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Pamuk: retrato de Oriente sin estereotipos
Carlos Priego Vargas comment Un comentario

A lo largo de la historia se gestó, en la literatura turca, una certeza reconocida por los principales conocedores del tema: la distinción entre la “época clásica”, donde las formas imperantes consistían fundamentalmente en largos poemas narrativos   —escritos según los modelos árabes y persas— , y la “época moderna” que apostó por nuevas formas discursivas como la novela y el ensayo. Semsettin Samí, Sabahattin Ali, Nedim Gürsel, Elif Shafak, Metin Arditi, Ahmet Hamdi Tanpınar y otros autores como el Premio Nobel Orhan Pamuk colaboraron para posicionar y dar prestigio al género y, sobretodo, establecer un antes y un después entre estas dos etapas. La fórmula utilizada fue sencilla: calidad expresiva, de pensamiento y de innovación.

Si la novela en Turquía ha logrado la plenitud que ahora disfruta ha sido por cumplir dos funciones importantísimas: por un lado, desarrollar un lenguaje adecuado sustituyendo al otomano tradicional; y por otro lado, una suerte de reconocimiento de la nueva identidad Turco-Otomana, en crisis a causa de la eclosión de los nacionalismos y el choque, nada sorprendente, de la cultura Europeo-Occidental con el imperio. Lo anterior no debe de sorprender a nadie si se toma en cuenta que en Occidente la novela nace cuando el eje de la vida pasa a ser más urbano que rural. En este sentido, se puede afirmar que el surgimiento de la novela está ligado a la ciudad. El mundo rural produce poesía, pero la ciudad fomenta el desarrollo de la narrativa.

La ciudad de Estambul, Turquía.

La aparición de obras como El fruto del honor (Lumen, 2012), de Elif Şafak, o Estambul (Debolsillo, 2014), de Orhan Pamuk, permiten atestiguar por qué la nueva novela de Oriente ostenta un aspecto literario de orden incuestionable. Si la influencia árabe y persa dibujaron a Turquía como el país mágico de Las mil y una noches, el entendimiento abierto de las experiencias que son perfectamente comprensibles para Occidente, trasmitido por los escritores turcos en las últimas décadas, revistió a la prosa de aquella parte del mundo de una importancia significativa otorgándole un justo prestigio, debido, sobre todo, a la representación de experiencias humanas compartidas por gente de diversas condiciones y culturas. Esto le concedió su carácter de universalidad.

La proclamación de la República de Turquía en 1923 con sus reformas geopolíticas, la apertura de sus fronteras a Occidente y la llegada de profesores europeos, principalmente a Estambul, ofreció a los lectores las primeras traducciones de autores como Fénelon, Voltaire o Rousseau y con ello una nueva manera de enfrentar el drama humano en toda su capacidad, lo que con el tiempo se tradujo en el nacimiento de una generación de escritores totalmente desvinculados del imperio. Entre el realismo de tipo costumbrista y el efecto del éxodo rural y la proletarización, la literatura miró a otro sitio.

En consecuencia, la producción creativa se vio enriquecida por autores que supieron divorciarse de la antigua forma de representar su mundo. A partir de este trance evolutivo, un escritor logró asumir el reto de escribir comprometiéndose con el lenguaje y con la posibilidad de describir esa otra cultura, más o menos similar a la nuestra pero con sus respectivos matices.

El décimo libro de Orhan Pamuk merece un amplio reconocimiento literario: La mujer del pelo rojo (Literatura Random House, 2018). En sus páginas está el recuento del drama de un joven que desde temprana edad debe enfrentarse a los dos mitos fundacionales de la cultura de Oriente y Occidente: el Edipo Rey de Sófocles y la historia de Rostam y Sohrab, del poeta persa Ferdousí. Cem Bey, protagonista de la novela, crece sin padre, lo que le produce sentimientos de desorientación y desamparo. Para madurar y construir una identidad propia y diferenciada debe matar a su padre, al menos de forma simbólica:

“Mahmut Usta solía contarme historias y parábolas extraídas del Corán para enseñarme lecciones de moral, lo cual me enojaba. Para devolvérsela, yo había decidido contarle la historia del príncipe Edipo, pero al final, de algún modo, había terminado actuando como el protagonista del relato que había escogido. Por eso Mahmut Usta había acabado en el fondo de un pozo: todo había sido culpa de una historia, de un mito”.

A la entereza de la voz de cada uno de sus personajes, Pamuk añade una multiplicidad de puntos de vista, que incluyen la necesidad de encontrar sentido a la vida a partir de la cultura de Occidente:

“Al igual que todos los turcos de la generación de mi padre, lo que yo esperaba encontrar en aquellos viajes, deambulando por las tiendas, los cines y lo museos del mundo Occidental, era alguna idea, algún objeto, una pintura, lo que fuera, que transformara y diera sentido a mi vida”.

Edipo en el destierro guiado por Antígona de Antoni Brodowski.

Orham Pamuk logra retratar a Oriente sin incurrir en estereotipos patéticos ni sensiblería. La sabiduría de su escritura, su talento narrativo y la lucidez de su postura crítica hacen de La mujer de pelo rojo una obra de enorme importancia. Una suerte de novela de amor, sobre el desarrollo de la sociedad turca y la vigencia de los mitos fundacionales en la actualidad.

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  1. La primera lectura que tuve de Me llamo Rojo, me recordó a T.S. Eliot en cuanto al prejuicio que llamaba: tradición. Además, que tenía fresca la lectura de final de juego de edward Said; ambas lecturas me dimensionaron a Pamuk como un escritor de procuró su devenir.