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Madera de detective
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

¿De qué está hecho un detective? Sin duda de una suerte de salvajismo primitivo. De whisky. Y de un conocimiento especial de la vida y el carácter del alma humana (sus vicios y sus virtudes), ése que muchos escritorzuelos (de los de hoy día, y no pocos de los de aquellos) quisieran poseer. Por lo menos de eso estaba hecho Doghouse Reilly, el Sabueso, mote que sarcásticamente utiliza el detective Philip Marlowe para encubrir sus pasos.

Hombres rudos que pueblan las metrópolis modernas y que en otra vida hubiesen sido marineros, o mineros, y en cambio se dedican a rastrear y extirpar a criminales de todas las montas: chantajistas, traficantes y demás fauna nociva que antes del nacimiento de la ciudades como las conocemos no existían.

El género negro en la literatura (digámoslo de esta manera) nace con esas ciudades horizontales, frías y lúgubres que excelentes dibujantes capitalizaron en cientos de revistas que se encargaron de popularizar el género detectivesco, y que Raymond Chandler leía con avidez. Antes de la fiebre espacial, y después de que los indios fueran exterminados y los búfalos (o por lo menos sus cabezas) adornaran las casas de pastores presbiterianos, los detectives (los de carne y hueso y los de tinta y papel) proliferaron en cada ciudad de Estados Unidos.

Pero volvamos a las hojas de El sueño eterno. Como habría hecho el sabueso Marlowe y como soñó Chandler que él hacía cuando niño, dejemos que la lluvia y las calles oscuras y el olor a tabaco nos embriaguen. Y digamos sólo esto: no podría haber título más poético para comenzar la que años después sería reconocida como una obra original y rebosante de vida; en resumen, un proyecto literario universal.

Porque en las páginas de esta novela no hay sólo asesinatos (algunos bastante ingeniosos), habita también una obsesión que persiguió a Chandler desde su primer cuento, publicado hacia 1933 en una de esas revistuchas baratas que hoy son objeto de culto y colección, hasta la última de sus novelas: la obsesión por comprender el alma de hombre. ¿Qué lo hace robar? ¿Qué da el último empujón a la mano que hunde el cuchillo en los senos de una mujer hermosa? ¿Qué torsiones del alma y qué primitiva sed impulsan a un hombre al homicidio?

Sin duda, esas son preguntas que al leer El sueño eterno no serán respondidas. Pero hay indicios que el dominio del oficio de escritor, luces en un camino lóbrego y seseante, puede descubrir (si se avoca en alma y cuerpo) sobre esoscuestionamientos. Precisamente eso es lo que Chandler logra en ésta su primera novela, constituida por treinta y dos fracciones.

Esa manera fragmentaria logra la totalidad, o mejor dicho la esfericidad que esperamos de una buena novela. Los diálogos (me gusta pensarlo así) son como los acercamientos que en el cine nos enfrentan con el personaje (sus ojos o sus manos y sus emociones a flor de piel) y en eso el cine tiene la ventaja, pero en Chandler no hay saldo rojo, sus diálogos llenos de sarcasmo son como esos acercamientos que nos dicen de qué está hecho este hombre y qué fuerza desconocida tiene aquella mujer. Los diálogos son el alma de los personajes. Y Chandler nos entrega personajes completos, a pesar de ese estilo fragmentario.

Pero, a todo esto, ¿la novela de qué va? No lo sé. Expone a detectives y habla de crímenes que ocultan tragedias y secretosaun peores. La gente podrá decir “a mí qué me importa un detective de novela, es pura ficción”,pues es precisamente allí donde radica su fuerza. Marlowe es constantemente acechado por la muerte. La muerte en forma de bala o de un cuchillo negro que perfora la carne por la espalda o de traición. Y eso es lo que mantiene en vilo al lector, el miedo a la muerte (la ficción de la muerte, para ser precisos). La lucha constante por sobrevivir.

A diferencia de los sosos, predecibles y aburridos superhéroes modernos (caben excepciones) que nacieron a prueba de muerte, los detectives viven casados con ella. Digamos que el salvaje oeste se domeñó pero sigue batiendo los corazones de los hombres y las ciudades. Y así, nuestro detective sangra, suda y se embriaga como muchos de nosotros.

Pocas cosas se pueden agregar a lo dicho. Y pocas veces se pueden escribir líneas dignas de una novela bien lograda. Por fortuna Joan Margarit le dedicó un poema a Chandler que resume lo que he querido y no he logrado decir:

 

Cada uno es una novela negra.

El dolor es el crimen y, amar a una mujer,

el detective duro y honrado del relato.

Dormirse fatigado, oyendo a alguien que llora,

necesitar dinero, quedarse sin trabajo,

es la comisaría donde nos interrogan

tan sólo acerca de la soledad.

Y nadie es inocente: tras la puerta

de los ojos se juega hasta la madrugada.

Un amor fracasado es volver a un barrio pobre

y dormir solo en un hotel por horas.

Los recuerdos son huellas digitales

en el lugar del crimen, pruebas falsas,

montajes de corruptos policías.

Somos calles ocultas por la niebla,

escenarios de un thriller.

 

Los detectives no han muerto. Aún sufren insomnio y esperan largas horas. Horas grises. Se enfrentan a los acertijos de la esfinge, como Edipo. Sólo que para ellos el acertijo da un giro interesante. Las cuatro patas son los animales, las dos patas les pertenecen a los hombres, y las tres patas a lo ignominioso. Y el detective de la historia tiene que elegir entre ser animal, hombre o monstruo, sin cerrar la puerta a las demás. Nunca sabe cuándo necesite de ellos.

Esa capacidad de ambivalencia suicida hace de los detectives personajes en extremo interesantes. Hombres duros que ora están buscando justicia, ora se miran rodeados de contrabandistas y apostadores, bebiendo hasta el garete en ciudades donde “los muertos pesan más que los corazones rotos”.

El crimen en El sueño eterno resulta una fractura con el mundo establecido. A partir de este conflicto entran en juego fuerzas que intentarán aniquilarse unas con otras. El criminal que es la otredad, la figura ambigua, el hombre gris (Eddie Mars), como lo describe nuestro detective, se encarga de ser el agente de la destrucción. Marlowe, figura ambivalente que hace lo posible (si el pago es adecuado) por resolver el caso es el contrapeso de la historia. Pero que (en última instancia) no está con la ley, no representa el espíritu de las leyes. Es un espacio entre los extremos.

Por otro lado, el contratante (siempre debe existir una parte interesada en pagar por los servicios de un detective) es una especie de rescoldo de un mundo que se encargó de aniquilarse a sí mismo, el general Sternwood, padre de dos hijas (Carmen y Vivian)involucradas con hombres cuestionables y herederas de la fortuna del abigarrado general. A partir de este encuentro las cosas no mejoran.

Mucho tiempo se tildó de bastardo al género detectivesco o policiaco (lo mismo ocurrió con la novela gráfica y el cómic). Esta bastardía es el devenir de la literatura contra sí misma, en oposición al totalitarismo fascista de la gran literatura incuestionable (y muchas veces inalcanzable) de los clásicos. Y la única razón válida que encuentro para leer a Chandler es la misma que W. H. Auden legó en uno de sus ensayos dedicados al género: “para mí, como para muchos otros, la lectura de novelas policiacas es una adicción, como el tabaco o el licor”.

 

Por: Gonzalo Trinidad Valtierra

Hablamos de ☞ El sueño eterno, Raymond Chandler, Debolsillo.

Fotograma de ‘El Sueño eterno’ película protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart.


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