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El amor apendeja
Diana Sánchez comment Un comentario

Ya sabemos cómo empezará, ya sabemos cómo terminará y qué pasará en ese inter, pero ahí seguimos, cayendo en él y pensando “ahora sí esta es la buena” porque así es el amor: apendejador.

Aceptémoslo, siempre que alguien nos interesa o tenemos una primera cita es inevitable ilusionarse. Desde pensar cómo sería besar a esa persona, si sus gustos serán compatibles, cómo la presentarías a tus papás. Hasta si sus apellidos suenan bien juntos o cómo se llamarían sus hijos (aunque ni quieras tenerlos).

Y luego sucede: salen, se conocen mejor, bailan, ven películas y series juntos, se invitan a sus bares favoritos, se presentan con sus amigos, con su familia, viajan. Todo es simplemente perfecto y se preguntan por qué no se habían encontrado antes.

“En este proceso perdemos la habilidad lógica conforme el sentimiento toma fuerza, pero nunca nos sentimos tan vivos”, dice Roberto Iván González como modo introductorio en su libro Los románticos pendejos, en donde compila poemas ilustrados (como él mismo lo llama) que reflejan las etapas de una relación amorosa.

El libro tiene un humor ácido y sarcástico, de ese que te hace reír, pero también te cala, de ese que te ríes por fuera y lloras por dentro, pues refleja lo que sentimos los millennials en estos tiempos en que, pese a que cuestionamos el amor romántico, seguimos inmersos en relaciones tóxicas.

Contiene viñetas con las que podrás identificarte muy fácilmente: como cuando recién conoces a alguien y quieres verte perfecto, o cuando ya llevan un par de citas y no puedes evitar dejar de pensar en sus besos, o cuando va por primera vez a tu departamento y esperas que se quede a dormir; incluso las tácticas contemporáneas de ligue como darle like a todas sus publicaciones con la esperanza de que note que te gusta y te corresponda.

Después viene ese momento en que te das cuenta de que ya te chingaste: te enamoraste de esa persona. Ya no sólo quieres estar junto a ella todo el tiempo, sino que buscas conocer todo: sus gustos más bobos, su lado más oscuro, sus defectos, lo que le molesta. Lo haces, te das cuenta de que quizá no son tan compatibles, pero igual finges que te gustan los libros de Cortázar y las ñoñas canciones de The Cure que te dedica, aunque te cague esa banda.

Pero todo lo que empieza tiene que acabar. “Los amantes dejan de bailar, se detiene la música, comienzan a separarse… Los amantes se prometen envejecer juntos, pero sólo unos pocos lo logran”, escribe el autor.

No todo en el amor es bonito, lo que pasa es que como estamos pendejos, al inicio no nos damos cuenta. Como cuando alguno de los dos empieza a cancelar o posponer las citas que tenían, o cuando pasan más tiempo en el celular que poniéndose atención… y cuando alguno (o los dos) comete la temible infidelidad.

Entonces viene el (casi) inevitable final y el difícil proceso para sanar las heridas al que llamamos duelo. Te encierras a escuchar canciones viejitas de Shakira, recordando la relación y pensando en las cosas buenas: en su sonrisa, en los conciertos a los que fueron juntos, en los momentos divertidos, en las películas y las series que vieron (y que, maldita sea, ya no podrás ver la siguiente temporada sin pensar en ella), en las canciones que se dedicaron, en los libros que se prestaron y que ya no se devolverán.

Se bloquean de todas las redes sociales, evitan acudir a una fiesta porque saben que el otro irá, tratan de no pasar por SUS lugares porque no se vayan a encontrar, comienzan a hablar de lo malos novios que eran. Y así, esa que fue la persona amada se convierte en un recuerdo, en una desconocida cuando se topan por la calle, con su nueva pareja, y fingen demencia.

Luego el ciclo comienza de nuevo, porque evidentemente no aprendiste nada de tus experiencias pasadas, porque sí, sigues estando pendejo.

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