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Cioran o el ridículo de estar vivo  
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En 2015 se cumplen 20 años de la muerte de Emil Cioran. La reedición de un clásico como Breviario de podredumbre constituye una imperativa conmemoración de la lucidez vehemente del pensador rumano.

El Breviario de podredumbre, publicado por primera vez en 1949 en Gallimard,es sin duda un librode rabiosa vigencia. La obra de Cioran va mucho más allá de una mera coyuntura histórica: en la radicalidad de su pensamiento se halla un eficaz antídoto contra sacerdotes de la verdad, profetas y monstruos del fanatismo de cualquier ámbito y cualquier época.

Descubría Cioran cuando ingresé en la carrera de filosofía. En aquel tiempo, su lectura simbolizó un punto de encuentro para algunos estudiantes. «Cioran», «schibboleth»: la contraseña, el lazo, el nacimiento de una amistad.

Cierto día, un compañero de clases me prestó un volumen dorado con un perturbador detalle de El jardín de las delicias de El Bosco en la portada. “¿Cioran?”. “Llévatelo el fin de semana, me lo traes el lunes y me dices qué piensas”, dijo mi amigo. Debo confesar que aquella lectura significó para mí la perturbadora iniciación en la vacuidad y la desilusión, la tristeza y la decadencia.

El lunes siguiente, mi amigo y yo —ese maldito yo— nos reunimos afuera de la biblioteca de la escuela. Nos saludamos, le devolví el libro y permanecimos sentados en silencio. El humo del cigarro nos ayudaba a tragarnos las palabras.

“Cioran…”, dije tras varias bocanadas. “¿Qué te pareció?” Silencio. De pronto, mi amigo comenzó a contarme una anécdota que nunca pude corroborar, pero que me pareció suficientemente verosímil después del efecto que había tenido en mí la lectura de los días anteriores. Hacía no mucho, Fernando Savater había participado en un coloquio en el aula magna. Después de su conferencia, se abrió una típica sesión de preguntas, de esas que las personas aprovechan para exteriorizar su debraye, ajeno por completo al tema que se discute. En esa ocasión, el más sorprendido fue Savater, quien no pudo evitar mostrar su incomodidad ante los cuestionamientos de los asistentes. Monotemáticos, los estudiantes se empeñaban en saber algo más acerca de Cioran, la obra, el personaje, su vida. ¿A quién le interesaba el “contenido de la felicidad” que proclamaba el autor español? Parecía como si las palabras de Savater hubieran sido simplemente un preámbulo de balbuceos para que los participantes del coloquio pudieran interrogarlo sobre su conocida relación con el pensador rumano.

Mi amigo me sugirió continuar con una antología llamada Adiós a la filosofía, la cual compré el mismo día. En el prólogo de ese libro, el propio Savater elogiaba la capacidad de Cioran para suministrarle “veneno a los espejismos fabricados en serie”, así como “el ácido suntuoso de un estilo que se abre camino por entre los estupefacientes al uso”. “Es como para palidecer de la más sincera envidia […] —apuntaba Savater— y también como para morir de risa y romper los escaparates multicolores a carcajadas”.

Una de las fuentes principales de aquella compilación era precisamente Breviario de podredumbre —título agotado en librerías y casi siempre prestado en bibliotecas—, donde me impresionó una precoz y sentida despedida de Cioran a la filosofía, de la que declaraba haberse apartado tras no descubrir en los filósofos “ninguna debilidad humana, ningún acento de verdadera tristeza”.

“No comenzamos a vivir realmente más que al final de la filosofía, sobre sus ruinas, cuando hemos comprendido su terrible nulidad”, leía en el primer semestre de la carrera. Así fue como Cioran devino aciago demiurgo, presuntuoso inconveniente.

El Breviario de podredumbre fue mi libro de cabecera durante mucho tiempo. Después pasé por Las cimas de la desesperación o el denso Libro de las quimeras. Nunca ha dejado de sorprenderme la voluntad incendiaria para llevar hasta las últimas consecuencias, al menos en la escritura, aquello que en el Breviario se distingue desde el principio con grandilocuencia como “el hastío despreocupado de todo” o “los estremecimientos que nos aproximan a la bestia”.

Al paso del tiempo, me di cuenta de que mi amigo había archivado a Cioran en la memoria tan solo como un relumbrón de arrogancia juvenil; acaso se había aprendido algún aforismo que moviera a la risa durante las deshoras de una cantina. Tal vez la lectura de Cioran se había convertido en un lugar común o, a decir de George Steiner, en una “verdad cansada”.

No era mi caso. Siempre me ha parecido simplista y pedante la intención de catalogar a Cioran como un autor que se lee durante la juventud y que pronto termina por superarse, lo que sea que esto signifique. Breviario de podredumbre es la prueba fehaciente de que su pensamiento es algo más que “una cosmogonía surgida de una pubertad incapaz de concluir” y de que sus palabras constituyen un permanente recordatorio de que “no hay iniciación más que a la nada y al ridículo de estar vivo”.

 

Por Enrique Calderón

Hablamos de☞ Breviario de podredumbre, E. M. Cioran, Taurus, 2015.


 

 

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