varias formas en contra de las mujeres?, ¿qué es más desesperanzador que una relación más de odio que de amor entre un padre y un hijo?, ¿qué es más indignante que los polis te digan en la cara que eres una escoria de este carnívoro sistema social? Nada es más feo que sobrevivir a estas pesadillas cotidianas y anormales.  

Libros de la autora para los tiempos muertos del viaje: Éste es el mar (Literatura Random House, 2017), Las cosas que perdimos en el fuego (2016), Los peligros de fumar en la cama (2017), Nuestra parte de noche (2019).

Ewan y Charley si su travesía por Argentina duró cinco semanas, le hubiera dado tiempo para una última parada literaria: Samanta Schweblin. La crítica la ubica entre los límites de lo fantástico y el terror. Sin embargo, estas categorías son estrechas, pues no describen con exactitud la maquinaria narrativa bien calibrada de la autora. Las tramas de sus historias parten de situaciones reales, pero a medida que las acciones avanzan y los personajes responden a este entorno las anomalías emergen y la oscuridad aparece y los elementos inquietantes e, incluso, sobrenaturales se van sucediendo sin previo aviso. Y toman por sorpresa a los personajes. Y toman por sorpresa a l@s lector@s… La literatura de Schweblin es, entonces, una literatura del desasosiego o de cómo lo irreal se cuela en lo real y destruye el aparente orden lógico de las cosas. Pienso, por ejemplo, en lo pareja de padres -enojados entre sí- del relato “Pájaros en la boca” y cómo lidian con la peculiaridad de que su hija, ahora, devora pájaros. La imagen es bastante poderosa en sí misma. Avanzamos en la trama a tontas y a ciegas, igual que el padre de la chica. También pienso en la lista que lee obsesivamente la protagonista de “La respiración cavernaria” y que es una especie de muleta o bastón para andar por esa vida que poco a poco se desmorona -como su memoria-. Deseamos que las palabras no se escapen o se pierdan de esa lista, de la mente de la anciana, del cuento. En la narrativa de Schweblin el miedo se origina en lo real y lo insólito solo lo acentúa: así lo demuestran los celulares con ruedas disfrazados de siniestros animales de peluche. Que lo mismo están en Alemania que en Oaxaca, que en Guatemala o en Perú. Y que deciden sin miramientos: ¿Quién es digno de ser observado? ¿Quién es digno ($) de observar? En otras palabras, las redes sociales tasan el valor social de una persona. Esos animales de peluche vouyeristas condensan muchas de las obsesiones temáticas de Schweblin: la vejez sórdida, el abandono, la monotonía inquietante, la fragilidad de la cordura y la fuerza del delirio, la pérdida de los vínculos afectivos, la paradoja de que los humanos están conectados con el mundo cuando, en realidad, están más solos que nunca viendo su propio reflejo en las pantallas, la falsa democracia de Internet. La narrativa de Samanta Schweblin delega en nosotras y nosotros, l@s lector@s, la responsabilidad de interpretar y, a veces, concluir sus historias con esos magníficos finales abiertos o, también, de responder las preguntas -nada fáciles- que sus textos nos escupen en cada página. Al respecto la autora señala: “Cuando uno escribe, escribe en el papel y en la cabeza del lector. Y eso que se escribe en la cabeza del lector no es algo dejado al azar”.

Libros de la autora para los tiempos muertos del viaje: Kentukis (Literatura Random House, 2019) Pájaros en la boca y otros relatos (Literatura Random House, 2018), Distancia de rescate (Literatura Random House, 2020), Siete casas vacías (2015).

El 25 de octubre de 2019 se llevó a cabo una marcha multitudinaria en la historia reciente de Chile. A miles de kilómetros de donde ustedes y su equipo rodaban, Ewan y Charley, más de 1,2 millones de personas se concentraron en calles y plazas para evidenciar la aguda desigualdad social que aqueja al país, condenar la brutalidad políciaca de los pacos, criticar un sistema económico y político que es inhumano y derogar la Carta Magna que data de 1980. Sí, de los tiempos de Augusto Pinochet. A combos, fuego y sangre, las ciudadanas y los ciudadanos chilenos orillaron a un plebiscito y un año después el #YoSíApruebo ganó. En otras palabras, la actual Constitución de Chile será reescrita por un órgano paritario de mujeres y hombres. Nada que se yergue sobre una maquinaria del horror -persecución, tortura, secuestro y desapariciones- debe perdurar. “Borrar tu legado será nuestro legado”. El arte de fabular de Nona Fernández es infinito. Basta con abrir unas pocas de sus obras para darse cuenta que la dicotomía obsesiva memoria-olvido y sus implicaciones puede contarse una y otra vez; desde diferentes voces y perspectiva; en múltiples lenguajes, estructuras y discursos: y todas las veces es distinta. Fernández construye su narrativa sobre un diálogo entre dos universos que en apariencia son distintos, pero que sí se miran bien de cerca –como ella lo hace- funcionan igual. Lo mismo un videojuego, que unas sondas espaciales, que una telenovela, que un programa de televisión norteamericano de los ochentas le sirven a la autora para reflexionar sobre los mecanismos de la memoria, el desasosiego de la ausencia, los hoyos negros en la historia de Chile, la sevicia, los límites del lenguaje y los ejercicios de la imaginación. Su narrativa emerge en diferentes recursos retóricos que intensifican el sentido de sus ideas y tensan el significado de sus palabras. Sin excesos ni complicaciones, urde imágenes sólidas y sugerentes, además de secuencias narrativas audaces que cimbran y conmueven: El hombre que tortura [recuerda] “las primeras marchas. / La gente salía con carteles de sus familiares desaparecidos./ A veces pasaba entre esa gente. / Veía a esas señoras, a esos señores. Miraba las fotos que andaban trayendo y yo decía: / ellos no saben, pero yo sí sé dónde está esa persona,/ yo sé lo que pasó con él.”.

Libros de la autora para los tiempos muertos del viaje: La dimensión desconocida (Literatura Random House, 2016), Voyager (Literatura Random House, 2020), Fuenzalida (2012), Space Invaders (2018).

Tras la revuelta social de 2019, los movimientos feministas en Chile han tenido una mayor repercusión en la sociedad no sólo a nivel  local, sino mundial. Muchas mujeres, en diferentes latitudes e idiomas, ejecutaron con mucha rabia digna, pero también con esperanza y alegría el performance: Un violador en tu camino del colectivo de Valparaíso Las tesis. Con mucha emoción les cuento, Ewan y Charley, que las mujeres chilenas se están organizando para redactar la primera Constitución con perspectiva de género. Se busca que se garantice el derecho a una vida libre de violencia, a la salud sexual y reproductiva, que se acorte la brecha salarial entre hombres y mujeres, y que se  garantice su presencia en los espacios de decisión, entre otros muchos derechos. Todo lo que reclama, de una u otra forma, Lina Meruane en su célebre diatriba Contra los hijos. Desde mi lectura, no es que la autora chilena desee que l@s hij@s dejen de existir de tajo, lo que busca, a partir de una revisión histórica, es que todas y cada una de las opresiones biológicas, sociales, económicas y políticas que ciñen con fuerza extrema a las mujeres – hasta casi asfixiarlas- se cuestionen y, por ende, cambien o dejen de existir. El mandato de la maternidad, es uno de ellos. En su arenga, la autora expone con extrema lucidez la continua exigencia, por no decir persecución, hacia las mujeres que decidimos NO tener hij@s. Somos seres descompuestos a los ojos de la sociedad. El egoísmo nos gana. Esta subversión al patriarcado la pagaremos con infelicidad, con soledad… y demás chorradas y maldiciones que se les ocurran. Sin embargo, el asedio hacia las mujeres que decidieron tener hij@s también existe y es igual o peor de grave. El fin último de este sistema patriarcal es violentar una y otra vez a las mujeres y poner en constante tela de juicio sus actos y decisiones. Meruane señala que lo que la sociedad espera de las mujeres que decidieron maternar es que sean máquinas y no seres humanos que cumplan, al pie de la letra, con todos y cada uno de los ideales impuestos a la maternidad y que, además, sean productivas en un mundo laboral, en un mundo intelectual. En otras palabras, l@s hij@s desplazan, l@s hij@s deshumanizan. Lo anterior plantea preguntas bien puntuales: ¿y si la maternidad es más dolor que emociones sublimes? ¿Y si la maternidad viene acompañada de una sensación de inmenso abandono? ¿Y si el Estado y las políticas públicas no están diseñadas para soportar esa maternidad ideal? Las mujeres lo están cuestionando todo, Ewan y Charley, y el resultado son libros de una valía literaria enorme. Drásticos y severos en su escritura. Por cierto, las ideas de Lina Meruane con respecto a la desacralización de la maternidad encuentran eco en la tremenda novela Casas vacías de Brenda Navarro o en el lúcido y personal ensayo de Jazmina Barrera, Línea Nigra.  

Libros de la autora para los tiempos muertos del viaje: Contra los hijos (Literatura Random House, 2018), Sistema nervioso (Literatura Random House, 2018), Sangre en el ojo (Literatura Random House, 2016).

Y volvemos al camino. En su paso por Bolivia, Liliana Colanzi hubiera sido una extraordinaria compañera de viaje. Sus dos volúmenes de cuentos hibridan lo paranormal, las superticiones exotizadas, lo raro, las alucinaciones y la idiosincracia y tradiciones ancestrales de los pueblos indígenas, ese 43% total de la población, con los elementos característicos de la modernidad. “Me interesa mucho este fantástico que trata de encontrar la extrañeza dentro de lo cotidiano y en la que el suceso sobrenatural ocurre como parte de esta especie de borramiento o extrañamiento con respecto a la vida contidiana. Mis cuentos exploran esa vena…”.  Si pasaron por Perú no se hubieran olvidado de Gabriela Wiener. Sus extraordinarias crónicas e inteligentes relatos autobiográficos apuntalan cuestiones que a la sociedad le incomodan: la aceptación de la fealdad, las relaciones sexo-afectivas múltiples, la infertilidad y la maternidad subrogada como negocio, la migración y sus mútiples soledades, la prostitución como forma de vida, etc. El humor y la ironía son los principales recursos narrativos de Gabriela Wiener para hacer críticas punzantes al mundo en que vivimos. Ya en Ecuador, se hubieran hecho acompañar por cualquiera de los libros de Mónica Ojeda. En ella, lo siniestro es lo que construye todas y cada una de las relaciones que retrata: madres e hijas, dioses blancos y feligreses, internautas y la deep web, las creepypastas y los seres que las alimentan. Ojeda constantemente experimenta con la escritura a mútliples voces, lo fragmentario del discurso, las elipsis y otros recursos retóricos, la mezcla de lenguajes formales e informales, la cultura pop.

Dato curioso: todas Ellas han migrado a otras partes del mundo y lo problematizan en su escritura. Como le sucede a Gabriela Alemán. Quien es de nacionalidad ecuatoriana, pero nació en Río de Janeiro y salda sus deudas con Paraguay y Bolivia y Nueva Orleans en sus relatos y novelas. Ella hurga en los álbumes de familia, los fraudes radiales, los mundillos académicos, la ilusión encarnada en llamadas telefónicas que nunca llegan, lo agreste de las selvas o el corazón de las tierras áridas de latinoamericana, la migración europea hacia América, la dictadura, el poder y la corrupción. Tiene la destreza de contarnos historias a dos tiempos, que se complementan. Como Gabriela -personaje- que después de diecisiete años regresa a Paraguay para reencontrarse con una parte de su historia íntima, personal: la guerra del Chaco. Gabriela -autora- escribe un corazón de las tinieblas y redefine conceptos como política -una galantería entre machos-, democracia -un fraccionamiento de la crueldad y de la intriga-, mundo -huele a destrucción permanente. Y a vida si la quieres ver-, guerra –el deber es primero, el derecho después-, lenguaje –Si querés entender una palabras, tenés que saber sus otros significados y ver la conexión que le permite que forme parte del todo-,  lepra –Alfredo Stroessner y su gobierno autoritario-.

Libros de esta última autora para los tiempos muertos del viaje: Humo (Literatura Random House, 2018), La muerte silba un blues (Literatura Random House, 2014).

Pilar Quintana es una escritora caleña. Ha publicado seis libros. Uno de ellos: Caperucita se come al lobo provocó una tremenda polémica en Chile. En 2015, el Ministerio de educación distribuyó unos 283 ejemplares de este libro de cuentos de alto contenido erótico y sexo explícito y seducción no consensuada y violencia física muy fuerte en las bibliotecas de escuelas y liceos públicos de todo el país. La indignación alcanzó, en muy poco tiempo, a toda la sociedad chilena, que exigió de inmediato la “reparación del daño”. Al final, el libro fue retirado de las bibliotecas públicas y olvidado en alguno de los sótanos del ministerio. No, Ewan y Charley, el relato no es una “versión rasca y bien degenerada de las Cincuentas sombras de Grey[1], es una reactualización del cuento clásico de Charles Perrault donde Caperucita roja responde a unos cuestionamientos nuevos bien básicos: ¿qué pasaría si la Caperucita roja deja de ser una adolescente infantilizada, vulnerable e inocente hasta la ingenuidad?, ¿qué pasaría si en vez de experimentar el amor idealizado, la Caperucita roja le hace caso a su deseo sexual?, ¿qué pasaría si la Caperucita roja ahora es seducción y peligro? Esta reactualización de historias tradicionales o cambio de foco y lugares de enunciación de temas tabúes, hace que la escritura de Pilar Quintana sea cruda, dolorosa, directa, perversa, iluminadora, honesta, angustiante, sensible, perturbadora, memorable… Como la relación de Damaris y su perrita Chirli, una compleja metáfora de la maternidad, de la culpa, la derrota y la vergüenza, del clasismo y la discriminación, de los cuidados en la crianza: “Vas a matar a ese animal de tanto tocarlo”, de la destrucción del amor de pareja. La escritora caleña logra fusionar, con una precisión y una fuerza extraordinaria en sus palabras, la vorágine del paisaje con las emociones convulsas y violentas de los personajes que construye:  “[…] Arriba las copas de los árboles se juntaban y abajo cruzaban sus raíces. Los pies se le enterraban en la alfombra de hojas muertas del suelo y se sumió en el barro y ella empezó a sentir que la respiración que escuchaba no era suya sino de la selva”. Quintana recién ganó el premio Alfaguara de novela 2021, con su novela Los abismos. Y la plataforma de streaming Netflix acaba de estrenar la película Lavaperros, cuyo guion cinematográfico escribió junto a Antonio García.   

Libros de esta autora para los tiempos muertos del viaje: La perra (Literatura Random House, 2017), Caperucita se come al lobo (Literatura Random House, 2021), Los abismos (Alfaguara, 2021), Coleccionistas de polvos raros (2010). 

De la esquinita más violenta de centroamérica, emerge la narrativa radical y extraordinaria de Claudia Hernández. Sus cuentos brevísimos son verdaderos golpes secos a las tripas y al cerebro. Lo mismo habla de los 80,000 muertos de la guerra civil, que de la fauna -los pobres- que viven en alcantarillas u hotelitos de paso, que de los juegos macabros de una niña para comprender la muerte de su abuela, que de la lluvia de caca -una metáfora de la resignación- que los habitantes de una ciudad equis celebran. De una sociedad destrozada, pues. 

“Luces en el cielo”. Así se titula la crónica con la que abre el brillante libro de Fernanda Melchor: Aquí no es Miami. Estimados Charley y Ewan, pienso que una extraordinaria forma de pasar el tiempo en México, en vez de tunear un camión destartalado para cruzar el territorio nacional en modo incógnito, hubiera sido la lectura de ésta y otras crónicas de Melchor. La anécdota por más sencilla que parezca retrata nuestra inocencia o falta de barrio ante el enorme y complejo problema del narcotráfico: una niña, entusiasmada por el fenómeno ovni, descubre con desencanto que aquellas luces que un día iluminaron el cielo de Veracruz no eran naves espaciales, sino avionetas cargadas con cocaína. El mismo desencanto -un bonito eufemismo para el encabronamiento e indignación- provocó la estrategia de seguridad del presidente mexicano en turno: televisar, con lujo de reflectores, todas la aprehensiones del malo más malo de la semana. ¿El tráfico de las drogas se acabó? No. ¿Volvió la paz y seguridad a México? Tampoco. Lo que sí pasó es que se multiplicaron las guerras intestinas por el control del territorio nacional y la producción de drogas. Lo que sí sucedió es que los negociazos ilegales derivados de éstas y otras penosas situaciones proliferaron en México. Como lo relata la propia Melchor en “Una cárcel de película”, un codicioso Fidel Herrera cierra el penal de Ignacio Allende argumentando que las bandas criminales lo tienen captado. Cerca de 1000 personas privadas de su libertad son trasladadas a otras cárceles de Veracruz. Al poco tiempo, Mel Gibson, bajo la dirección de Adrian Grunberg, filma buena parte de su película Get the Gringo en el penal deshabilitado. Ni el comisionado de cinematografía del estado de Veracruz, ni la producción de la película aclararon nunca si hubo pago de por medio por la renta del penal o si se trató de un préstamo buena ondita. Lo que apuntala Melchor en éste y otros textos es que lo que sucede en un microcosmos -hacinamiento, precariedad, discriminación, violencia, opresión, humillaciones y olvido: caldo del cultivo del rencor social- no es más que una alegoría de lo que acontece a gran escala en el país. Como en su reciente novela: Páradais. Melchor nos vuelve a situar en un espacio cerrado, ahora un fraccionamiento residencial de lujo, donde dos adolescentes de clases sociales distintas estrechan un lazo de odio y borracheras. Ambos rumian sus respectivas fantasías y problemas: uno sueña con seducir a una atractiva mujer casada; el otro, con renunciar a su empleo de mierda. La imposibilidad produce barbarie. La reconstrucción de un crimen permite a Fernanda Melchor en Páradais cavilar sobre la violencia de género, el clasismo, la miseria, el erotismo más oscuro, el descontento social, la desobediencia…  

Libros de esta autora para los tiempos muertos del viaje: Aquí no es Miami (Literatura Random House, 2018), la extraordinaria Temporada de huracanes (Literatura Random House, 2017) sobre la que han corrido ríos y ríos de tinta, Páradais (Literatura Random House, 2021).    

Y aquí termina nuestro viaje literario, Ewan y Charley. Mi despedida consiste en una mala paráfrasis de Terencio: a las mujeres nada de lo humano le es ajeno… Porque Ellas están pensando Latinoamérica. Porque Ellas están escribiendo Latinoamérica.

Atentamente,

Graciela Manjarrez

Pd. Libros de autoras latinoamericanas para cualquier otro momento de sus vidas: Mugre rosa de Fernanda Trías (Literatura Random House, 2021), Entre los rotos de Alaíde Ventura Medina (Literatura Random House, 2020), Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara (Literatura Random House, 2017), Tiempo muerto de Margarita García Robayo (Alfaguara, 2017), Chaleco antibalas de María Venegas (Literatura Random House, 2015).


[1] Para saber más sobre esta polémica literaria con tintes políticos se puede escuchar el episodio que Radio ambulante produjo. De ahí retomo las palabras de la cita: https://bit.ly/31H1ZzH.

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