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El último buen beso
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Pero me pagan por encontrar a otros, no por perderme yo.

James Crumley

Han pasado unos días desde que terminé de leer El último beso (Salamandra, 2020) y ahora puedo decir que es quizá una de las mejores novelas negras que se hayan escrito en los últimos años. Protagonizada por C. W. Sughrue, quien combina por temporadas, su profesión como detective privado buscando personas desaparecidas o atendiendo un bar, luego de haber regresado esposado de la guerra de Vietnam y después de realizar un máster en literatura inglesa e intentar ir dos copas por delante de la realidad y tres por detrás de la borrachera.

Sughrue, es soltero, estuvo a punto de casarse, pero su pareja le rechazó por su mal carácter. Su lengua soez y sus arranques de genio le suelen ocasionar problemas. A veces actúa como un hombre sin corazón, sin embargo, ahora tiene la misión de dar con el paradero de Abraham Trahearne, un famoso escritor quien ha desaparecido y que no tardará en hallar metido en un local de mala muerte de la Costa Oeste ahogado en alcohol, acompañado por “Fireball”, un bulldog adicto a la cerveza y custodiado por la gentil Rosie Flowers, dueña del bar y del temperamental perro. Es ella quién pondrá a prueba las habilidades de nuestro sabueso al encargarle que dedique unos cuantos días en buscar a su hija, Betty Sue Flowers, desaparecida hace diez años y de la que no sabe nada al respecto.

Por supuesto que la honestidad de nuestro héroe sale a relucir, ya que Sughrue cree que es más una pérdida de dinero que de tiempo el buscar a alguien así, pero todo cambia cuando se le unen a la aventura el alcohólico Trahaerne y el sediento “Fireball”, dando comienzo a una novela con un refinado estilo road movie, llena de un humor ácido, escenas violentas, diálogos irónicos, persecuciones con un plano secuencia sin cortes, disparos a media noche, sexo en exceso y demasiados litros de alcohol, dando como resultado que la fascinación de Sughrue por la enigmática Betty Sue Flowers aumente kilómetro tras kilómetro.

El último beso es la obra con la que James Crumley inicia la serie protagonizada por C. W. Sughrue, quien en ese momento Tiene 38 años. Cabello negro, nariz rota, patizambo y con panza de bebedor. Viste Levi’s y sudaderas, los días de fiesta se pone los Levi’s buenos. Tiene una formación aceptable, aunque no es un tipo sofisticado. Bebe más de lo debido, aunque ha aflojado el ritmo tras tocar fondo. Además de tenerle miedo a los aviones por lo que conduce una modesta Chevrolet El Camino, un híbrido entre un sedán y una camioneta, color rojo fuego con techo de vinilo negro con la que atraviesa no sólo Denver, San Francisco, Montana sino también una infinidad de moteles de mala muerte y bares de carretera.

Es cierto que uno de sus puntos positivos es el lenguaje que utiliza Crumley, mismo que va envolviéndote a cada página, algo que se agradece pues al ser una traducción, Enrique de Hériz ha sabido captar la esencia de las frases ingeniosas, los ácidos diálogos y las descripciones de los lugares y personajes logran permanecer en el imaginario del lector así como el olor a tabaco y sexo después de una noche de fiesta.

También cabe mencionar la existencia de varias referencias a los años 70, como es la vida después de la guerra de Vietnam, el auge de las comunas hippies o la incipiente industria del cine XXX. Es en ese ambiente en el que Sughrue tiene que lidiar para ir atando cabos y entender, o al menos, hacer más tolerable esa realidad norteamericana que ya comenzaba a desquebrajarse. James Crumley no sólo ha construido al sabueso C. W. Sughrue, un protagonista tridimensional y memorable sino también una trama con varios giros de tuerca generando así uno de los cierres más sutiles y entrañables. Una obra sólida con elementos atractivos que la harán convertirse en un clásico imprescindible para los amantes del género.

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