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10 motivos (literarios) para viajar en el tiempo
Ismael Martínez comment 0 Comentarios

Con la colaboración de Nayma Fernández

Entonces ¿qué es el tiempo? Si nadie me lo

pregunta, lo sé. Si quiero explicárselo al que

me lo pregunta, no lo sé.

San Agustín

El universo rígido es una cárcel, sólo el

viajero del tiempo puede considerarse libre.

James Gleick

Debemos comenzar admitiendo lo evidente. Considerando lo que en los albores del siglo XXI conocemos, tanto de física teórica como de práctica, el viaje en el tiempo es imposible.

Me refiero, sobre todo, a revisitar el pasado.

“Retroceder” en el tiempo, como ahora (concedo) entendemos ese concepto, no es algo que pueda suceder en este mundo terreno. Pero pasa, sin embargo, y a menudo, en el campo de la memoria, primero, y en el de la imaginación, después.

¿Acaso no son ambos lo mismo?

Partamos entonces de que los viajes espacio-temporales pertenecen, ante todo, al terreno de la especulación, de las ideas. Es cierto que pudiera adornarse una argumentación al respecto con cierto grado de cientificismo (ahí está Asimov), pero al final debemos aceptar: 1) que los temas que aborda el subgénero son en realidad bastante típicos: el deseo del cambio, la ambición del conocimiento, la oportunidad de trascendencia…; y 2) que los viajes en el tiempo pertenecen más al campo de la creación fantástica que al del anhelo de ejecución técnica.

Establecido aquello, podemos continuar.

El viaje en el tiempo es el deseo máximo de control. Un delirio de omnipresencia.

La historia de los viajes temporales en la literatura es en realidad la historia literaria de sus viajeros, de sus intereses. Es quizá por ello que la novela inaugural del subgénero (más fantástico que de ciencia ficción, sic) es precisamente La máquina del tiempo de H.G. Wells, autor que en 1895 escribió el “romance científico” de un estudioso victoriano quien se descubrió capaz de saltar al futuro, y precisamente por ello, decidió hacerlo. Fiel creyente de la crítica social en obra narrativa, Wells ignoraba —en las postrimerías del siglo XIX— todo lo que nosotros —en los albores del XXI— ahora “conocemos” sobre la “linealidad” del tiempo y su maridaje con la así llamada “cuarta dimensión”.

Pero no seamos duros con los viejos.

El presente artículo no pretende exponer los “mejores diez libros” sobre el subgénero, sino diez ejercicios de aplicación de la noción de viaje temporal en textos literarios (ergo, recreativos), que van desde la mera curiosidad hasta el deseo vehemente de alterar el pasado, pasando por el ejercicio de la nostalgia, el delirio mental y la comedia del accidente.

Comencemos con estos diez motivos literarios para echarse en el sofá a visitar mundos viejos y nuevos.

1. Divulgación de la ciencia

Viajar en el tiempo de James Gleick

Como seguramente se darán cuenta, no poseo credenciales científicas para hablar del tema, por eso, a manera de mea culpa, esgrimo como cruz ante un vampiro (je) el sesudo análisis de Gleick (quien tampoco es científico, pero sí un excelente divulgador de la ciencia) sobre el tema.

En su libro Viajar en el tiempo el autor, dos veces nominado al premio Pulitzer, nos ofrece asimismo una travesía por este tipo de imaginación tecnológica. Y para ello, tomando en cuenta todo tipo de fuentes en los ámbitos de la filosofía, la literatura, el cine, las historietas y las series televisivas, recurre al pretexto libresco de La máquina del tiempo de H.G. Wells, novela a partir de la cual “rastrea las distintas teorías científicas y relatos de ficción relacionados con la evolución de la idea de viajar en el tiempo y demuestra que esta idea forma parte ya de la cultura contemporánea”.

2. Curiosidad científica

La máquina del tiempo, H.G. Wells

Así como el doc Brown idea el condensador de flujos en Volver al futuro (1985) por mera curiosidad, inspirado, sin duda, en sus lecturas juveniles de imaginación científica (Julio Verne, sobre todo, pero muy seguramente también Wells), el protagonista de La máquina del tiempo (1895) idea este “romance científico” (como lo califica Laura Marcus en su ficha para 1001 Libros que hay que leer antes de morir, disponible en español gracias al sello Grijalbo), para visitar un punto remotísimo del futuro: el Londres del año 802,701. Y lo hará por el mero hecho de que ha descubierto cómo hacerlo. Ese “ver adónde nos ha conducido la historia” es un tema típico de la literatura cientificista, y nunca se aborda de mejor manera como en éste, su primer intento victoriano.

Y como el libro de Wells es también una distopía de clase, sigamos con…

3. La crítica distópica

El planeta de los simios, Pierre Boulle

Casi por completo desplazada por su importantísima franquicia cinematográfica, la novela de Pierre Boulle es una distopía sobre la “decadencia” de la raza humana en manos, oh, ironía, de otra clase de primates aparentemente menos rústicos que los terrícolas.

¿Qué pasaría si la humanidad fuera tomada por bestia, y los simios fueran los civilizados?, se pregunta Boulle en esta novela publicada en 1963. Pues eso habrá de ocurrir a un par de viajeros estelares que en el año c2500, cuando las epopeyas estelares eran ya comunes y el Universo se antojaba la “nueva frontera” a explorar (como nos dicen el capitán Kirk y la tripulación del Enterprise en sus bitácoras visuales conocidas como Viaje a las estrellas), se adentran en los cuerpos celestes allende al Cinturón de Orión. Allí, en uno de sus planetas en órbita, Soror, estos viajeros descubren una civilización dominada por primates donde la aparente humanidad vive esclavizada. Mérou, el protagonista, habrá de demostrar a sus captores por qué su vida, inteligente, es también valiosa.

Una tristeza que la novela de Boulle sea cada vez más difícil de conseguir en lengua hispana.

4. El ensayo de un mito y sus paradojas

El fin de la Eternidad, Isaac Asimov

Novela esencial en la bibliografía de Asimov, en El fin de la Eternidad (1955) nos encontramos en medio de una organización que está, por decirlo llanamente, “fuera del tiempo”. Formada por varones notables abducidos en diversos puntos de la línea temporal humana, Eternidad tiene control total sobre el flujo del tiempo. Y por tanto se ha erigido como su institución guardiana, para beneficio del desarrollo humano (¿les suena la Autoridad de Variación Temporal, como nos la describe Marvel en series televisivas e historietas? Ah, pues esos escritores marvelitas llevan inspirándose, desde la década de los años setentas, en los escritos de Asimov. Ya ven que les decía que ésta era de sus obras relevantes…). Ha creado, para ello, a los ejecutores, personajes capaces de alterar, con precisión clínica, el curso del tiempo. La novela sigue, pues, a uno de estos personajes, quien se ha descubierto macabramente cómplice de un irónico devenir incierto, un “control total” que pareciera no sólo autoritario sino incoherente, por imposible, al ser conducido éste por seres de voluble sensibilidad. A través de dicho ejecutor nosotros lectores nos preguntamos, con él, cómo abordar la mayoría de las grandes paradojas del viaje espacio-temporal.

5. Revivir el pasado

Parque Jurásico & El mundo perdido, Michael Crichton

De acuerdo, es trampa. O lo parece. Pero denme unas líneas para explicarme… Parque Jurásico (1990) de Michael Crichton es, ante todo, un viaje al pasado. ¿A poco no? En él se usa un argumento cientificista para explicar la clonación de bestias antiquísimas, y traerlas a su futuro, a nuestro tiempo. El tema aquí es, como dice el doctor Grant en la versión fílmica de Spielberg (que, si me preguntan, me parece superior a la novela de Crichton, por ser la adaptación una certera película de acción): “dinosaurios y el hombre, dos especies separadas por 65 millones de años de evolución, y de repente se encuentran conviviendo; ¿cómo es posible tener siquiera una idea de qué esperar?”. Pues traer el pasado para usarlo como atracción monetaria es un ejemplo perfecto del estado actual de la humanidad capitalista: la hegemonía de la explotación con fines monetarios.

Pero esperen, aquí viene la jiribilla: menciono también la secuela, El mundo perdido (1995), porque ésta sí, a mi parecer, es tremendamente superior a la versión fílmica, y una gran novela sobre los efectos de esa irresponsabilidad cientificista a la que tanto refiere Ian Malcolm, un personaje, además, bastante más “novelesco” que Grant, si me permiten afirmarlo.

6. Cambiar el pasado

22/11/63, Stephen King

Imagina que tienes el poder de cambiar el pasado para beneficio de todos (o de lo que tú consideras eso). ¿Lo harías? ¿O por qué no deberías de hacerlo? A ese dilema se enfrenta el protagonista de 22/11/63 (2011), novela cuasi-histórica del afamado maestro de la literatura estadounidense, Stephen King (que no lo es sólo del “terror”, por favor, recordemos sus portentos que nada de aterrador tienen: La milla verde, Misery, Esperanza, primavera eterna o, más recientemente, Billy Summers). Quizá el dilema más presente en el subgénero, pero no por ello el menos retador.

Así como Tarantino se atreve a fabular el fin del nazismo alemán con el asesinato a tiros (¡cientos de tiros!) del Führer por un par de desconocidos en Bastardos sin gloria (2009); y así como Philip K. Dick se atreve a pensar en un mundo post-Segunda Guerra Mundial en el cual las potencias del Eje se alzaron victoriosas, y Estados Unidos se convirtió en colonia mitad alemana, mitad japonesa en El hombre en el castillo (1962) —esto último también desarrollado en la novela pop de Peter Tieryas: Estados Unidos de Japón (2016)—, el protagonista de 22/11/63, este “hombre común”, tras descubrir que un abandonado desayunador de carretera es un portal hacia el pasado, decide enmendar el camino de su país a partir de un punto que él considera crucial: el asesinato de Kennedy (de ahí el título de la novela, justo el día en que Jack K. es arrebatado del mundo). Sobre esta novela, ya he escrito, por cierto, en esta nuestra amada Langosta (te recomiendo le eches un vistazo).

7. Novela de época

Forastera, Diana Gabaldon

Las fuerzas de la naturaleza y la magia convergen en el círculo de piedras de Craigh Na Dun para ser el portal por el que ciertas personas en ciertos días del año pueden traspasar el tiempo para que, según las canciones y los versos de la tradición oral escocesa, viajen a través de las piedras y encuentren su propio camino.

Una de estas viajeras es Claire Randall, enfermera sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, quien emprende un viaje con su esposo por Escocia. Las líneas de sus manos ya mostraban sus vidas, dos matrimonios. Serán sus intereses y decisiones los que la acerquen a Craigh Na Dun, no es coincidencia que vaya ahí en busca de una planta llamada “no me olvides”. Traspasando el velo del tiempo confirmado por el círculo de piedras, Claire llegará a la Escocia de 1743 para encontrarse con Jamie Fraser, con quien protagonizará una historia de amor guiada por la lucha y la pasión…

En Forastera (1991), de Diana Gabaldon, más allá de su tema central —que perfila el culebrón que vive una mujer moderna al ser arrebatada de su zona de confort para verse reanimada en el amor—, vemos una interesante aplicación del viaje temporal accidental: la de usar la vuelta al pasado para escribir en clave de novela de época.

Eso no sólo es astuto, como ya esperamos, sino ideológicamente responsable. Al tener a un personaje moderno en un entorno rústico, podemos atestiguar no sólo cuán terrible era el mundo antiguo para las mujeres occidentales, sino, especialmente, qué de todo eso continúa flagelando nuestras sociedades. Visitar el pasado en Forastera no sólo sirve para atestiguar apetecibles escenas sensuales con desaseados machos fornidos, sino también para recordarnos la necesidad apremiante, para ponerlo en palabras del grandioso manifiesto de Chimamanda Ngozi Adichie, de que Todos deberíamos ser feministas (2015).

8. Nostalgia

Antes de que se enfríe el café, Toshikazu Kawaguchi

Así como Black Mirror (2011-) se ha hecho la pregunta de qué pasaría si tuvieras la oportunidad de videograbar cada segundo de tu vida, en Antes de que se enfríe el café (2015), Toshikazu Kawaguchi recurre al amargo regusto del café para incitarnos: ¿y si tuviéramos oportunidad de revisitar un momento cualquiera de nuestro pasado, tal como en verdad sucedió (recordemos, oh, ironía, que la memoria es traición), cuál sería? ¿Intentarías darle un giro más positivo a una antigua relación amorosa?, ¿querrías hablar de nuevo con tu marido aquejado desde hace tiempo por el flagelo del olvido (alzheimer)?, ¿buscarías a una hermana distanciada?, ¿intentarías conocer a tu futura hija? Pues eso hicieron los personajes de esta liviana obra teatral que terminó en novela, clientes fortuitos de una misteriosa cafetería, o al menos así fue hasta que su taza de café se enfrió y tuvieron que regresar a su presente, en el cual, nada había cambiado. Bueno, quizá sí una cosa. La forma en que recordamos.

9. Memoria y percepción

Los riesgos de los viajes en el tiempo, Joyce Carol Oates

Adriane Strohl tiene 17 años y es la mejor de su clase en el Nueva Jersey del año 2039. Y como la mayoría de los jóvenes, verdaderamente brillantes de cualquier era, se siente inconforme. La política de las autoridades de la “Verdadera Democracia”, según ella, se parece más al control autoritario que a una verdadera opción política. Así que Adriane hace lo único que una jovencita en su posición puede hacer ante tales circunstancias: elevar un incendiario discurso durante su graduación de bachillerato. Poco sabía nuestra protagonista del peculiar castigo que le sería impuesto por el Departamento de Seguridad Nacional: la expulsión al pasado, concretamente al año 1959, donde habrá de ser reeducada en los valores de la Verdadera Democracia por la Universidad del Estado de Wainscotia (Wisconsin). Ya en el pasado, Adriane comenzará a cuestionar más y más su antiguo presente (je), y a sentirse cada vez más amenazada y paranoica respecto a sus recuerdos. ¿Será ella capaz de volver a su tiempo?, ¿lo querría? Joyce Carol Oates, prolífica autora con más de 60 novelas en su palmarés, y uno de esos nombres que resuenan año tras año en las nominaciones al Nobel de literatura, nos ofrece en Los riesgos de los viajes en el tiempo (2018) una inquietante distopía sobre la percepción.

10. Pesquisas policiales de índole metafísica

“El jardín de senderos que se bifurcan”, en Ficciones y Cuentos completos, Jorge Luis Borges

La imaginativa prosa de Borges es un manantial de erudición en el campo yermo de la estulticia. Sólo por ello baste llamar a su lectura. Pero “El jardín de senderos que se bifurcan” —cuento que da título a un libro (1941) que terminará por incluirse junto a otro, Artificios (1944), para conformar lo que hoy llamamos sus Ficciones (1944)—, nos sirve ahora porque es un buen ejemplo de los alcances metafísicos de la fabulación temporal. En él se nos habla de un libro-laberinto que contiene el tiempo completo con todas sus infinitas ramificaciones. Porque el tiempo, quiero decir, el futuro, no puede ser previsto, y por tanto es a la vez eterno e infinito en sus posibilidades. Así lo dice Borges, primero: “En la obra de Ts’ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cado uno es el punto de partida de otras bifurcaciones”; y después “el tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo”. Dejo este remate porque, según el propio autor, su cuento “es policial; sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los preliminares de un crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no comprenderán, me parece, hasta el último párrafo”. He dejado, pues, muy deliberadamente a Borges al final de este listado de ejemplos/recomendaciones. ¿Cuántos y cuáles libros habrán de encontrar en su futuro? Ahí están esos senderos que se bifurcan.

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