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El despeñadero de Anna Thalberg
Alejandro Carrillo comment 0 Comentarios

La nueva novela ganadora del premio Mauricio Achar arranca cuando entran a la choza de Anna Thalberg, “y sin mediar palabra, sin explicación”, la detienen y la llevan a Wurzburgo, la ciudad más cercana, donde la encierran en la torre a donde llevan a las mujeres que aún no saben que son brujas, pero que pronto lo sabrán; a las mujeres que, acusadas de brujería, condenadas ya, aún sin la farsa de juicio, sin las torturas que vendrán en el calabozo

calabozo donde el verdugo, páginas más adelante, afilará sus instrumentos, donde postrará a Anna Thalberg, la amarrará a sus aparatos de tortura para arrancarle una confesión, para oír de sus propios labios que sí, que se encontró al hombre negro en el bosque, que se ha unido con Belial, ha participado en aquelarres y se ha regocijado en la maldad de las servidoras de Satán, habiendo engañado a su esposo

su esposo que, junto al sacerdote del pueblo, vendrán de su aldea a Wurzburgo, recorrerán juntos en la desesperación y en la esperanza, a lo largo de la novela, el camino hacia la torre negra, para pedir clemencia y salvar a Anna Thalberg

Anna que negará todo, que seguirá declarando su inocencia, página tras página, mientras Eduardo Sangarcía, el escritor detrás del virtuoso narrador de esta novela, salta, así, de forma fluida y graciosa, de forma natural y rítmica, de un personaje a otro, de una agonía a otra, de un esperar y suplicar y sufrir a otro, de un renglón

a otro, con una puntuación que permite fluir “la miel espesa como noche”, de la prosa, los rezos ingenuos, la esperanza vana de que esta mujer se salve, de que la locura de lo ocurrido hace tantos años en Europa, en América, en el corazón de la inquisición, sea esta vez diferente, aunque sabemos que no será así, que Anna ya está condenada

esa Anna que sufre y empieza a ver, a pesar de no ser bruja, a pesar de ser inocente, a un hombre echado en el bosque, un hombre que es el Diablo, un hombre dentro de su propia inconsciencia que le habla del alma y del mundo y le explica que, «para su buena fortuna, la infinitud y la consciencia no comparten el lecho», y le insiste en que no hay nada que entender; el materialismo más tosco yace detrás de las brujas, de los demonios que acechan, incluso del espíritu y de Dios, y remata con esta imagen: «El rapazuelo toma un palo y dice: tengo una espada; el hombre se toca el pecho y piensa: tengo un alma»

alma como el alma de cada párrafo de esta novela, como el alma de esta historia: sin mayúsculas, sin cortes para que fluya en el río de este despeñadero, de esta enloquecida carrera hacia el mar del tormento

tormento al que está siendo sometida Anna, en la torre, esperando no acabar como han acabado tantas, como acabarán todavía miles más, ardiendo en esa hoguera de Wurzburgo, que al final de la novela está por quemar el cuerpo de Anna, la esposa de Klaus, la feligresa devota del padre Friederick

el padre Friederick que se arrastrará por las páginas de esta breve novela, de esta vertiginosa novela, obligándose a creer a ciegas, con la fe que se le riega, que se le escapa entre las manos como el río de esta historia se desboca hasta llegar al final, salpicando la historia de la caza de brujas de este lado de la ficción, prediciendo que el odio seguirá haciendo a arder, sin control, ayuntándose con la maldad, a tantas otras brujas, a tantas otras mujeres, incluso hasta llegar, con otro disfraz, a nuestros días

estos días en los que recomiendo acercarse a este río, a este despeñadero, a esta historia de Eduardo Sangarcía para ver, para sentir, para acompañar en el tormento a Anna Thalberg

Anna Thalberg Eduardo Sangarcía Premio Mauricio Achar 2020 Premio Mauricio Achar Literatura Random House

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