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Siempre viva la música, siempre vivo Andrés Caicedo y su Siempreviva
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Esta es la historia de Siempreviva, y su siempre vivo lenguaje, que enmarañada con la música vive en el caos de la rumba en la ciudad de Cali. Mientras tanto, sus palabras —como pasos de baile— se salen de los confines del libro o, más bien, lo hacen vibrar: suenan al ritmo de la música.

«Desearía que el estimado lector se pusiera a mi velocidad, que es energética» (52). Así habla la protagonista que, antes de autodenominarse Siempreviva, es conocida como María del Carmen Huerta. Su vitalidad aparece desde el comienzo de la novela, es visible y brillante como su pelo rubio que alumbra la noche. Este pelo es el detonador o, más bien, es el síntoma de la vida que se crece y se acumula a lo largo de la lectura.

Todo comienza con un cambio en la rutina de María del Carmen, según nos cuenta, un sábado de agosto. A 15 días de supuestamente entrar a la Universidad y a unas cuantas horas de unirse a su grupo de estudio sobre El Capital —al que nunca regresa— encuentra en la noche su pasión: la rumba. A partir de ese momento, no hay plan de vida ni ideología que la detenga, pues descubre su destino en la música y el baile: «Cada vida depende del rumbo que se escogió en un momento dado, privilegiado. Quebré mi horario aquél sábado de agosto, entré a la fiesta del Flaco Flores por la noche. Fue, como ven, un rumbo sencillo, pero de consecuencias extraordinarias. Una de ellas es que ahora esté yo aquí, segura, en esta perdedera nocturna desde donde narro, desclasada, despojada de las malas costumbres con las que crecí. Sé, no me queda la menor duda, que yo voy a servir de ejemplo. Felicidad y paz en mi tierra» (80).

En ese rumbo se desvive la narradora, quedándole solo el cuerpo en movimiento, el pelo rubio enmarañado y la energía siempre fresca con la que se entrega al espectador, que la mira desde la esquina de una oscura rumba, o, al lector, que la lee del otro lado de la página tratando de comprenderla y, por supuesto, fracasando, pues no hay nada que entender, simplemente hay que mantener la mirada, hay que intentar seguirle el paso cuando camina implacable por una calle, cuando mira una montaña que parece llamarla en su enormidad o cuando se entrega decidida a la pista de baile. Hay que, como nos dice, ponernos a su velocidad.

En ¡Que viva la música! el centro es María del Carmen Huerta, Siempreviva, o también llamada La Mona, alejada de cualquier deber social o imposición moral, devuelta a la música con la que recupera el tiempo perdido. Sin embargo, no es un centro estable sino todo lo contrario: es una mezcla de determinación y fluidez; de valor y dinamismo. Su lenguaje es el que nos toma de las manos y nos invita al giro continuo del torbellino que se apropia de todo lo que encuentra a su paso.

Yo soy la fragmentación. La música es cada uno de esos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar. Yo estoy ante una cosa y pienso en miles. La música es la solución a lo que yo no enfrento, mientras pierdo el tiempo mirando la cosa: un libro (en los que ya no puedo avanzar dos páginas), el sesgo de una falda, de una reja. La música es también, recobrado, el tiempo que yo pierdo (104).

De este modo, su baile desenfrenado, junto con su lenguaje tan único y caótico que se estira y retuerce, se vuelve lo que ella llama una «enredadera nocturna, llana y puente y acto solitario…» (81). Y así, el acto del que habla se vuelve, más bien, una afirmación constante primero de lo que es ella; segundo de lo que es ella en ese mundo en donde se sitúa, que no es cualquiera ni con cualquier gente: «era yo la crema de la vitalidad entre un mundo de gente rendida» (131).

¿Cuál es el mundo a su alrededor? La respuesta es ambivalente, pues es un mundo que se consume en la noche y las sustancias nuevas que se introducen en aquella época en Colombia. Al mismo tiempo que personajes fundamentales aparecen —como Ricardito el Miserable que sufre en su melancolía y la introduce a la cocaína, o Mariángela, que comienza como la reina de la rumba y es la primera que lo prueba todo, el antecedente de nuestra narradora—, también desaparecen de su vida, lo que provoca que ella consolide su andar sola y segura. Todos los personajes en la novela desaparecen súbitamente en el libro, aunque de algún modo permanecen en el caos que ella representa, que desmantela todo lo que se le pone en frente.

La novela muestra una época de oro en Colombia, pero no es el oro que brilla detrás de un cristal, es el oro que se consume: la cocaína, el crack, la heroína, los ácidos y los hongos. Detrás del increíble personaje de María del Carmen está Andrés Caicedo, el autor, que se suicidó cuando recibió la primera copia de esta novela, a los 25 años; pues para qué vivir más tiempo si dos décadas son suficientes para retratar la vida underground de una de las ciudades más importantes en América Latina. «No fuimos innovadores: ninguno se acreditó la gracia de haber llevado la primera camisa de flores o el primero de los pelos largos. Todo estaba innovado cuando aparecimos. No fue difícil, entonces, averiguar que nuestra misión era no retroceder por el camino hollado, jamás evitar un reto, que nuestra actividad, como la de las hormigas llegara a minar cada uno de los cimientos de esta sociedad, hasta los cimientos que recién excavan los que hablan de construir una sociedad nueva sobre las ruinas que nosotros dejamos.» (97)

¡Qué viva la música! Andrés Caicedo Música y literatura

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