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Por qué no deseo tener descendencia
David Velázquez comment Un comentario

La sobrepoblación es un tema muy sonado en esta época de calentamiento global, consumismo desenfrenado, desigualdad económica y extinción masiva. Guau. Mucho que decir en un par de líneas, ¿no? Ojalá pudiéramos comenzar con noticias más amables, pero cada vez es más difícil encontrarlas, así que tendremos que entrar de frente al problema. No podemos eludirlo más. ¿Por qué? Porque los más de siete mil millones de personas (siete-mil-millones; 7,000,000,000, let that sink in) que habitamos este planeta hemos rebasado la capacidad que éste tiene para soportarnos.

Pongámoslo de este modo: mi abuelo tuvo siete hijas e hijos, y a todos les dio un lugar en su casa (amplísima, es necesario decirlo), una pequeña herencia, un modo de ganarse la vida y un trastorno de acumulación digno de un documental de Home&Health. Con el tiempo, mi madre se casó y tuvo a sus cinco hijos. Mis tías y tíos también; unos más, otras menos. Con el tiempo, algunos de mis hermanos se casaron y tuvieron hijos e hijas (quién más, quién menos) sin pensar en buscar un lugar para su familia (¿cómo podrían abandonar el nido que con tanta ilusión construyó el abuelo?), y mis primos y primas hicieron más o menos lo mismo.

El espacio se fue reduciendo y la herencia poco a poco se agotó. Si los invitara hoy a esa casa, para sentarnos tendríamos que buscar un rinconcito en el piso que no estuviera lleno de trastos, cachivaches o ropa tirada. Navegarla es un engorro porque cada familia que surge al interior establece sus barreras en busca de un pequeño resquicio de intimidad. ¿El resultado? La casa es inhabitable en casi cualquier sentido y nadie quiere mudarse porque no concibe la vida de otra forma.

Con nuestro planeta pasa casi exactamente lo mismo, salvo que no podemos mudarnos, al menos no por el momento *le prende una veladora a Elon Musk*. Recibimos, como humanidad, un planeta autosustentable, autorregulado y completamente renovable. ¡Es una biósfera que flota por el universo, por todos los cielos! ¿Y qué hicimos? Arruinarlo. Llenarlo de asfalto, de humo y de basura. Y ahora está en una crisis terrible de la que difícilmente podremos salir, aun si cambiamos radicalmente nuestro modo de vida. ¿Vale la pena? Claro que sí, ¿o no nos gustan tanto esas vacaciones en la playa lejos del bullicio urbano?, ¿no disfrutamos de un paseo por el bosque o a la orilla del lago? Esa podría ser la vida, pero debemos renunciar a las comodidades que nos han traído hasta aquí (y sí, quizá eso incluya el celular desde donde lees esto). 

En La cuenta atrás, un libro maravilloso y revelador, aunque duro e incómodo de digerir, Alan Weisman, autor de Un pueblo llamado Gaviotas y El mundo sin nosotros (¡!), hace una pregunta fundamental: ¿a cuántas personas puede sostener el planeta sin sacrificar la calidad de vida, los recursos disponibles y la estabilidad de los ecosistemas? La respuesta, redoble de tambores, no es agradable: dos mil millones, ¡2,000,000,000! Es decir, poco menos de la tercera parte de la cantidad que hoy habita el planeta. 

Por supuesto que es un problema complejo que obedece a varias circunstancias, siendo la más clara de todas la profunda desigualdad económica: mientras que hay países donde una tercera parte de los alimentos disponibles va al botadero a descomponerse, hay otros donde un solo costal de grano debe alimentar a veinte personas por hasta una semana, si hay suerte. Pero seamos sinceros: el altruismo de los países desarrollados no es mayor que su egoísmo; no puede ser de otro modo en el capitalismo.

Por ello, la respuesta más esperanzadora que da Weisman es la vía directa: debemos dejar de reproducirnos y cambiar radicalmente nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el planeta. Sólo así podremos darle un respiro al mundo, permitir que sane y seguir adelante como especie y como civilización. Eso, claro, si deseamos que la humanidad perdure en la Tierra; porque también podemos ignorar todas las advertencias, precipitar el desastre ecológico y extinguirnos junto a miles de especies más. Después de todo, el planeta ya encontrará la forma de recuperarse, siempre lo hace (al menos mientras exista el sol; digamos, unos ocho mil millones de años). Es nuestro destino el que está en juego.

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  1. Me gustan los artículos que mueven al lector a reflexionar y tomar conciencia. Aunque me hubiera gustado ver más argumentos que apoyaran tu decisión.