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Ese príncipe que fui
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

Si se googlea “Toloríu” se obtendrá como uno de los primeros resultados la leyenda de esta región en España, casi Francia, cuya población no pasa de los cincuenta habitantes y cuya trascendencia recae en ser el lugar en el que podría estar enterrado un tesoro que ha trascendido siglos y continentes: el Tesoro de Moctezuma. Si se continúa indagando en los resultados aparecerá un artículo de Jordi Soler publicado en la versión impresa de El País, en abril de 2008 en el que se profundiza en esta historia y se cuenta cómo un hombre, asegurando ser descendiente del emperador azteca, aprovechó la leyenda para estafar a la nobleza española en la época de Franco. La historia está contada.

Pero esta será la leyenda que da pie para contar los encuentros y desencuentros en la vida de un Príncipe cuyas acciones son producto de siglos de historia y sus motivos que, si bien dedicó varios años para embaucar a cuantos pudo, nos llevan a preguntar si no es esta una estrategia común en la monarquía porque ¿cuál de sus miembros habrá sido señalado en realidad por la Divinidad? ¿Qué es aquello que define a la Realeza a través del tiempo?

Un hombre español lee el artículo en el periódico y, más allá de la narración sobre el linaje de Moctezuma, se embelesa con la idea del tesoro por lo que decide emprender su búsqueda. Esta idea resulta razonable cuando se entiende que, tras treinta años de trabajo en un banco, se encuentra sin mayor ocupación y claro ¿qué mejor cosa se podría hacer en esta circunstancia?, particularmente si se trata no de un tesoro cualquiera sino de El Tesoro de Moctezuma, que podría estar a sólo unos kilómetros de distancia.

La naturaleza del tesoro exige más que un detector de metales y un viaje, se hace necesario desentrañar las profundidades de la leyenda; los documentos y testimonios son un enredijo que lleva al narrador a rastrear los cinco siglos que separan a la original estirpe azteca-española del que podría ser su último heredero, un príncipe empobrecido y perdido en su vanidad, del que es difícil sacar alguna palabra que no parezca un disparate pero que está dispuesto a contar su travesía para lograr hacer justicia, no sólo para él, sino para su estirpe.

El emperador azteca Moctezuma Xocoyotzin tuvo diecinueve hijos, siendo Xipaguazin la heredera que llega a España sin que se sepa muy bien si por su voluntad o raptada por Juan de Grau, uno de los acompañantes de Cortés en tierras mexicanas. La princesa no se entregará al conquistador, antes quedará perdida en una locura que la hace huir a caballo por los alrededores del pueblo, mantener lejos al supuesto esposo con coléricos ataques, y no aceptando jamás compartir el techo con él. A pesar de esto la pareja tiene un hijo, pocos meses antes de la muerte de la princesa en 1536, y esta descendencia proliferará hasta a Federico de Grau, quien no sabe de su linaje sino hasta que una parte de su servidumbre le confiesa su identidad perdida, ante lo que Federico decide fundar la Soberana Orden Imperial de la Corona Azteca, y reclamar su lugar como el último heredero de Moctezuma aunque esto implicara una serie de timos en los que intentará recuperar la fortuna familiar que se había perdido además de obtener un lugar en la nobleza, pero ¿es esta una estafa nunca antes llevada a cabo?

Este es uno de los episodios de la novela en el que se explica cómo las ideas no nacen sólo de la imaginación y cómo ponen en juego la naturaleza humana:

En los años sesentas del siglo pasado, mientras los Estados Unidos y Rusia pelaban por ganar la carrera a la Luna, se comenzó a elaborar un proyecto que pretendía volver a las personas, aquellas que pudieran pagarlo, propietarias de pedazos de la Luna, por descabellado que pudiera sonar la idea era viable si se tomaba en cuenta que los territorios pueden no ser pisados por los propietarios jamás mientras se cuente con papel, un título de propiedad, que compruebe el prestigio de la posesión. Bajo el lunático concepto el príncipe vende títulos y territorios de aquel que fue el Nuevo Mundo y del que se consideraba embajador. Una dinastía ficticia y acrecentada por españoles deseosos de pagar a plazos un título tan ridículo como el de “Pastelero de Honor de la Corona Azteca”, linaje que con el paso de los años se diluiría, borraría de los papeles y sería obligado quedar al nivel del rumor.

Cada uno de los engaños, negocios y fraudes realizados llevan al príncipe, como sabemos desde el inicio, a ser doblemente desterrado: español por nacimiento que desconocía que su verdadero imperio era el de ultramar y que se ve obligado a exiliarse en Veracruz, viviendo en la pobreza y el desdén que no resultan tan ofensivos como el hecho de no ser reconocido como el único descendiente de la magnificencia azteca arrebatada, como el príncipe que es.

 

Por: Siberia Husky

Hablamos de ☞ Ese príncipe que fui, Jordi Soler, Alfaguara, 2015.


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