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El cuento de la criada y el color rojo: nuevos íconos de las marchas feministas
Andrea Pulido Watts comment 0 Comentarios

Cuando pensamos en los colores que visten al movimiento feminista, lo primero que se nos viene a la mente es morado y verde. Sin embargo, en los últimos años, otro color también ha resaltado en múltiples protestas, en especial las que exigen derechos reproductivos para las mujeres: el rojo. Este color tan prominente comenzó a usarse gracias a la imaginación de la escritora canadiense, Margaret Atwood, quien a través de una de sus novelas más reconocidas, El cuento de la criada (publicada en 1985), nos muestra una distopía en la que los cuerpos de las mujeres se convierten en recursos del estado opresor.

La historia se lleva a cabo en un futuro distópico y es narrada por Defred, una “criada” que vive en la República de Gilead, un nuevo estado autoritario, religioso y patriarcal que divide a las mujeres en grupos. Las “criadas” son mujeres obligadas a ser esclavas sexuales de los “comandantes”, quienes tienen matrimonios arreglados con mujeres que ya no pueden embarazarse. Por lo tanto, las criadas tienen un único propósito: gestar bebés para otras familias, aquellas que tienen el poder y controlan otros cuerpos. Deben vestir con un enorme atuendo rojo que las cubre por completo, desde el cuello hasta los dedos de sus manos y pies, con el fin de no “provocar” a ningún hombre y permanecer “impenetrables” a los ojos de cualquiera. Defred nos describe desde el inicio esta vestimenta: “Salvo la toca que rodea mi cara, todo es rojo, del color de la sangre, que es lo que nos define” (10). Así, con un color tan potente e imposible de evadir, las criadas se vuelven el foco de atención y Atwood nos muestra un futuro aterrador, donde la sociedad se divide tajantemente en grupos sociales, donde los cuerpos femeninos sólo cumplen fantasías y propósitos para una masculinidad tóxica y represiva. En Gilead, la fertilidad significa el fin de la libertad para las mujeres. El rojo representa, entonces, dolor y destrucción.

Al leer El cuento de la criada me sentía fascinada por la minuciosa y poética descripción de la voz narrativa, pero a la vez sentía un miedo muy particular, algo que no me pareció extraño a pesar de ser ficticio y que, tristemente, muchas mujeres hemos sentido: el temor a que otros tengan control sobre nuestros cuerpos y nuestra autonomía. Atwood crea un relato que se basa tanto en el pasado como en el presente y nos termina por mostrar un futuro que se ve más cercano de lo que debería. El libro, a pesar de ser de los años ochenta, recobró vigencia y popularidad después de las elecciones estadounidenses de 2016[1]. Esto pudiera ser a causa de los constantes discursos que se pronuncian en contra de que las mujeres sean dueñas de sus cuerpos y que ha provocado una nueva ola de marchas feministas que abogan por la libertad reproductiva.

En la novela, la República de Gilead es creada en cuestión de meses. Pareciera como si de la noche a la mañana todo se tornara en caos y opresión. A través de la ciencia ficción, Atwood nos enseña lo delgada que es la línea entre lo imaginario y lo conocido, lo mucho que tienen en común y, sobre todo, lo frágil que es el statu quo. A pesar de ser una historia desgarradora, también deja un pequeño espacio para la esperanza, para interpretar esa fragilidad de nuestro entorno como una posibilidad de cambio. “Cuando evocamos el pasado, escogemos las cosas bonitas. Nos gusta creer que todo era así” (30), nos advierte Defred, justo para entender que, si no nos enfocamos en lo injusto del antes y el ahora, el mañana será idéntico. Por esta razón, activistas en todo el mundo visten como las criadas durante marchas por los derechos de la mujer. Con el rojo, evocan la represión que buscan erradicar. Se basaron en el atuendo creado para la adaptación televisiva. La serie tuvo un impacto tan grande que, desde su estreno en el 2017, feministas en Argentina, Estados Unidos, Irlanda e Inglaterra[2] se han puesto las enormes capas rojas, con guantes y zapatos del mismo color, y claro, con las tocas blancas que cubrían sus cabezas. Las criadas se convirtieron en un ícono feminista y en algunas protestas se quitaron la vestimenta al finalizar las marchas, para demostrar que ya nunca más serán sumisas.

En la novela, Defred nos dice que las criadas representan el silencio. Cuenta historias para contrarrestar esta realidad que no puede escapar. Nos cuenta sobre lo que ella vivió, sobre quién fue, sobre la represión. Nos cuenta historias, porque así el futuro existe. Si alguien escucha, lee, entonces ese alguien existe. “Al contarte algo, cualquier cosa, al menos estoy creyendo en ti, creyendo que estás allí, creo en tu existencia. Porque contándote esta historia, logro que existas. Yo cuento, luego tú existes” (219). Así, las mujeres gritan por su libertad, invocan un mejor futuro al imaginarlo y exigirlo. El rojo ya no es silencio. Ahora, imposible de evadir, representa la destrucción, pero de las normas arcaicas e injustas, de la opresión. El rojo y las criadas son ahora un símbolo por la libertad reproductiva de la mujer.


[1] Liptak, A. (2017, February 11). Sales of Margaret Atwood’s Handmaid’s Tale have soared since Trump’s win. The Verge. Referencia: https://www.theverge.com/2017/2/11/14586382/sales-margaret-atwoods-handmaids-tale-soared-donald-trump

[2] Beaumont, P. & Holpuch, A. (2018, August 3). How The Handmaid’s Tale dressed protests across the world. The Guardian. Referencia: https://www.theguardian.com/world/2018/aug/03/how-the-handmaids-tale-dressed-protests-across-the-world

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