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Algunos libros indispensables de periodismo y sobre noticias que se cuentan como si fueran novelas
Carlos Priego Vargas comment 0 Comentarios

El giro emocional de nuestra época es inseparable del periodístico y afecta tanto a la crónica como al ensayo y a la entrevista; tanto al qué como al quién, al cuándo, al dónde, al por qué. Al lector contemporáneo ya no solo le preocupan los hechos, está abierto a explorar nuevos formatos

Palabras más palabras menos, en la célebre introducción de Tom Wolfe a El nuevo periodismo, el escritor estadounidense argumentó que la no ficción, por encima de la novela, se convirtió en la literatura más importante que se produjo en Estados Unidos. Durante décadas, esa fue una máxima sorprendente. Aún más inaudita fue la declaración de Wolfe de que no solo la no ficción en general, sino el periodismo en particular, se convirtió en el concert headliner de la literatura. Pero mientras Wolfe saludaba con entusiasmo —allá por la década de los 70 del siglo pasado— el triunfo de las nuevas voces de la prensa, comenzaba a tomar forma la evidencia de que una próxima etapa, más formidable, se gestaba en la evolución literaria mundial.    

Celebridades como Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa colaboraron, con sus escritos periodísticos, a borrar las diferencias entre la letra impresa para los periódicos y la letra impresa para los libros. En los treinta años transcurridos desde el manifiesto de Wolfe, un grupo de escritores se aseguró un lugar silencioso en el centro de la literatura mundial contemporánea para la no ficción de formato largo basada en reportajes e impulsada por la narrativa. Alrededor del mundo, el periodismo actual logró la plenitud que ahora disfruta gracias a la convergencia entre el deber literario y la urgencia periodística, la aparición de obras como El fuego de la imaginación (Alfaguara, 2023), de Mario Vargas Llosa; El escritor y el mundo (Debate, 2018), de V.S. Naipaul; De la estupidez a la locura (Lumen, 2016), de Umberto Eco; permiten atestiguar por qué el buen periodismo ostenta un cariz literario de orden incuestionable, pero antes que ellos aparecieron los mayúsculos artículos de autores como: Jonathan Swift, Mark Twain, Richard Steele, Josep Addison, Charles Dickens, William Thackeray o Gilbert Keith Chesterton, todos ellos también grandes novelistas.

Escribir sobre el vínculo íntimo que hay entre el periodismo y la literatura, insistir sobre las estrategias no convencionales para enterarse de los hechos, para aferrase a los datos, para reseñarse a sí mismo como individuo real y crear en los cuerpos y las historias particulares… ¿Después de Capote y Wolfe? ¿Después de Joan Didion, Alma Guillermoprieto, Leila Guerriero, Alberto Salcedo Ramos, Martín Caparrós, Gay Talese, Elena Poniatowska, Ryszard Kapuściński, Andréi Kurkov, Santiago Roncagliolo, Lawrence Wright, Sergio González Rodríguez, John Banville, Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza, Norman Mailer, Javier Valdez, Paul Theroux? ¿Después de un premio Nobel de literatura que consagró el trabajo de los cronistas? ¿Después de cien años de galardones por logros en el periodismo impreso? ¿De libros teóricos como Manual de periodismo, de Carlos Marín de antologías como La mirada inconformista, de Manuel Vázquez Montalbán? ¿Después de los nuevos jóvenes periodistas que aportan un conjunto distinto de preocupaciones culturales y sociales a su trabajo? Sí. Hoy más que nunca.  

El del periodismo es relato más enredado que nunca oí. Comienza, como todos los verdaderos relatos, quién sabe dónde. Buscar el principio es como intentar descubrir los gérmenes de un río. Después de meses remando bajo el sol, entre junglas y montañas, con los mapas empapados por la humedad y después de miles de peripecias, el cartógrafo clava la punta del compás y dice orgulloso: aquí es donde nace el Amazonas. Lo mismo me pasa a mí cuando pienso en el desarrollo de la crónica del periodismo. Cierro los ojos y asesto de golpe. Los abro y descubro un breve instante del 8 de octubre de 2015. Si tuviera que escoger un solo momento de la historia de la no ficción, termina asomándose el momento que coronó la victoria de la crónica literaria. El día que la academia sueca laureó con el Premio Nobel de Literatura a la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich. Su obra se ubica en la intersección de distintos conjuntos cuyos elementos son: el periodismo, la historia oral, la literatura documental, la tragedia y la denuncia.  

La obra de Alexievich es una vindicación del periodismo para explicar lo que fue silenciado durante décadas. En La guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2018), por ejemplo, muestra la historia de millones de mujeres que combatieron en las filas del ejército rojo durante la segunda guerra mundial, “en el ejército soviético hubo cerca de un millón de mujeres. Dominaban todas las especialidades militares, incluso las más masculinas. Incluso llegó a surgir cierto problema lingüístico: hasta entonces las palabras conductor de carro de combate, infante o tirador, no existía el género femenino, puesto que nunca antes las mujeres se habían encargado de esas tareas. El femenino de estas palabras nació allí mismo, en la guerra…”, cuenta la escritora en el prólogo del volumen. Antes de la preocupación de la periodista la historia de estas mujeres no fue contada. ¿Qué les ocurrió? ¿Cómo las transformó la guerra? ¿A qué le tenían miedo? ¿Cómo fue aprender a matar? Cada una de las respuestas a estas preguntas aparecen en formato de historias individuales que pueden leerse por separado, pero juntas forman un gran coro narrativo.

Existen libros importantes publicados en nuestra lengua que podemos colocar entre los extremos de la línea del tiempo que trazan los libros de Alexievich —Desde La guerra no tiene rostro de mujer (1985), Los últimos testigos (1985), Los muchachos del zinc (1989) y Voces de Chernóbil (1997)—. Por un lado, encontramos Frutos Extraños (Alfaguara, 2021) una suculenta antología de crónicas escritas entre 2001 y 2009 por la periodista Leila Guerriero, la escritora argentina es una de las tres grandes referencias de la crónica latinoamericana junto con Martín Caparrós —absolutamente contemporáneo a Alexievich— y Juan Villoro. “La cosa más importante acerca del arte de contar historias me la enseñó la película Lawrence de Arabia que vi más de siete veces, a lo largo de un invierno helado, en la ciudad donde nací. Aprendí que lo que importa no es el qué, sino el cómo. No la historia, sino los vientos que la empujan”, cuenta en su obra la periodista latinoamericana cuyo trabajo fue calificado al nivel de los mejores redactores de The New Yorker.

El proyecto periodístico del cronista Martín Caparrós es contemporáneo al de la premio nobel de literatura. Quizá sea Ñamérica (Random House, 2021) uno de sus libros más ambiciosos. En él, con la ayuda de una afilada visión periodística adquirida por los años y tras la publicación de una treintena de libros, Caparrós teje relatos que desbaratan el imaginario colectivo que se tiene en el extranjero sobre América Latina. Grandes ciudades, pequeños pueblos, música, violencia, comidas, economías, gobiernos, deportes, desigualdades, levantamientos, mujeres, políticos, todo eso y más forma parte de una región que el escritor ha recorrido por más de treinta años y cuyo ambiente encuentra distinto a lo que supone el imaginario extranjero. “Latinoamérica no es una consigna; es una realidad histórica que vale la pena desentrañar, entender”, escribe a manera de lema el autor y luego propone: “pensemos en la metáfora del coro: un conjunto de distintas voces que terminan por formar una voz”, todo con la intención de encontrar la respuesta a las preguntas: “¿qué es Latinoamérica, qué es ser latinoamericano?; el cronista, confiesa, aprendió a responderlas cuando pensó “qué carajos tenemos en común”.

Nosotros lo llamamos periodismo 

“La crónica es un concepto de latinoamérica, nosotros llamamos a eso como periodismo”, me dijo un día un amigo acerca de un libro que estaba escribiendo. Caso similar representa el norteamericano Lawrence Wright, cuya obra más famosa trata sobre el surgimiento de Al Qaeda. En Dios salve a Texas (Debate, 2019) propone una tesis asombrosa: es Texas —y no California o Nueva York— el verdadero referente de la vida estadounidense: el reflejo más sensible de lo que está cambiando en él y también la fuerza más probable para darle forma. Memorias, reortajes, disgresiones históricas, anécdotas, el trabajo de este periodista es como un paseo en el que deambula y se detiene ocasionalmente para señalar algo en el panorama. El camino cubre mucho terreno: la fundación de Texas, la guerra civil, el asesinato de Kennedy, el auge y caída del petroleo, la política, la extinsión de los demócratas de Texas, Trump, el Tea Party, además de temas personales. Parte del objetivo del libro es hablar sobre la forma en que los tipos de historias que cuenta moldean el sentido de las personas sobre el lugar donde viven.

A los cuarenta años, la escritora y periodista estadounidense Joan Didion decidió visitar el sur de Estados Unidos. La travesía comenzó en Nueva Orleans y de ahí llegó a Louisiana, Alabama y Mississippi. Plagadas de elegancia y claridad, las notas que tomó durante el trayecto aparecen en Sur y Oeste. Extractos de un cuaderno (Random House, 2019), tras su lectura es posible notar el poder verbal característico de la periodista, aparecen detalles del clima de Nueva Orleans como: «las bananas se pudrirían y albergarían tarántulas». Este es un volumen que no solo recoge las voces y los hechos que explican las diferencias entre los polos de Norteamérica. También es un termómetro político, hay extraordinarias conjeturas sobre la dirección política de su país y lo más sorprendente es que las observaciones de Didion revelan diferencias con la actualidad, como un grado de civismo que ahora suele faltar en el discurso público. Los estudiantes de historia social, los fanáticos de Didion y aquellos que buscan una lectura rápida y atractiva apreciarán este trabajo: la inmediatez cruda de la prosa inédita de una maestra tiene una urgencia de la que a menudo carecen los trabajos más pulidos.

Haciendo un guiño al maestro 

La exploración espacial, la guerra de Vietnam, una gran cantidad de asesinatos políticos —Kennedy, Malcolm X, Che Guevara, otro Kennedy, Humberto Delgado—, la guerra fría… En la década de los sesentas del siglo pasado sucedían muchas cosas y había que contarlas todas. Gay Talese decidió retratar esa realidad utilizando estrategias narrativas más próximas a la novela que al reportaje. Fue la crónica: Joe Louis, el rey en su madurez, incluido en Retratos y encuentros (Alfaguara, 2012), publicada en la revista Esquire en octubre de 1962, la que dio inició al movimiento que se conoció como Nuevo periodismo. Estructuras en círculo, monólogos interiores, el uso de diálogos, todos estos recursos sirvieron para contar la verdad. Treinta años menor y desde Colombia, el de Alberto Salcedo Ramos es un nombre que con frecuencia aparece en las antologías de periodismo iberoamericano. Hoy por hoy, Salcedo es uno de los mejores exponentes de periodismo narrativo. Si Talese escribió sobre Joe Louis, un personaje brillante en su momento de deterioro, Alberto lo hizo sobre el exboxeador profesional Antonio Cervantes Kid Pambelé. El Oro y la Oscuridad (Aguilar, 2012) es una pieza vibrante que en sus poco más de doscientas páginas cuenta la historia de uno de los personajes deportivos más famosos de Colombia. Ambas crónicas, señala Daniel Samper, “tienen un sustento literario, coinciden en que sus personajes han dejado la punta de la gloria y ahora padecen terrenal de haberla perdido, y están derrotados ya no por el rival sino por la vida”.

Intereses y preocupaciones del escritor  

Un periodista encuentra en el ejercicio literario una tarea que lo robustece, pero a veces ocurre lo contrario. Recientemente leí El fuego de la imaginación (Alfaguara, 2022), el primer volumen de la obra periodística de Mario Vargas Llosa, la sorpresa fue descubrir que el escritor peruano tiene dos caras, la que mira hacia la derecha no deja de imaginar, la otra —la que mira a la izquierda— no deja de pensar. Provenientes de la misma pluma, todos los textos que escribe son igual de inteligentes, pero parece que sus crónicas, ensayos, críticas y artículos periodísticos son eclipsados por las novelas. En otras palabras: sus novelas más ambiciosas La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La fiesta del Chivo, o los magistrales relatos de Los cachorros, consolidaron a Llosa como uno de los narradores vivos más importantes; y sus apuntes sobre Pérez Galdós, Flaubert, sus ensayos sobre la literatura francesa y estadounidense, luego la latinoamericana y la española, entre otros muchos temas, confirman su brillantez como autor de no ficción y siembran en el lector la idea de que sus escritos para la prensa no han merecido la atención y el respeto que se merecen.  

O, por lo menos, hasta antes de unos meses. Porque el esfuerzo de reunir sus conferencias—el libro inicia con el discurso La literatura es fuego con el que agradeció en 1967 el premio Rómulo Gallegos—, los cerca de cien ensayos que conforman las dos primeras secciones y la última parte dedicada a las bibliotecas y librerías, rápidamente convertirán esta antología en un libro de culto. La amplia selección de artículos y ensayos reunidos demuestra la faceta del escritor como crítico cultural, faceta menos conocida de su trayectoria intelectual que arroja interesantes reflexiones para entender la evolución estética e ideológica de las sociedades occidentales y la lectura atenta de los otros que sirvió para encontrar diferencias y afinidades con su propio proyecto literario.

No es un gesto gratuito. Todos los autores señalados en este recuento, en mayor o menor medida, señalan el vínculo íntimo —de sobra conocido— que hay entre la lectura y la escritura y que de alguna manera reconocen que su oficio como periodista derivó espontáneamente de esa pasión por la literatura.  

Sin animos de pretender ser un inventario de carácter canónico —faltan, por ejemplo, Alma Guillermoprieto y su extraordinario Desde el país de nunca jamás (Debate, 2011), Fernanda Melchor con Aquí no es Miami (Random House, 2018), la crítica periodística en formato de novela gráfica de Bumf (Reservoir Books, 2015), del ilustrador Joe Sacco—, estas palabras se antojan más como inventario de la multiplicidad de propuestas de no ficción de la literatura contemporánea, en otras palabras, es un texto que arriesga por la inclusión y no por la exclusión y a la vez una invitación a leer más allá de todas las listas posibles sobre los proyectos exclusivamente consagrados a la literatura documental.

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