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De recuerdos juveniles
Raquel Castro comment 0 Comentarios

¿Cuál es tu recuerdo más antiguo? El mío es muy vago: el momento de lavarme las manos en la guardería, antes de la comida. Recuerdo el olor del jabón Darling y la espuma gris que se hacía en mis manos, y, un poco a lo lejos, el olor de la crema de verduras que, supongo, comía con suficiente frecuencia como para que se grabara en mi memoria.

De esa época recuerdo muy poco más: el patio de mi casa, que me parecía enorme; las hormigas que se paseaban por él y que yo subía en yates (que eran hojitas) para que pasearan por un lago (que era un pequeño charco que se formaba al pie de la escalera que iba a la azotea). Recuerdo, eso sí, que las hormigas no me daban el susto que me dan ahora (no, no es miedo: pero suelo hacer un performance un tanto ridículo cuando descubro una hormiga extraviada paseando por mi piel).

Esta memoria viene a cuento porque acabo de leer Última vez en Plutón, novela de Arturo Vallejo, que comienza, precisamente, con un recuerdo muy lejano de su protagonista: él, gateando, con una mariposa negra atrapada entre los labios. A la que fui en esos vagos, primeros recuerdos le parece bastante lógico; pero a la que soy ahora le da el mimiquis de sólo pensar en tal cercanía con un bicho “tan feo”. ¿En qué momento comencé a tenerles esa animadversión a los insectos? Eso definitivamente no lo recuerdo.

Puedo evocar, en cambio, muchos episodios de mi adolescencia, casi como si hubieran ocurrido ayer. Según algunos especialistas en neurociencias, eso tiene una explicación: al parecer, la adolescencia es la etapa de la vida en que más claramente se fijan los recuerdos en nuestra memoria. Eso explicaría la intensidad con la que podemos acordarnos de nuestro primer noviazgo, nuestra primera decepción amorosa, nuestros primeros intentos de independencia…

No me estoy saliendo de tema: también de esto trata Última vez en Plutón. Después del recuerdo de infancia, el personaje nos cuenta cómo fue que no se convirtió en entomólogo, pero sí en un entusiasta de la ciencia. Y de cómo, en su adolescencia, buscó un trabajo para poder pagarse un viaje a Estados Unidos, a un campamento para adolescentes organizado por la nasa. A partir de ese momento, iniciamos un viaje por la vida adolescente de este muchacho tímido, clavado con la ciencia y con la biografía de H. P. Lovecraft, que descubre lo mejor y lo peor de sentir atracción por otro ser humano (o por otros seres humanos), justo cuando, a su alrededor, la Ciudad de México vive un momento de gran intensidad (un movimiento ciudadano en contra del fraude electoral, que culminó en un plantón que cerró la avenida Reforma por un buen tiempo) y la comunidad científica vive otro: la eliminación de la categoría planetaria de Plutón.

La historia de Plutón, el campamento en Reforma, la vida de Lovecraft y los recuerdos de este chico se entrelazan en una narración muy sabrosa, sin que nos quede claro si hay alguna relación real entre ellas o si todo es capricho del autor.

Les cuento todo esto porque me parece que Última vez en Plutón es una lectura ideal para los adultos que quieran recordar su propia adolescencia, pero también para los chicos y chicas que están en esa etapa y que, sin duda, podrán encontrar una relación (real o no) entre su propia experiencia vital y la del protagonista sin nombre de la novela. Las amistades, el sexo, la lealtad, los celos, la tentación de hacer cosas prohibidas, la cercanía y el alejamiento emocional con los padres y los amigos: todo lo que se vive con tanta intensidad en la adolescencia está presente.

Por cierto, tengo que hacer una advertencia sobre la forma en que está escrita esta historia: la forma de narrar de Arturo Vallejo es engañosa. A primera vista puede parecer muy simple y casual, como si un amigo nos estuviera contando sus anécdotas juveniles; pero si miramos con más atención descubriremos un trabajo intrincado y cuidadoso, un ritmo muy particular que logra sumirnos en un estado levemente hipnótico, al mismo tiempo melancólico e irónico, casi como si estuviéramos en un sueño. Esto sí que no es casual: sé de buena fuente que el autor reescribió la novela casi completa varias veces, hasta estar completamente satisfecho con el resultado. Miento: no sé si quedó completamente satisfecho. Pero sé que, como lectora, yo sí lo estoy. Y que este libro, aún sin que lo promuevan con la etiqueta de “literatura juvenil”, se va a hacer de su sitio entre los favoritos de muchos y muchas adolescentes. Y dentro de algunos años, cuando les pregunten cuáles son sus recuerdos de esta época de su vida, probablemente dirán: recuerdo mucho cierto libro…

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