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Adiós a los padres o el territorio de la literatura
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

Creo que supe pronto, tras adentrarme en la lectura del manuscrito de Adiós a los padres, que estaba ante una gran novela, un texto de gran calado literario que comenzaba a juzgar sin referentes literarios del autor. Lo cierto es que no había leído otras novelas de Héctor Aguilar Camín, a quien conocía bien como articulista y ensayista y de quien sabía su trayectoria en la vida cultural y política de las últimas décadas.Me recuerdo compartiendo con quien quisiera oírme que estaba leyendo el texto de mayor calidad literaria que había caído en mis manos en muchísimo tiempo. Y lo recuerdo porque justamente mi experiencia de lectura no contaba con los referentes de la vida real de donde surge la historia de esta novela. Es en esa distancia entre la historia familiar de Aguilar Camín, feliz, conmovedora, desoladora o patética, según los testimonios a los que acude el autor, y el artefacto creado por el autor con esos materiales, el territorio donde se encuentra la literatura. Y en este caso de inmensa calidad.

Cuando el otro día oía a Héctor Aguilar Camín recobrando ante una audiencia la memoria exacta de sus padres, de Emma y Héctor reunidos en un mismo hospital tras más de cuarenta años de abandono, esa misma gran escena que abre la novela estaba en sus palabras llena del amor del hijo pero no de la complejidad y el artificio literario del autor que la transformó en esta novela.

La estructura de Adiós a los padres ofrece al lector varias lecturas: una novela de fundación con el origen de la familia ligado a una tierra indómita entre fronteras que tiene algo de Macondo o de Yoknapatawpha: un mundo idílico donde existía la felicidad. Pero también el lugar donde la naturaleza de un huracán acaba con la vida o las esperanzas de sus protagonistas. Una tragedia griega que habla de la traición de un padre a su propio hijo y del destino al que lo arroja: es el tiempo de la destrucción. Un relato galdosiano de la vida en una casa de huéspedes de la Condesa donde una familia lucha por subsistir con la fuerza de una mujer endurecida por el abandono de su esposo y ayudada por su hermana, la tía Luisa. Un pequeño microcosmos femenino, una pequeña casa de Bernarda Alba. Finalmente también una novela de reconciliación en su último tramo que nos recuerda a Patrimonio de Philip Roth y nos lleva a la conclusión de la historia. Y cuando hablo de reconciliación no me refiero tanto a la del autor con su padre, sino a la del autor consigo mismo.

Como escribimos en la contracubierta de la novela, “Adiós a los padres es un texto sobre la identidad familiar, sobre la necesidad de saber de dónde vienen tus abuelos, cómo se conocieron tus padres, por qué se casaron, cómo naciste tú, por qué son como son y por qué eres como eres. Todos hemos imaginado hacer esa investigación, Adiós a los padres es esa indagación.”

Si he comenzado con unas notas de lectura de editor ante un manuscrito –sensación que en casos como éste te hace sentir de nuevo la fortuna de esta profesión–, me gustaría acabar citando las notas de un lector, de otro lector que le mandó a Héctor Aguilar Camín un mensaje a través de la editorial. Dice: “Recién he terminado la lectura de Adiós a los padres. Me fascinó; por su fondo, por su forma, su estructura, su narrativa. Sobre todo por ser una obra inspirada en el más profundo amor. Me ha llamado la atención que tanto en la segunda como en la cuarta de forros se le enuncie como una novela. Me queda claro que es una obra biográfica y, en buena parte, autobiográfica”.

Esa es la gran historia que Héctor Aguilar Camín, como gran escritor, sabía que estaba en su familia esperando que él llegara y un día la convirtiera en literatura.

 Cristóbal Pera