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Queremos tanto a Salman Rushdie
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

Entre los muchos inconvenientes que trae consigo la profesión de escritor está el de la objetividad en la lectura. Sucede que uno ya no disfruta los libros como antes (al menos a mí me pasa). Cuando se está ante una novela no puedo dejar de pensar en todo lo que hay detrás del párrafo que un simple lector podría leer de una manera despreocupada. Tomemos por ejemplo cualquier novela del escritor sudafricano J.M. Coetzee. Como si yo estuviera en una escena de la película Matrix, en la que los protagonistas pueden ver el código de una realidad simulada, al leer La infancia de Jesús no veo sino borradores y más borradores: las páginas que Coetzee debe tachar para lograr la línea perfecta. Es por eso que ahora me cuesta tanto trabajo leer novelas, y más si son gruesas. Prefiero cuentos y novelas cortas (como le pasaba a Chéjov), libros de historia o incluso sagas islandesas.

Hace un par de meses me encontré en una librería de Corrientes, en Buenos Aires, La tierra bajo sus pies, uno de los títulos que me faltaban por leer de Salman Rushdie. Y aunque estamos hablando de casi 700 páginas, abrirla fue como encontrarse con un amigo de una juventud remota —antes de una guerra—, llena de charlas, lecturas, cuando la relación con lo literario era despreocupada y feliz. Eso me pasa siempre que leo una novela de Salman (para mis adentros él es un nombre de pila, un amigo): me vuelvo a transformar con un par de pases mágicos en un lector puro, pues no hay nada en esa fantástica y elegante prosa que a mí como autor me interese imitar; sería un suicidio. Si el escritor es un atleta de la mente, leer las parrafadas de Salman, su uso de la puntuación, de la retórica, del humor, es como ver a hermosos atletas africanos correr de medio fondo los tres mil metros, sin sudar siquiera.

La esencia de la novela clásica es su capacidad para proyectar en la mente de un lector simples preguntas: ¿a dónde va a ir a parar esto?, ¿qué va a pasar en el próximo capítulo? Creo que Salman es uno de los pocos contemporáneos que logran hacer que nos hagamos estas preguntas de una manera genuina, sin esnobismo. Mucho de su material puede provenir de lo mítico, el Ramayana, el Mahabharata, El océano de historias de Cachemira, Las mil y una noches, Orfeo, incluso Quetzalcoátl, pero describe la realidad actual con más exactitud que los libros de historia. Si las fabulas y los mitos nacen de la incapacidad para ordenar el mundo de los hombres primitivos; las fábulas hiperrealistas de Rushdie ordenan realidades, procesos históricos más que complejos, con todas sus contradicciones. Son macrocosmos que nos ayudan a comprender lo incomprensible, y nacen de una voluntad genuinamente demócrata y liberal, humanista: el Islam, el Hinduismo, la mentalidad colonizada, el racismo, la guerra, la intolerancia, la India de los mogules, el pensamiento político moderno (encarnado en Maquiavelo), la cultura popular, el rock ´n´roll. Los hijos de la medianoche es la novela sobre la India postcolonial; Vergüenza nos arroja todas las claves para entender Pakistán; Los versos satánicos es tan vasta que yo no podría encasillarla en un solo tema, a pesar de su fama; El último suspiro del Moro no sólo es la novela de un micro(macro)cosmos llamado Bombay, sino también una historia sobre la intolerancia, la incapacidad de grupos humanos e individuos para comunicarse, la desaparición de un mundo; Shalimar el payaso no solo explora una Cachemira tan mítica como contemporánea, sino que es un relato sobre las nociones absolutas que destruyen a las personas, a las comunidades, la tradición, la belleza. En su última novela, La encantadora de Florencia, vemos además una evolución debido a su brevedad y a su estructura. Hay que leerla unas dos o tres veces para poder sacarle todo lo que contiene, y también una sola vez y disfrutar de su belleza, y pasar a lo que sigue. En mi opinión Rushdie no escribe realismo mágico, es un escritor realista; lo que sucede es que la realidad es disparatada y sólo puede describirse de una manera disparatada. Que, por ejemplo, entre las filas del Estado Islámico haya cuatro ingleses apodados con los nombres de los Beatles, que además uno de ellos sea rapero, eso parece salido de una novela de Salman Rushdie.

Hay un placer extra que viene con la lectura y que nunca se menciona: es el de compartir con alguien más lo leído, discutirlo. Eso me pasa cada vez que mi hermano y yo leemos una novela de Rushdie. Su obra puede tomarse como fábula, como historias de amor, de guerra, política, pero también está llena de claves, referencias culturales, mitos, chascarrillos. Yo puedo pasar horas hablando con mi hermano, frente a una taza de café, sobre Salman Rushdie. Es por eso que lo queremos tanto.

Daniel Espartaco Sánchez