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El triunfo de la risa
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La literatura en lengua española suele caracterizarse por ser solemne, a pesar de que la cumbre de sus letras es una novela humorística. Don Quijote de la Mancha es, aunque pareciera que los siglos de lecturas e interpretaciones lo han fosilizado, un relato en el que pulsa la vida porque nada está definido; la razón y la locura se entrelazan, algo puede ser dos cosas a la vez sin resultar contradictorio.

Ésa es en forma sintética la interpretación y el foco que Jordi Gracia elige en Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía, una novela que asume la imposibilidad de esclarecer los enigmas de la vida de Cervantes (1547-1616), pero que, a cambio, nos ofrece un relato con los instrumentos del biógrafo y con la voz del novelista (pues sin imaginación no hay biografía), un libro que se sitúa en la cabeza de su protagonista y que se escribe en presente simple.

Tal característica, la de escribir como si todo ocurriera, es una peculiaridad que se enlaza con el ancla interpretativa de Gracia: no un episodio en la vida de Cervantes, no una de sus obras (aunque sí hay excursiones ensayísticas a, por ejemplo, Los trabajos de Persiles y Sigismunda o a las Novelas ejemplares). El tema de esta vida escrita es la de un hombre que logra despojar la solemnidad de su tiempo y de su propia persona para inventar no sólo un artefacto narrativo total, sino un temperamento que hoy damos por sentado, pero que se erige como una victoria monumental.

En las páginas de Gracia, Cervantes nace dos veces. En su primera vida, Cervantes es un joven católico, ferviente antiprotestante y enemigo de los musulmanes; un soldado que queda manco y cae preso durante cinco años en la ciudad infame de Argel; el adulto liberado y fiel a la Corona de Felipe II que hace de recaudador de impuestos y escribe obras de teatro de éxito moderado así como una obra bucólica, La Galatea, en la que pulsa una potencia literaria que no habrá de estallar sino hasta mucho después.

Luego vendrán las decepciones de la media edad, cuando Cervantes se asoma a la vejez: el trabajo monótono y mal pagado que incluso le gana un par de excomuniones preventivas, la humillación de España y su Armada Invencible; la muerte de Felipe II y la indiferencia que despierta ante burócratas, cortesanos y otros poetas. Es en esos años cuando Cervantes da el vuelco que cambiará la literatura para siempre. Lejos de resentirse y de dejar de escribir, el autor nacido en Alcalá de Henares concibe la historia de un hidalgo “héroe y orate, risible y ejemplar, loco y cuerdo”.

Es muy difícil no conmoverse con los capítulos en los que Gracia narra la concepción de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605): su turbulenta edición llena de erratas, la recepción inesperada por resultar exitosa, la incertidumbre general ante un libro tan extraño, una novela que cuenta muchas historias al mismo tiempo y que supone –aunque eso no lo sospechen todavía ni los lectores ni los rivales de Cervantes-  una “rebelión continua contra la univocidad simplificada e idealista, contraria a la experiencia”. La conquista de la ironía se consuma después con la publicación de la Segunda parte del Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha (1615), obra que Cervantes publica a marchas forzadas sólo un año antes de su muerte y en el que el humor es la característica principal de la inteligencia.

La obra de Cervantes se ha leído de muchas formas: como novela romántica, como lucha entre lo real y lo ideal, como la primera novela posmoderna. Tras siglos de lecturas sólo hemos convenido en que El Quijote nunca se acaba. Ahora es el turno de la vida de Cervantes, vista durante cuatrocientos años como una sucesión de sinsabores, ahora se nos descubre en este libro como el triunfo inesperado de la ironía, de la inteligencia hecha risa.

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