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En buena compañía podemos ser... El mago de oz
Graciela Manjarrez comment 0 Comentarios

Había una vez una niña huérfana, Dorothy Gale, que vivía con su tía Em y su tío Henry en una granja en Kansas, en medio de la nada. Como sucede en todas las historias fantásticas, un tornado malo (que en este caso será bueno) arrasa con todo lo que esté a su paso: Dorothy y su perro Toto vuelan por los aires hasta aterrizar en un hermoso lugar desconocido. Y acaban, por accidente, con una de las Brujas Malvadas del cuento. Si bien el nuevo paisaje, exótico y colorido, contrasta con el gris y desolado y árido Kansas, Dorothy lo único que quiere es volver a lo conocido, con su tía Em y su tío Henry. Así, sigue el camino amarillo calzando las zapatillas de plata, obsequio de la Bruja del Norte, para encontrarse con el gran y poderoso Mago de Oz.

El mago de Oz fue escrito por L. Frank Baum en 1899 e ilustrado, originalmente, por W. W. Denslow. El libro es una de las obras más conocidas de la cultura popular norteamericana y, para bien o para mal, nunca pudo ser superado por otras obras escritas por el autor. En el prólogo al libro, Baum declara que el único propósito con el que lo escribió fue para “agradar a los niños de hoy en día”, que de moral no tienen nada (para eso es suficiente con la educación “moderna” de finales de 1800) y que aspira a que El mago de oz sea un cuento de hadas remasterizado “en el que se mantenga el asombro y la dicha y se excluyan las congojas y las pesadillas”. No estamos muy seguros si esto último lo logró.

Como buen cuento de hadas, el libro está estructurado en pequeños capítulos, 24 en total, que narran una pequeña aventura. La articulación de éstas asemeja un rosario de cuentas, unidas todas por el hilo/camino amarillo (que, a veces, cambia de color). El contenido de estos episodios no dista mucho de los libros a los que trata de seguir (y de apartarse): la superación sí o sí de un obstáculo y que exhibe, con creces, aquella cualidad o defecto de la que presumen los involucrados en la historia. Efectivamente, el asombro y la dicha están presentes en cada una de las aventuras narradas por Baum. El libro está plagado de lugares exóticos, seres fantásticos, trucos de magia y resoluciones ingeniosas que hacen que la lectura sea muy ágil, especialmente amena y que ponga a prueba, una y otra vez, la imaginación del lector.

De lo que no estamos muy seguros es sobre la voluntad del señor Baum de omitir congojas y pesadillas en su escritura. Pues, ¿qué puede ser más penoso y duro que saber que aquello que buscas, anhelas y finalmente encuentras resulta ser un timo y una completa falsedad? ¿Qué tan agradable puede ser ir perdiendo los brazos, las piernas, el corazón (a fuerza de amor y necedad) e irlas sustituyendo con prótesis de metal hechas por un hojalatero? ¿Qué tan idílico es desaparecer porque el material del que estás hecho se esfuma, es decir no existes? Pese a la contundencia de la declaración, el libro contiene este tipo de pasajes que no son de solaz, ni de entretenimiento, sino de una brutal reflexión, a golpe de imágenes terribles, brutales, pero que, al fin y al cabo, sacuden al lector.

Y es ahí donde nace la originalidad de El mago de Oz. Y decaen los propósitos de Baum. Esto no es cuento de hadas para el entretenimiento de los niños; es un cuento de hadas que subvierte las reglas del género y cimbra al lector. Bien puede ser la simple historia de un road trip para regresar a casa, o ser el camino amarillo que todo humano camina para encontrarse, para desengañarse, saber quién es y encontrar su lugar en el mundo. El libro, pues, funciona a manera de espejo, en donde cada uno de los involucrados, llámese personajes, lectores (o aún el propio autor) pueden desgastar las zapatillas de plata y descubrir que aquello de lo que creemos carecer, está escondido en algún lugar de nuestra cabeza o de nuestro corazón.

Porque los personajes que involucra Baum en su libro tampoco lo alejan del carácter moralizante de los cuentos de hadas (eso sí, en dosis precisas y controladas). Dorothy, el Espantapájaros, el Leñador de hojalata, el León y el propio Mago de Oz encarnan, a su manera, valores como la honestidad, el coraje, la voluntad, la nobleza de espíritu, pero, sobre todo, se caracterizan por su empatía. Incluso, se podría decir que El mago de Oz es una oda a la participación afectiva y efectiva de una persona en una realidad que le es ajena. Y demuestran que el mundo agreste, llámese tornados violentos, brujas malvadas, monos alados, campos de amapolas, magos fraudulentos, caminos espinosos pueden ser andados si hay una voluntad y consciencia de hacerlo.

Y es que en buena compañía podemos ser valientes… y nobles y valerosos y honestos porque, hay cosas de nosotros mismos que sólo podemos ver a través de otro. Ni modo, así de cursi. Y, precisamente, eso es lo original y poderoso de El mago de Oz.

El mago de Oz L. Frank Baum literatura infantil

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