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Chéjov, contemporáneo imprescindible
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antonchejov
Cuentos imprescindibles / Debolsillo, 2013
 

Los Cuentos imprescindibles de Anton Chéjov son la antología de un temperamento. Richard Ford, compilador y testigo del proceso, seleccionó veinte relatos donde el lector contempla 13 años de publicaciones en que el ruso, a fuerza de oficio, pasó de ser un termómetro moral a un cínico, de escritor a aprendiz, de predicador a stand-up comedian.

Aquí abunda la pulsión de lo humano y por eso hay personajes plenos, contradictorios. Campesinos, aristócratas, guardias, amantes, cirqueros, banqueros y ancianos desfilan por escenarios donde las huellas de la vida privada y pública se suceden de párrafo a párrafo, de escena a escena, apenas en un gesto, en un beso o en un recado. Hablo de una forma de narrar la Rusia de finales del XIX y las fisuras que revelan los secretos de cualquier hombre. Chéjov, como humorista, como maestro de la levedad, supo agrietar la anécdota típica con las implicaciones de lo real y de ahí que lo nimio devore lo grave en un juego de eslabones. Algunos ejemplos: “La dama del perrito”, donde el sexo se percibe en una tajada de sandía y la traición en lo calmo del mar; “Champagne. Relato de un granuja”, donde el paso del tiempo significa orinar bajo la luna o un tren recorriendo las vías de Siberia; “El beso”, donde un soldado recibe la caricia del azar dentro de una habitación a oscuras; “La grosella”, donde un árbol encarna ladinos, buenos y aburridos corazones; o “Relato de un desconocido”, donde la política deviene en espionaje, venganza y amasiato. Hay aquí una mirada adulta, hay piedad y sensualidad, benevolencia y adulterio y lo que uno piensa cuando lee a Chéjov es que, de alguna manera, te vuelves más viejo o más joven o ambas.

Chéjov superó la técnica de su tiempo y afianzó la del siguiente siglo. Gracias a los Cuentos imprescindibles observamos el clarísimo párrafo inicial que ya usaba desde que tenía 26 años, hasta el opaco fulgor de sus finales: recurso que afinó hasta frisar los 40. Estos últimos son los más importantes pues hacen que los personajes miren a la cámara mientras intuyen su destino o que recorran, quién sabe hasta cuando, los elementos que conforman la memoria de sus pesadillas. A fin de cuentas, el ruso prefiguró el cuento del mismo modo que The Beatles el rock.

Es un gusto leer a Chéjov, al escritor joven que abre el libro, y al maduro, el que está a sólo unos años de la muerte. Es un gusto leer a Chéjov, el escritor más contemporáneo, el primero, el hombre que, según dijo, tenía a la medicina —su profesión— como esposa y a la literatura —su oficio— como amante.
 

Josué Sánchez

Anton Chéjov; Rusia cuento literatura

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