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Cien cuyes, una mirada compasiva hacia el final
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Hace unos meses falleció mi abuela paterna. Si hay algo que aún tengo muy presente es que desde que su salud comenzó a aminorar, y mi padre se hizo cargo de ella, la palabra cuidar, de manera tácita y literal, se manifestó de manera constante en las conversaciones entre él y yo antes del inevitable final:

—¿Ya comiste, papá? No te malpases. (Yo cuido).

—Ya, hija. (Tú te cuidas). Antes de bajar a verla. (Tú cuidas).

—Bueno, no olvides que aquí estamos, cualquier cosa avísanos. (Nosotros cuidamos).

—Sí, tu hermana viene por mí más noche. (Ella cuida).

De modo que llegué a esta lectura —más que con el duelo de una muerte reciente encima— con la mirada dirigida hacia lo complejo que se torna cuidar de alguien en el último tramo de su vida, y si hay algo que destila por doquier en las páginas de Cien cuyes (Alfaguara, 2023), son los cuidados: su protagonista, Eufrasia, cuida, a Eufrasia la cuidan, todos se cuidan de diversas maneras.

Esta novela inédita del limeño Gustavo Rodríguez ha sido la ganadora del XXVI Premio Alfaguara de novela, destacó entre 706 manuscritos, y originalmente fue presentada bajo el título Largo viaje hacia el adiós; sobra decir que el título que adquirió al final, el de Cien cuyes, es más que preciso, es un guiño representativo del humor que la recorre de principio a fin, porque como bien lo dijo su autor durante el acto conmemorativo de la entrega del Premio: estamos ante una tragicomedia con dos pulsiones complementarias dándose pelea.

En este punto, me gustaría mencionar que, después de leerla, más que un viaje hacia el adiós lo considero un viaje hacia el origen, y es que ¿no somos aventureros, obstinados o voluntariosos de raíz?, ¿no es ese deseo de valerse por sí mismo lo que más se echa de menos y se desea recuperar a como dé lugar en la vejez?

Llegado el momento, vi a mi padre intercambiar papeles, pasar de ser el niño cuidado a quien cuidaba de su madre, y me topé de frente con una mujer mayor reclamando su autonomía, incómoda por estar del lado «menos productivo» según nuestros esquemas socioeconómicos, pero sobre todo con un minúsculo deseo de permanecer. Aquí es donde entra el gran dilema: ¿estamos preparados para ver a nuestros seres amados perderle el sentido a la vida?

Más que por sus palabras, Eufrasia se mostró impactada al comprender lo rotundo que puede ser el acto de abandonarse: nada protesta más contra la vida que un cuerpo que se deja hundir en el agua, aunque en este caso se tratara de un colchón.

Me disculpo, ya que en más de una ocasión he mencionado a Eufrasia y no he contado la importancia de su presencia en este texto. Pues bien, Eufrasia Vela trabaja como cuidadora de ancianos, cuida de doña Carmen, del doctor Harrison y posteriormente de Los Siete Magníficos; también, en menor medida, pero no por voluntad propia, cuida de su hijo Nico. Ella viene de un estrato social mucho menor al de ellos, quienes sí cuentan con los recursos económicos para pagar por alguien que les acompañe —o por lo menos les siga el ritmo— hasta el final de sus días. Para su suerte, Eufrasia no solo les acompañará sino que les devolverá algo que ya sienten irrecuperable.

Cien cuyes nos acerca a un tema tabú en nuestras sociedades: la muerte, y nos presenta las vicisitudes de la longevidad, porque sí, somos sociedades más longevas, pero ¿cúal es el costo de vivir más? y ¿en qué sitio nos coloca llegar a viejos?

Gustavo Rodríguez nos adentra en una sociedad peruana actual inundada por las diferencias sociales: de clasismo; nos habla de inmigrantes del campo que llegan a las grandes ciudades buscando oportunidades; suma a la conversación al cuy, este singular roedor originario de la zona andina asociado con la vida indígena; nos toma de la mano y lleva por un mosaico de paisajes naturales y urbanos, trayectos entre edificios lujosos y zonas bajas de la ciudad; a la vez, que nos acaricia el alma con música acompasada que acompaña hasta el momento de la despedida a más de uno. Este recorrido por la vejez y la dependencia también toma a la cultura cinematográfica como un punto de confluencia entre ricos y pobres, todos ellos sin importar su origen compartían ese lenguaje común de personajes y escenarios de ensueño.

Se podría pensar que al tratarse de una historia que involucra el tránsito a la muerte su componente principal es la tristeza, nada más alejado de la realidad, esta novela goza de una escritura luminosa que está impregnada de innumerables momentos de satisfacción por lo vivido, grandes dosis de ternura, humor, y amor en múltiples formas (incluso de cuyes) que logran que coincidan, desde los afectos y cuidados, el derecho a una vida y muerte dignas.

No, no es un libro sobre duelo, nos habla del acto de cuidar y de la compasión como vías para aliviar, confortar y apoyar a los otros en su vulnerabilidad, de la importancia de la dignidad al morir.

Recuerdo que cuando era pequeña mi abuela me pidió en repetidas ocasiones que cuando estuviera vieja por nada del mundo la dejara salir a la calle porque no quería que la gente la viera así,

—¿Así cómo?

—Vieja.

Evidentemente eso no pasó, supongo que con el paso de los años se le olvidó esa idea, la cual a mis pocos años de edad era inexplicable y excéntrica, hoy quiero pensar que era su dignidad hablando. Hace apenas unos años esa honra volvió a hacerse presente bajo un repetido: ya me quiero ir.

En el velorio de mi abuela una tía abuela se acercó a mí y con inocencia en sus palabras, que reconozco bien intencionadas y producto del aprendizaje social, me preguntó si aún no pensaba tener hijos, recalcando:

—¿Quién te va a cuidar cuando seas vieja, hija?

Solo callé, una vez más el ciclo de los cuidados se hacía presente.

Confieso que derramé varias lágrimas con esta lectura, aunque también reí en múltiples pasajes, al final agradezco mucho que existan libros como este que nos permitan hablar de la muerte con más naturalidad, con empatía y hasta con humor. Historias que nos hagan dirigir la mirada y nuestra atención hacia un tema que nos compete a todos, porque si existe una sola cosa que tenemos garantizada solo por nacer, es morir.

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