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Todo oscuro, sin estrellas
Ismael Martínez comment 0 Comentarios

En un encuentro que quedará para la posteridad, George R. R. Martin, afamado escritor de la tan en boga saga Canción de Hielo y Fuego —Juego de Tronos, para los no iniciados— pregunta a su colega Stephen King, con partes iguales de azoro y envida, cómo ha podido publicar, con tan veloz ritmo, tantos libros. En especial cuando él mismo lleva trabajando en la sexta parte de su heptalogía desde 2011 sin poder sacar el producto terminado al público. Es entonces que el oriundo de Maine, afamadísimo por construir quizá la más sólida trayectoria en la literatura del horror y el suspense en el siglo pasado, responde, en un ejercicio de prismática honestidad, cómo lleva un par de décadas con el fardo autoimpuesto de escribir, un día sí y otro también, sin excepciones. Así, al cabo de unos cuantos meses cualquiera contaría ya con material suficiente para conformar una novela, o una serie de relatos, o un volumen de ensayos.

Dedicación y esmero es, pues, la fórmula que ha encumbrado a Stephen King como una de las mentes maestras en la literatura comercial del panorama estadounidense. Es, quizá, el escritor más afamado en la historia de las fábulas de horror norteamericano (si nos olvidamos, por casualidad, de Poe). Esas pocas páginas diarias lo han llevado a construir hitos del género, como Carrie (1974), El resplandor (1977), La torre oscura (1982), Cementerio de animales (1983) o Eso (1986). ¿Notan el breve espacio entre un éxito y otro?

Unas pocas páginas cada día que no siempre terminan en una novela novedosa, como Mr. Mercedes (2014), o en una ansiada secuela, como Doctor Sueño (2013), que continúa la historia de Danny Torrance tras sobrevivir al frenesí asesino de su padre por influencia del demoniaco Hotel Overlook en El resplandor. No, a veces esas pocas cuartillas diarias conducen a ejercicios de profesionalismo que decantan en “pequeñas historias”, cuentos largos para la tradición latinoamericana, si se quiere, que se publican por entregas en páginas de revistas como Esquire o Playboy, o que se reservan para constituir algún volumen de cuentos.

Tal es el caso de títulos como El umbral de la noche (1978), Las cuatro estaciones (1982), Las cuatro después de la media noche (1990), o Todo oscuro, sin estrellas (2010), historias que King ha escrito como “descansos” entre proyectos de más largo aliento, que lo han mantenido vigente en el circuito de las publicaciones periódicas y que le han ganado gran reconocimiento entre las academias de formación literaria como un estudio de caso en donde lo único que hace falta es temer más a la muerte que a la página en blanco.

Así, Todo oscuro, sin estrellas compila cuatro historias sobre muerte, cuatro asesinatos: muerte por honor, muerte por venganza, muerte por enfermedad y resentimiento, muerte por náusea.

“1922” abre el tomo. Cuenta la historia de Wilfred Leland James, un maduro campesino de Nebraska quien confiesa, desde una triste habitación de hotel citadina, cómo planeó la ejecución de su entonces esposa, Arlette, ocho años antes, por un problema de posesión de tierras.

James, granjero e hijo de una familia de granjeros que lo eran acaso desde que el mundo es mundo, tuvo que asesinar a su mujer porque ella amenazaba su forma de vida, ya que ésta, tras heredar cuarenta hectáreas de la tierra de su padre, planeaba unificar el terreno y venderlo todo a una compañía ganadera que se dedicaba al rastro de cerdos.

Su mujer, empecinada en mudarse a la ciudad para abrir una tienda de modas, les había hecho imposible la vida a él y a su hijo, Henry (“Hank”), quienes deseaban quedarse y vivir una vida sencilla durante otras muchas generaciones. El asunto terminó en una muerte violenta con terribles implicaciones para todos los involucrados, incluida una fuerte remembranza, acaso homenaje, al insuperable “Corazón delator” de Edgar Allan Poe.

Tres historias más completan el volumen: “Camionero Grande”, un relato de venganza; “Una extensión justa”, las implicaciones humanas de conseguir un pacto demoniaco para alargar la vida; y “Un buen matrimonio”, el infierno de ignorar la verdadera cara de tu pareja. En todas ellas King demuestra y confirma un manejo insuperable de la voz interior en la narrativa en primera persona, así como una increíble habilidad para crear consciencias complejas en personajes cuya cotidianidad es trastocada por la incomodidad de un horror que, aunque común, parece siempre insospechado.

Julio Cortázar decía que la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe vencer por nocaut. Con más de setenta libros en su palmarés, King no es sólo un poderoso peleador que se rehúsa a abandonar el ring tras batir doce episodios completos, sino que también, cuando se lo propone, busca terminar el encuentro con un gracioso volado de zurda directo al mentón. Larga vida al King.

Que así sea.

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