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¿Por qué, Sacheri, por qué?
Mayra González Olvera comment 2 Comentarios

Son los años 50 cuando comienza la historia. Ofelia es la protagonista y la narradora. Es la tercera de cuatro hermanas. Las dos mayores, Rosa y Mabel, están casadas, ella está comprometida con un tipo lindo, muy lindo, se llama Juan Carlos. Y su hermanita menor, Delfina, está por presentar a su novio: Manuel, un tipo lindo, muy lindo. Todo parece funcionar a la perfección, con altas y bajas, sobre todo por discusiones que tienen que ver con peronistas y anti peronistas, con un cuñado que se vuelve incómodo al hablar de dichos temas, pero todo funciona. Todos se llevan bien. Los papás son un matrimonio bien avenido y ni siquiera la tía Rita resulta tan estorbosa y molesta, por más que lo intenta. Los chicos salen juntos, en pareja, van al cine, conversan… Pero, de pronto, Ofelia y Manuel parecen conversar en un nivel más allá de la cordialidad que se espera entre cuñados, con una cierta complicidad.

¿Qué pasa cuando el amor va de la mano de la culpa? ¿Qué pasa cuando tus decisiones, sean cuales sean, dejarán a las personas que amas en medio del sufrimiento o a ti misma? ¿Qué pasa cuando no hay una respuesta correcta? ¿Cuando todo son dudas? Y los lectores nos preguntamos, ¿Eduardo, por qué, por qué los dos hombres son lindos, muy lindos? ¿Por qué ella tiene que estar enamorada de ambos? ¿Por qué el novio de la “hermanita”? ¿Por qué? Ofelia tendrá que buscar la manera de adaptarse a su nueva situación. Son los años 50 y llegarán los años 60. Y, de la mano del complicado momento que vive la protagonista, iremos descubriendo otros secretos de la familia. Secretos muy dolorosos. Iremos descubriendo patrones femeninos que van cambiando sutilmente a lo largo de la novela. Todo en un contexto político convulso y de cambios sociales.

En Lo mucho que te amé, Eduardo Sacheri consigue entrar en la piel de esta joven, y consigue crear la atmósfera femenina de aquellos años, que tiene mucho que ver con la atmósfera femenina íntima de todos los tiempos. Las complicidades entre hermanas, las conversaciones que se mantienen cuando los hombres están lejos, los pequeños guiños, los sutiles artilugios para sobrellevar una época compleja para ser mujer. En complicidad con la narradora, una que otra vez entorné los ojos pensando: “hombres”.        

De entre mis obsesiones lectoras está la de buscar una novela de amor que me emocione, que me haga brincar de la silla y darme de topes y discutir con los personajes y querer parar la lectura porque lo que sigue para los amantes es el abismo, el barranco, y no querer parar la lectura porque quiero que llegue el beso esperado, el encuentro fortuito, las palabras que llegan por carta o en un susurro atrevido dentro de una sala de cine o en un mensaje cifrado frente a todos los cercanos. Sacheri consigue construir un enamoramiento sutil. Parece decirnos: “A ver si te enteras, lector”. Vaya que me emocioné. Y cuando llegué al final de la página 110, en un lenguaje digno de la teoría literaria más ortodoxa, dije ¡Zaz! (anótenla, y verán cuando la lean o la relean), y me volví a preguntar: ¿Eduardo, por qué, por qué los dos hombres son lindos, muy lindos? ¿Por qué ella tiene que estar enamorada de ambos? ¿Por qué el novio de la “hermanita”? ¿Por qué? Y la respuesta, al final, pues es: porque así tenía que ser. Porque así se escribe una gran historia de amor. Porque así se logra una gran novela. Gracias, Sacheri.

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