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El consentimiento: cuando la víctima alza la voz
Citlalmina Guadarrama comment 2 Comentarios

Si le preguntaran a Lolita cómo fue vivir una relación tan intensa y apasionada, seguramente su respuesta no tendría mucho que ver con aquella nínfula que fuera el fuego de las entrañas de Humbert Humbert. La gran “historia de amor” se desvanecería entre los golpes de crudeza que sólo una víctima es capaz de mostrar. Los relatos de amores tormentosos y trágicos romances de la literatura se verían muy distintos si las musas hablaran de ellos. Musas que son personas reales cuyo interés por su verdadera complejidad es prácticamente inexistente. Y es ese intercambio de roles el que llevó a Gabriel Matzneff a afrontar una investigación judicial a sus 84 años y ver retirado el apoyo de muchos de sus defensores en años anteriores. En El consentimiento (Lumen, 2020), Vanessa Springora, una de las víctimas inmortalizadas en sus libros tomó la palabra para denunciar abiertamente la relación que mantuvo con el reconocido escritor cuando ella tenía 14 años y él estaba cerca de los cincuenta.

Uno de los aspectos del abuso con los que más tuvo que lidiar Springora fue precisamente su propio consentimiento. Al grado de llevarla a pensarse más cómplice de un pedófilo que su víctima. Pero la existencia de consentimiento no anula la de abuso sexual y psicológico, por el contrario, termina siendo una consecuencia directa del segundo. La película del director David Slade, Hard Candy (2005), cuyo tema central es la pedofilia plantea esta idea al poner la frase “Sólo porque una niña sepa cómo imitar a una mujer, no quiere decir que esté lista para hacer lo que una mujer hace” en voz de la protagonista de 14 años frente al depredador de 32. Es muy fácil culpar a un menor de “provocar” -el mismo Matzneff lo dice en su ensayo Les moins de seize ans- cuando es el adulto el único responsable de los actos suscitados. Es imposible que un adolescente esté plenamente consciente de todo lo que implica dar consentimiento sexual, aunque muchos pedófilos, como él, se vanaglorien de haberlo obtenido incluso sin engaños o por la fuerza.

Springora acierta al titular su segundo capítulo como ‘La presa’ porque un menor que de alguna forma termina en una relación sexual con un adulto no es otra cosa. Y los depredadores sexuales lo saben, es por ello que G. (como figura Matzneff en el libro) tiene en la mira a niñas “solitarias, vulnerables, con padres desbordados o irresponsables”. Se trata de alguien que busca desesperadamente despertar a la vida y que puede confundir fácilmente el amor y la comprensión con el deseo sexual y la manipulación si estos vienen de un adulto que sabe manejar su discurso y la figura de autoridad que ya de por sí transmite al menor. Autoridad que evoca también miedo a represalias o cualquier castigo que pueda efectuar desde esa posición de poder.

La liberadora prosa mostrada en El consentimiento sirve también como una denuncia del entorno que siempre fue, y todavía suele seguir siendo, hostil con la víctima. Empezando por su madre que consintió la relación en lugar de proteger a su hija como la adolescente que era, pasando por su padre que desapareció de su vida evadiendo la responsabilidad que tenía sobre ella, y finalizando con las propias autoridades que jamás realizaron una investigación en forma contra el escritor, influenciados seguramente por el último y más condenado organismo en el libro, el medio artístico francés. Un medio que enaltece la figura del creador al punto de situarlo por encima de la ley, como si cualquier acto que salga de ese personaje tenga que ser rebelde en sí mismo, aun cuando esa rebeldía vaya contra los derechos humanos (de los niños en este caso). Y al que sus parejas le deben abnegación y cuidado como parte de esa absurda burbuja de permisión, como se lo dejó en claro el escritor y buen amigo de Matzneff, Emil Cioran, a la autora cuando esta fue a visitarlo en busca de ayuda.

Cuando se ha cuestionado al periodista Bernard Pivot, anfitrión del programa literario Apostrophes donde frecuentemente celebraba las declaraciones de pedofilia de Matzneff e incentivaba a reírlas como si se tratasen de gracias de cualquier niño malcriado; él se ha excusado tras la premisa de que aún en la década de los noventa (año de la transmisión más famosa del programa con Matzneff como invitado) resonaba la idea que venía desde el 68 “prohibido prohibir” con la que muchos artistas de la época -e incluso la propia madre de Springora- vivieron casi toda su vida. Matzneff en específico se aprovechó de ella como primer mecanismo de defensa frente a cuestionamientos sobre su evidente pederastia, al punto de traer consecuencias como el ostracismo al que se vio sometida la escritora canadiense Denise Bombardier tras enfrentarlo en el mismo programa de Pivot. Lo que seguramente no habían contemplado los artistas que criticaban con tanto ahínco el puritanismo es que “tras la liberación de las costumbres, también está liberándose la voz de las víctimas”.

“Quieres parecer una ‘mujer’, ¿verdad?” le dice Matzneff a Vanessa en un pasaje especialmente significativo de la novela. Como parte del dominio que ejercía el escritor sobre ella, le explicó con ese comentario que no le gustaba que usara maquillaje. Esto remite inevitablemente a una evidente cultura de la pedofilia en la que una mujer siempre será más atractiva si tiene rasgos que la asemejen a una niña y oculten de alguna forma su edad adulta. Elementos como la remoción del vello corporal, la exigencia de una cadera no demasiado ancha o la pornografía que explota la imagen de colegialas, son parte de cierto culto a la juventud que está íntimamente arraigado en la sociedad, por algo Matzneff tenía un enorme miedo a envejecer y se hacía periódicamente un tratamiento rejuvenecedor en Suiza. En un intento por explicar la conducta pederasta de su abusador, Springora dice que su “psiquismo es el de un adolescente”.

La escritora ha declarado que su principal razón para escribir fue darse cuenta de que la visión de ser un adulto que tenía a los 14 años era falsa y evidenció su vulnerabilidad y necesidad de ser protegida de depredadores como él. Proteger a su propio hijo aportando algo para derribar esa idea errónea de que la juventud es sagrada y deseada por los adultos es por demás valiente y el primer paso para advertir sobre abusadores que pueden estar escondidos incluso detrás de la imagen de un intelectual de gran prestigio.

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