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Prins
Karina Sosa comment 0 Comentarios

“Qué difícil es librarse de los viejos hábitos”, parece que susurra el mundo algunas noches, mientras removemos el polvo de los zapatos, o miramos por la ventana hacia donde nada cambia.

Mentimos, bebemos un vaso de leche, fumamos apresurados, o pasamos de un canal a otro en la televisión sin descanso. Los viejos hábitos se transmutan en nuestra memoria: vienen adheridos a nuestra sangre y ya no podemos escapar… como la piedra de la locura sembrada a la memoria de nuestra especie.

Pienso en Edgar Allan Poe agonizante, o en Virginia Woolf haciendo anotaciones rápidas, huyendo de sus deseos que decían: ve al río, obsérvalo todo, pasado y presente, y deja que todo se escurra en ti, conviértete en agua… Esas imágenes (la de Poe agonizante y la de Virginia siendo agua del río) proceden de mi ficción, de una región no identificable en mí…

Existen ciertos libros que nos remiten a hacerle preguntas a nuestra memoria, a detenernos en el cansancio inaparente de las cosas.

En Prins, novela de César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949), el tiempo se oculta dentro de una roca gigante, donde se contiene también el opio. Un escritor fatigado de sus viejos hábitos, de sus mecanismos gastados, se abandona al goce del opio.

Un escritor con el alma envejecida, un escritor de novelas góticas,  está extenuado de teclear y teclear, de aporrear cada letra en un estado delirante… Así comienza su historia y así termina, de alguna manera, porque un día ese escritor se cansa de los viejos trucos (como un autómata que sabe responder perfectamente a su mecanismo interno) y decide parar de escribir. Lo decide de manera ingenua. Porque sabe que ahora la memoria y su cerebro se harán cargo. Ahora sus ficciones ocurrirán en el interior: el autoexilio.

Pienso si no se trata también de una alegoría. La literatura, la escritura, el pensamiento, son en sí vías de exilio, de escape. Es edificar doblemente un refugio. Encerrarse dentro de una piedra o un sarcófago para habitarnos. Es el mismo Aira quien cuenta que Prins era el apellido de un arquitecto argentino que fue elegido para construir el edificio de la Facultad de Ingeniería en Buenos Aires, Argentina.

Arturo Prins viajó por Europa para observar los edificios del estilo gótico y replicarlo en su trabajo. Pero el edificio jamás se terminó. Las razones son desconocidas, como casi todas las razones en el universo. Se dice que fue por la imposibilidad que el arquitecto Arturo Prins terminó suicidándose.

Prins, la novela de Aira, es también una alegoría de la imposibilidad. Vestida de esas razones oscuras y misteriosas, el autor nos lleva por reflexiones interiores que se desvanecen: los deseos interiores, la búsqueda aplastante de matar el tiempo… Las piedras contienen en su interior la música del tiempo.

Tres personajes dentro de una habitación que contiene al mundo. Parece que, a su manera, todas las habitaciones son el mundo, nuestro mundo. Alicia, quien en esta novela representa a todas las mujeres y a una sola, lleva al narrador a concluir si todo lo que está ocurriendo (un viaje para encontrar el opio, el Ujier, los fantasmas del pasado, las gárgolas en esa casona, la luz y las sombras…) no es un sueño, si no se trata de una proyección de los deseos contenidos en sí. Al probar el opio se despliegan todas las fantasías y los conocimientos que uno posee y esa fantasmagoría lleva al personaje a la metaficción: a no cesar de escribir, sin hacerlo de manera rutinaria, sino en un teatro de la memoria que va desplegando secretamente cada idea y cada pensamiento.

Como si el lenguaje y las acciones se replicaran dentro del edificio derruido pero fuesen proyectadas desde la mente del escritor, dictadas por un mecanismo extraño. Ese oscuro y nebuloso sendero que es a veces el pensamiento proyectado sobre el mundo real.

El abandonarse al opio, para gastar las horas, es abandonarse aún más al pensamiento, a la divagación… y en Prins, ese abandono fortuito, ese hastío remite a su lector a una melancolía nebulosa.

Un tejido que, como lectores, vamos trazando para así arroparnos del exterior caótico: demasiada luz descompuesta afuera. Dentro, el frío, la elegancia de esos muros que nadie mas que nosotros mismos habitamos. Dentro, nosotros intentando viajar a encontrar al viejo amor que nos abandonó por nuestra imposibilidad de salir de la eterna fabulación.

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