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El vacío de pensar en el futuro
Citlalmina Guadarrama comment 0 Comentarios

Pocas cosas expanden la imaginación como pensar en el vacío del espacio y los millones de cúmulos de galaxias moviéndose a través de la inmensidad de ese vacío. Pero la imaginación que propicia la lectura de Este vacío que hierve (Alfaguara, 2022) no sólo conduce al vacío cósmico, sino al de la propia existencia en un mundo tan pequeño y a la vez tan fascinante donde no podemos hacer otra cosa que seguir flotando, mientras nos consumimos de a poco.

Con referencias memorables como la de la serie alemana Dark sobre viajes en el tiempo, algunos atisbos de fatalismo millennial y un lenguaje de divulgación científica que deja muy buen sabor de boca, Jorge Comensal imprime en su segunda novela una realidad, construida a base de juegos con el tiempo, en la que vemos a la CDMX dentro de ocho años. Un pequeño salto al futuro suficiente para abrir una ventana creativa en la que la humanidad sigue viviendo mientras carga el vacío que llevamos ya algunos años construyendo.

Y es que el vacío se siente en cada página acompañado de una necesidad imperiosa por llenarlo. Lo vemos en el alcoholismo de Rebeca, abuela de la protagonista, consumida por un secreto oscuro que nubla el recuerdo de su hijo y se refleja en la imagen de su nieta. En todos los intentos de Silverio, vigilante del panteón, por recuperar y fortalecer su relación con su hija. Y por supuesto en la protagonista, Karina, que vive con un vacío afectivo del que no es completamente consciente sino hasta que este se convierte en un vacío de identidad, el cual busca llenar al unir las piezas que le han ido faltando a lo largo de su vida, en especial con su historia familiar.

La soledad de cada uno de los personajes es el eje de su propio crecimiento. Por un lado, Karina es estudiante de un doctorado en física que además trabaja en una nueva teoría de la relatividad explorando así ese anhelo tan humano de darle sentido al universo que habita. Un aspecto muy interesante de la construcción de la protagonista es el escape de la propia realidad que la mayoría de nosotros busca de distintas maneras, en su caso se da a través de la fantasía, traducido en sus aficiones otakus como los mangas de Junji Ito, un llavero de One Piece o su Bon-dana, aquel altar japonés dentro de la ofrenda de Día de muertos. Por su parte, Silverio lidia con el estigma de mal padre, el trabajo precarizado y una curiosidad infinita que lo lleva a ser un experto en los nombres e historias de los personajes enterrados en el panteón. Curiosidad que posee también su hija Daenerys en quien descansa toda la esperanza de Silverio -y podría decirse que de toda la novela- y cuya forma de demostrarlo es el apoyo a su creciente activismo ambiental y antiespecista.

La elección del panteón Dolores como cuna de la historia es por demás acertada. Pues al ser el más grande de la CDMX y el más antiguo de uso civil, funge como una imagen de la ciudad misma con todos sus contrastes. Esa ciudad en la que vivimos hoy en día y que se pudre entre corrupción y desigualdad, pero que también florece con su tradición. El fuego que allí comienza prende la mecha de las historias circundantes de todos los personajes que entretejen por completo la novela.

Este vacío que hierve incita a pensar en un futuro que ya está aquí. Un futuro para reflexionar hacia donde nos dirigen las decisiones -tanto colectivas como individuales- que se están tomando en la actualidad. Es por ello que se ve tan parecido a nuestro presente en el que el vacío nos calienta como en una bañera que va subiendo la temperatura sin que lo notemos pero que poco a poco acabará por hervirnos.

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