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Cura en fuga: el poder y la gloria de Graham Greene
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

«Estoy aquí porque me encontraron
una botella de aguardiente en el bolsillo…»

El poder y la gloria (1940) y El tercer hombre (1949) dan comienzo a una laudable recuperación editorial del catálogo de Graham Greene, indiscutible protagonista de la literatura del siglo xx que conquistó comercialmente a un público muy amplio y, al mismo tiempo, llegó a ser un serio candidato al Nobel durante la década de los sesenta: un «bestseller de calidad», dirían algunos.

Estas líneas giran en torno a El poder y la gloria, generalmente considerada, según John Updike, como la obra maestra de Graham Greene. La afirmación anterior ha funcionado muy bien como eslogan vendedor a lo largo de los años, pero sin duda está respaldada por cada una de las cuatro partes que conforman esta novela.

En algún lado leí que la historia confirmaba al escritor inglés como uno de los «novelistas católicos» más notables de su tiempo. También algunos críticos con prisa por encasillar a la trama en alguna clasificación han dicho que Greene escribió un sorprendente «thriller teológico». Ambos epítetos pueden resultar sospechosos para un lector quisquilloso, de «educado escepticismo», pero, una vez más, las acciones narradas no sólo los justifican, sino que los convierten en dos interesantes claves interpretativas que no deberíamos perder de vista.

El poder y la gloria cuenta la historia de un hombre que es acorralado a causa de sus creencias religiosas. ¿Y qué de extraordinario tiene esto? Tal motivo le permite a Greene presentar con virulencia diversos aspectos de la inefable condición humana. El telón de fondo histórico es nada más ni nada menos que la persecución religiosa en México, cuyo origen se halla en la política anticlerical del fundador del pri: Plutarco Elías Calles.

Más allá de lo anterior, sabemos que la trama es de cierta manera una adaptación del trabajo periodístico que Greene realizó a fines de los años treinta en el estado de Tabasco, aunque nunca se nombre como tal en el libro. En este contexto, el autor retrata con precisión el drama interior de un sacerdote que pone a prueba su fe, así como el conflicto entre la Iglesia y el Estado mexicano.

Nuestro personaje principal —sin nombre— está en la mira de las escopetas, con las que ya han fusilado a innumerables clérigos «avaros e inmorales». Alguien podría decir que se trata de un pastor sui géneris, pues es dipsómano y tiene una hija. No obstante, desde una perspectiva contemporánea, este llamado «páter-whisky» es un cura cualquiera que bebe aguardiente y lucha contra la soledad, de la misma forma que presuntamente busca «salvar su propia alma» y satisfacer las necesidades espirituales de los fieles.

Así, la maestría literaria de Greene se revela con esplendor: por medio de un lenguaje cinematográfico —nota característica en prácticamente toda su obra—, abre el enorme campo semántico del cristianismo (tentación, piedad, pecado, culpa, expiación) y despliega personajes entrañables que cumplen inexorablemente con un estereotipo asignado por la Historia: un Justiciero, un Perseguido, un Traidor, una Madre, un Gringo bandolero…

Por lo demás, resultaba casi inevitable que con tales elementos un director como John Ford llevara a la pantalla esta novela con el título de El fugitivo (1947), donde se subrayan las notas moralizantes de la historia, pero también la capacidad de «escribir la crónica de la conciencia y la ansiedad del hombre del siglo xx», que William Golding señaló respecto a este libro, infaltable en una lista de lecturas pendientes y obligadas.

Enrique Calderón