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Alzar la voz
Elizabeth Ruíz comment 0 Comentarios

Giselle vivía en Chimalhuacán, un municipio del Estado de México. Tenía 11 años. Envió un último mensaje a su familia. Nunca llegó a donde prometió estar. Desapareció en el camino, entre calles. Nadie vio nada. La buscaron sin descanso hasta que, pocos días después, encontraron su cadáver en un paraje de Ixtapaluca. Fue un caso que recibió gran atención mediática el primer mes de 2019. Me pregunto sobre los que ocurrieron fuera del reflector. Porque lo cierto es que en este país sucede más de un feminicidio al día. Pienso en las otras, las que también desaparecieron, las que encontraron a la orilla de alguna carretera, las que no han sido reconocidas por sus familiares.

Bianca, Yenifer, Diana, Andrea, Mariana, Luz del Carmen y Luz María en su momento compartieron una historia similar, y no son las únicas. En La fosa de agua las acompañas el último día que supieron de ellas, conoces quiénes eran, con quién hablaron, a dónde iban; después te espera un recorrido largo, pesado y sin tregua de la mano de sus familiares, de las madres que persisten en la búsqueda de sus hijas, a pesar de la insistencia de los otros para que se rindan y acepten la muerte de las mismas; y al final del camino, te reúnes de nuevo pero con sus cuerpos ultrajados y en pedazos. En ese punto, lo tortuoso es la incertidumbre de haberlas encontrado realmente y la esperanza de que los fragmentos de un cadáver sean los equivocados, y que entonces ellas sigan vivas, donde sea y como sea, pero vivas.

Fuente: animalpolitico.com
Foto: Rodolfo Angulo / CuartoOscuro.com

No hay manera de endulzar esta realidad que para muchos se ha vuelto cotidiana hasta alcanzar nuevos niveles de insensibilidad. Es así también para aquellos que recogen, etiquetan, examinan y entierran cuerpo tras cuerpo. Las descripciones de la violencia de género son crudas y minuciosas, médicas, fechadas. La brutalidad poco a poco se entremezcla con recuerdos propios de años anteriores. Es doloroso notar que mientras tú te graduabas de la universidad y disfrutabas el tiempo con tus seres queridos, una más perdió un futuro.   

Por otro lado, los agresores adquieren rostro y forma. En el libro se exhibe la manera en que construyen una especie de fraternidad donde prevalece la fidelidad y la obediencia, la cual se desintegra en cuanto uno de la manada es capturado, entonces acusa a los otros y se declara ajeno. Los hermanos que solapaban su bestialidad, después sacrifican al otro para salvar su propio cuello. Para ellos, la violencia contra la mujer es un rito de iniciación, fortalece un lazo aparentemente inquebrantable. No importa si ella se mantuvo al margen o si confió ingenuamente, el desenlace siempre es el mismo.

La perspectiva de las autoridades no es más alentadora. Desde un inicio desacreditan a la víctima y a sus familiares, se justifican para abandonar los casos. El tiempo se pierde en este vaivén. Además, luego de cada sexenio, borrón y cuenta nueva. Así ocurre año tras año, sin respuestas ni consuelo, en la persecución de burócratas negligentes pese a la precaria situación económica y una depresión sin límites. El tema está en que las fuerzas de seguridad se obstinan en negar lo que es evidente a la mirada de cualquiera. Los feminicidios son manipulados según el interés político del momento, se trata de dónde y cuándo conviene encontrar otra muerta.   

Lydiette Carrión recupera seis años de investigación en La fosa de agua y presenta una crónica que desearías fuera ficción, pero que finalmente se materializa en la zona de Ecatepec y Tecámac, a lo largo y ancho del Río de los Remedios. Alumbra la superficie, avanza por la ribera y se adentra en las aguas negras y profundas con la intención de encontrar a una hermana, de darle nombre a una más. Sin embargo, queda la impotencia de explorar la zona abismal donde se ubican las respuestas: cuántas más, quién lo permite, dónde se ocultan, por qué. La fosa de agua es para quien alza la voz y echa luz en nombre de las que corren el riesgo de ser olvidadas; es una ofrenda a las mujeres que se quedaron atrás. He aquí el espíritu del libro: “Sólo hay dos cosas por pedir: justicia y más justicia”.

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