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El Perro Demoníaco que se llama James Ellroy... o viceversa
Ramón Córdoba comment 0 Comentarios

Hubo una época en que los entonces niños salíamos a la calle a jugar a policías y ladrones y costaba mucho ponerse de acuerdo en quiénes asumirían los roles de estos últimos, pues todos queríamos ser de los primeros, es decir “los buenos”, e imponer el imperio de la ley y hacer que triunfara la justicia. En suma: ser héroes. Luego la vida, que no conoce la piedad, nos hizo saber que “los buenos” no se dan en maceta y que, muchas veces, tan solo es posible distinguir entre delincuentes con placa y delincuentes sin ella; y por cierto, también nos hizo saber que la calle había dejado de ser territorio propicio para los juegos infantiles, joder. Pero ¡ah, cómo nos divertimos!

Y muchos años después, quiero creer, nos seguimos divirtiendo con las infinitas variaciones del mismo juego. Al menos yo lo hago, en especial con la novela negra y los personajes duros, en la escuela de los inmortales Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Sí: ahora me resulta más estimulante seguir la senda del mal, y por obra y gracia de la bendita literatura, asomarme a sus abismos. Y es justo aquí donde agradezco haberme encontrado con los abismales libros de James Ellroy. ¡Vaya un bato! Sus personajes nadan en mares de frustración, amargura y desencanto, y saben que a todo mundo le es aplicable esa admonición que Dante Alighieri colocó a la entrada de su Infierno: abandonen toda esperanza. Y sin embargo, tienen algo más que un discreto encanto; son memorables, para empezar, porque optan por el más crudo de los cinismos: su mundo es oscuro, cruel, corrupto, racista, clasista, etcétera, pero, dado que es el único que tenemos a la mano, lo que procede es medrar en él a partir de sus propias reglas. Salirte con la tuya. Incluso, prosperar. Y para eso, como se dice en buen francés, hay que tener astucia y echarle huevos. Sin afán psicoanalítico: ¿no es esta visión del mundo la que cabe esperar de un escritor cuya madre alcohólica fue brutalmente violada y asesinada cuando él tenía diez años?

A James Ellroy se le conoce como “The Demon Dog of American Crime Fiction”, y sus novelas justifican con creces el sobrenombre. Para confirmarlo, asómate por ejemplo a La Dalia Negra, donde postula culpables del horrendo asesinato de Elizabeth Short (que, por cierto, nunca fue resuelto en la vida real). También puedes disfrutar de una novela que fue llevada al cine con muy buena mano: L.A. Confidential. O de plano léete su autobiografía, emblemáticamente titulada A la caza de la mujer (que vino a presentar a Guadalajara, donde tuve oportunidad de conocerlo; me pareció cordial, alegre, contento de estar en México). Y, si lo tuyo son las lecturas de largo aliento, lánzate con la recién publicada Perfidia y disfruta más de setecientas páginas acerca de la mierda que corrió bajo los puentes antes y después de que el ejército japonés atacara Pearl Harbor. Las guerras, en particular las mundiales, siempre han sido aprovechadas para realizar excelentes negocios. “¿Hitler está masacrando a los judíos? ¿Y eso qué nos importa?”, piensa más de un personaje, y así también: “A nadie le importará el asesinato de unos cuantos japos”. Dada su imponente extensión, no cometeré la torpeza de intentar siquiera hacerte una sinopsis, pero sí te digo que si ya eres fan aquí te encontrarás con personajes del universo Ellroy en plena juventud y que si no lo eres, esta es una gran oportunidad. Y, por cierto, el título de esta novela aparece en español en el original porque hace referencia a una famosísima canción compuesta por el chiapaneco Alberto Domínguez que ha sido versionada por unos sesenta notables personajes, entre ellos Glenn Miller, Sara Montiel, B.B. King, Dave Brubeck, Frank Sinatra y Javier Solís.

Con Linda Ronstadt:

Fotografía: www.jotdown.es

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