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Un Shakespeare para todos
Ana Sanvil comment 0 Comentarios

Siempre da miedo leer al canon. La cultura popular está plagada de referencias a éste, y claro, cuando nos acercamos a los textos que lo conforman, tendemos a hacerlo bajo una infinidad de prejuicios porque nos enfrentamos a la “alta literatura” escrita por las mentes más brillantes de todos los tiempos (según dicen). Fue así como yo leí a William Shakespeare por primera vez. He de decir que lo hice más por obligación que por gusto. Lo recuerdo bien: estaba en la preparatoria e iba a tener examen oral al día siguiente; entonces, me dispuse a leer la obra asignada: Sueño de una noche de verano. La leí en una traducción mal hecha que encontré en internet, esperando toparme con un texto complicadísimo dirigido a gente con un coeficiente intelectual mucho más elevado que el mío. Para mi sorpresa, me encontré con algo completamente distinto: una historia sobre hadas, jóvenes y enredos amorosos con un final feliz y varios juegos de palabras que, aunque traducidos con deficiencia, me provocaron una que otra carcajada. Quizás en ese momento no leí la mejor de las ediciones, pero definitivamente la lectura tuvo un efecto positivo: dejé de temerle a Shakespeare.

Cuando se habla de Shakespeare, pareciera inevitable pensar en Romeo y Julieta y en todas las alusiones que existen en películas y en series de televisión, o quizá en el tan mentado “ser o no ser” que parece seguirnos a todas partes. Pero esas referencias no son las únicas que existen en nuestro entretenimiento cotidiano. Una de las frases más famosas de Shakespeare —“todo el mundo es un teatro, y todos los hombres y mujeres sólo actores” (Como les guste, II, VII)— es producto de una de sus comedias. Puede que esta frase no sea citada de una manera tan textual o directa como la de Hamlet, pero definitivamente ha sido repetida y parafraseada más de una vez, y demuestra que las comedias también tienen un peso significativo en la cultura general.

Las comedias son frecuentemente dejadas de lado porque sus tramas no muestran la gran complejidad de los conflictos existenciales del ser humano. Sin embargo, exponen algo que es quizá igual de importante: los pequeños apuros cotidianos. Todos en algún momento nos enamoramos de alguien que no nos correspondía; a todos nos quitó la novia o el novio algún amigo o amiga; todos hemos tenido que pretender ser alguien que no somos para encajar en algún lugar, o incluso nos han confundido con quien no somos.

Alguien en algún momento me dijo que hay un Shakespeare para todos, pero yo diría que más bien hay muchos Shakespeares para uno. En una misma obra podemos encontrar momentos existencialistas sobre lo ilusoria que es la vida, albures, y algunos chistes blancos. Por esto último me parece que lo más prudente es dejarle al lector la tarea de descubrir cuál es el Shakespeare que le habla y le gusta más, con la esperanza de que, así como yo, descubra que en realidad no hay nada que temerle al canon.

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