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Historias náufragas
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

Coetzee2

Foe / Debolsillo, 2014

Imaginemos que Robinson Crusoe no fue producto de la imaginación de Defoe. Que él realmente existió y no era para nada el hombre que conocemos, que su esclavo no sabía hablar, que jamás hubo caníbales ni plantíos y que quien realmente sufrió fue una mujer que llegó a la isla quince años después que él. Pensemos que Crusoe muere cuando lo rescatan, y que esa mujer, Susan Barton, decide hablar con el famoso escritor para librarse de su historia compartida. ¿De quién es la historia entonces? ¿De Daniel o de Susan?

Hace unos años me enamoré efímeramente de una muchacha en Coyoacán. El ridículo habrá durado unas dos horas y el contacto que ella y yo tuvimos se podría resumir a unas tres o cuatro líneas. En ese entonces me veía casi cada tercer día con mi mejor amigo y le platicaba todo lo que me sucedía, sobre todo cuando tenía que ver con mujeres, y cada que iba a algún lado y pasaba algo medianamente interesante con una de ellas, él conocía la historia.

Después, en las reuniones con cerveza y el grupo extendido, él sería quien contaría esa y otras historias mías. Cada que narraba, la historia tomaba un nuevo giro, había nuevos elementos, lo tedioso se diluía e incluso yo quedaba asombrado por la anécdota, como si fuese ajena a mí, a pesar de no ser verídica.

Yo no sé contar las mías. Con Rodrigo eso no importa, él las sabe limpiar, llevarlas a su mejor exposición, sin tanto sentimentalismo que a mí me impide narrar los hechos de manera entretenida; adquieren una fuerza que me gustan más cuando él es quien las habla ante un gran público y yo dejo de ser su autor para convertirme en un simple personaje.

¿A quién le pertenecen las historias? ¿Acaso no ellas son libres de vivir sin nosotros y tomar la forma de quien en ese momento quiso contarla? En el momento que se cuenta por primera vez dejan de ser nuestras anécdotas y pasan a la voz de quien quiera repetirlas, tomando fuerza o flaqueza dependiendo de la lengua que se digne a articularla.

¿Y si Crusoe no hubiese sido como Defoe lo delineó? Tal vez Susan Barton conoció al verdadero Robinson, pero su historia tal vez tenía que venir de la pluma de alguien más para que fuera interesante, entretenida, para que alguien más lograra convertir los fantasmas en una historia y así ella poderse librar de Viernes y Crusoe y vivir en paz, sin que su pasado la persiguiera como un cuento que no acaba nunca.
 

Andrés Borchácalas

Coetzee Nobel

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